Viernes, 2 de septiembre de 2016 | Hoy
EL MUNDO › EN EL MOMENTO MAS BAJO DE SU GOBIERNO, PEÑA NIETO RECIBIO A TRUMP
Peña Nieto le ha abierto las puertas del país al candidato republicano al que él mismo comparó con Benito Mussolini y con Adolf Hitler, apenas hace cinco meses. Eso no impidió que Trump aceptara de inmediato la invitación.
Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde Ciudad de México
Hasta ayer, Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, era uno de los villanos favoritos de México. Hoy, el presidente Enrique Peña Nieto lo supera con creces. Servil, indigno, torpe, estúpido… el aluvión público de adjetivos que ha merecido Peña Nieto tras ser incapaz de mostrarse como estadista en un momento crítico señala el momento más bajo de su administración.
La reunión ha sido alucinante. Peña Nieto le ha abierto las puertas del país al candidato republicano al que él mismo comparó con Benito Mussolini y con Adolf Hitler, apenas hace cinco meses. Los tres han usado el mismo discurso para llegar al poder, dijo el presidente mexicano. Eso no impidió que Trump aceptara de inmediato la invitación que apenas el viernes pasado le hizo la cabeza de un gobierno al que ha definido como “absolutamente corrupto”.
Hillary Clinton, la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, a quien supuestamente Peña Nieto también invitó a México, resumió: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Lapidario, este refrán mexicano refleja también la indignación de la inmensa mayoría de este país con un presidente capaz de invitar a quien lleva un año insultando a México y a los mexicanos, amenazando al país e inflamando posturas racistas y xenófobas. El agravio que significa Donald Trump ahora también es Peña Nieto.
Nada que quite el sueño a Trump. Por el contrario, tuvo un miércoles de ensueño: viajó a México para humillarlo en su cara, mientras el cada vez más débil e impopular presidente Peña Nieto le daba trato de Jefe de Estado; luego fue arropado por uno de los sectores más racistas de sus seguidores, en un mitin en Phoenix, donde lanzó uno de sus discursos antiinmigrantes más virulentos. El corolario fue una entrevista para la cadena de televisión MSNBC por el periodista Bob Woodward, quien junto con Carl Bernstein condujo la investigación sobre el caso Watergate en las páginas del diario Washington Post, que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon en 1974.
Trump escaló su ofensiva contra México con un lenguaje de guerra.
Woodward preguntó: “¿Está usted dispuesto a ir a la guerra para asegurarse de que México pague por ese muro?” Trump respondió sin pensarlo dos veces: “Créeme, Bob, cuando revitalice nuestro ejército, México no va a jugar con nosotros a la guerra, te lo puedo asegurar.”
Más allá de la bravuconada, Trump ha sido consistente con su postura hacia México, país al que en julio de 2014 llamó uno de los “enemigos” de Estados Unidos. Un año después, en junio de 2015, reiteró: “México no es nuestro amigo”.
A tono con esta postura, Miguel Basáñez, efímero embajador de México en Estados Unidos (septiembre de 2015 a abril de 2016) lamentó “profundamente” la invitación que hizo Peña Nieto a Trump, alguien que “como nadie” ha puesto “en tal nivel de peligro la relación de México y EU en los últimos 50 años”. El analista Jesús Silva-Herzog Márquez no se anduvo con rodeos: “Es una estupidez gigantesca”.
“Surrealista”, le llamó el periódico The New York Times a la entrevista Trump-Peña, para expresar lo incomprensible que resultó que el gobierno mexicano abriera las puertas a quien ha ofendido a su nación durante toda su campaña electoral, e incluso le diera un trato de Jefe de Estado en lugar de reprenderlo Sea rendición o ceguera, con este acto -incomprensible incluso para sus allegados, según registró el Washington Post- Peña Nieto exportó la humillación que significa ser él mismo.
Del otro lado de la frontera, una parte de Estados Unidos trata de exorcizar a Trump con humor negro. Horas antes de que el candidato republicano volara a México, el director de cine Rob Reiner (Misery, A few good men) ironizó: “Es claro que no estamos enviando lo mejor de nosotros a México. Estamos enviando mentirosos. Estamos enviando narcisistas. Estamos enviando sociópatas”. Y Mientras Trump y Peña se preparaban para su reunión, en el sitio web de la célebre revista The New Yorker se leía un breve artículo en tono satírico: “Obama paga a México 5 mil millones de dólares por quedarse con Trump”.
Pero Trump no es ninguna mala broma: es el catalizador de una enorme capa fascista de la sociedad estadunidense saliendo del clóset. Así lo reconoce ya The New York Times: “El miedo y la aversión (hacia México) que ha explotado, y que tan fácilmente le valió la nominación, son reales”.
Trump es el candidato de los supremacistas blancos, de los neonazis, de los rescoldos del Ku-Klux-Klan, de los minutemen vigilantes. Trump es el ala radical de la ultraderecha estadunidense que se yergue sobre su propia nación.
Pocos actos simbólicos exhiben mejor el cariz fascista de Trump que un meme del Museo Memoria y Tolerancia (un recinto en el centro de la Ciudad de México dedicado al holocausto) que regaló a Donald Trump un boleto de entrada a sus instalaciones. “#SrTrumpConTodoRespeto, queremos que venga a recordar el sufrimiento que han causado discursos como el de usted”, anunció, y difundió una imagen con la leyenda: “Sr. Trump: para usted es gratis”.
Cuando se siembra la semilla de la división y el odio, lo único que crece es la violencia”, dijo la institución, e invitó al candidato republicano a ir a sus instalaciones “a aprender que el odio no es el camino”.
En lugar de aceptar la invitación, luego de salir de Los Pinos Trump voló a Phoenix, Arizona, para dar uno de los discursos antiinmigrantes más xenófobos e inflamatorios de su campaña y advertir que, si es presidente, va a construir el muro y que México va a pagar por éste, “aunque ellos todavía no lo saben”.
El arreglo de la agenda de Trump para estar en México y en Arizona el mismo día fue un acto deliberada y perversamente planificado, como lo juzgó The New York Times. Arizona es el estado con las peores leyes antimigratorias de todo Estados Unidos, donde la comunidad latina -particularmente la mexicana- ha sufrido años de brutalidad policiaca por motivos raciales y donde los ilegales son cazados a tiros impunemente.
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