Domingo, 31 de agosto de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Mercedes López San Miguel
En política, como en la vida, un acontecimiento inesperado puede torcer el rumbo de las cosas. El hecho inesperado sucedió el 13 de este mes en Brasil, cuando Eduardo Campos, candidato del Partido Socialista Brasileño (PSB), falleció en un accidente, a menos de dos meses de las elecciones del 5 de octubre. Su compañera de fórmula, la rara combinación de evangelista-ecologista Marina Silva, se convirtió en la candidata presidencial del PSB. Campos se ubicaba en un tercer lugar en los sondeos, lejos de la favorita Dilma Rousseff y Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia (PSDB). En parte por el efecto psicológico de una muerte repentina, en parte porque se intuía que Marina era la adversaria más fuerte de la mandataria, el escenario de campaña dio un giro brusco. Las últimas encuestas le adjudican a Silva la posibilidad de derrotar a Rou-sseff en una eventual segunda vuelta.
La prensa de derecha, antiDilma y antiLula, ya abrazó a Marina Silva como su candidata, en cuya biografía destaca su crianza en la Amazonía, su lucha junto a Chico Mendes, el mítico líder sindical de los extractores de caucho, su participación en el gobierno de Lula da Silva como ministra de Medio Ambiente y su distanciamiento del Partido de los Trabajadores (PT) en 2008, cuando comenzó a cimentar su propia fuerza. Se presentó en las presidenciales de 2010 con el Partido Verde, logrando un respaldo del 19 por ciento. El opositor diario O Globo llegó a comparar el fenómeno Marina con Lula, por su popularidad y sus historias escritas como para un libro sobre superación personal.
Hoy los planteos de Marina Silva sobre política económica son más amables con el establishment y el mundo financiero, contradiciendo su trayectoria. El economista Eduardo Gianetti da Fonseca, ex director de asuntos internacionales de la Federación de Industrias de San Pablo, es el hombre fuerte en materia económica de su campaña y quien garantizaría una postura más ortodoxa en relación con la que ha desarrollado la presidenta Rousseff. Propone un ajuste del gasto público y reconoce que los fundamentos de su plataforma no difieren de los del PSDB. Y la coordinadora del programa de gobierno es Neca Setúbal, heredera y accionista del banco Itaú, sólo por dar algunos llamativos nombres entre sus colaboradores. A nadie se le escapa que Silva hiciera concesiones con el PSB –con el que se asoció al no poder inscribir su propio partido, la Red Sustentabilidad, por no cumplir con los requisitos legales–. La candidata verde aceptó como compañero de fórmula a Luiz Alberto Albuquerque, un defensor del uso de transgénicos.
La devota de la Asamblea de Dios, respaldada por los líderes evangélicos, contraria al aborto y a la despenalización de las drogas, afirmó en el debate del lunes pasado que ella representa la renovación política, una suerte de tercera vía entre el PT y el PSDB. Sus palabras pueden ser bien recibidas por quienes el año pasado se manifestaron de forma sostenida pidiendo un cambio, pese a que su programa encaja con las clásicas recetas liberales. La irrupción de Marina parece haber dejado lentos de reacción a sus rivales. Queda un poco más de un mes para ver si se trata o no de un efecto pasajero de un acontecimiento fortuito.
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