Domingo, 26 de noviembre de 2006 | Hoy
A pesar de que el gobierno indígena de Evo Morales no ha tomado medidas expropiatorias en contra de la clase media, su discurso intimida a la burguesía, que sin embargo lo apoya y que considera positiva su política de nacionalizar los recursos energéticos.
Por Eduardo Febbro
Desde La Paz
A lo largo de la calle 21 y sus inmediaciones, en pleno corazón de la zona sur de La Paz, una sucesión de edificios muestra sus esqueletos nacientes. Son construcciones nuevas, de lujo, para la gente adinerada que reside en esta zona de más de 200 mil habitantes donde el ingreso promedio está muy por encima de los 60 o cien dólares que ganan las comunidades indígenas. Aquí, en el sur, en San Miguel, Calacoto, Irpavi, La Florida, Achumani, Los Pinos, la clase media boliviana y la gran burguesía ganan entre 500 y 8000 dólares por mes. Los edificios que estaban en construcción hace un año, justo cuando Evo Morales fue electo presidente, no quedaron a medio hacer. Muy por el contrario, en vez de detenerse como lo temían muchos sectores de la burguesía paceña, la economía siguió funcionando y las construcciones avanzan a un ritmo frenético. Sin embargo, ese dato visible no consuela a la clase media que continúa temiendo una invasión indígena y una parálisis económica.
La clase media paceña vive con una sensación de desamparo, en una suerte de incertidumbre que ha generado un síntoma que un médico de estos barrios califica como el “evostress”. Ese síndrome tiene una traducción económica precisa. Los gimnasios, los centros de masajes o cuidados especiales como los SPA así como los tratamientos contra el estrés o el síndrome de la fatiga crónica han conocido un auge fulgurante. Muchos de estos centros existían antes pero no funcionaban a plena potencia como hoy. En el Shopping Sur hay dos y ambos tienen sus agendas completas. El evostress precipitó a decenas de personas de la burguesía a los brazos de las curas más modernas contra el mal de los futuros borrosos, imaginarios o reales. Nadie quiere que se rompa el negocio y los testimonios circulan a puertas cerradas y bajo el estricto anonimato.
Un médico que trabaja en ese sector cuenta que los pacientes acuden a los centros de tratamientos como si el país estuviera en guerra, o al borde de un conflicto civil de gran envergadura. Nada en la realidad indica que sea así. Los temores y las proyecciones sobre una eventual venganza generalizada de los indígenas bolivianos que habían surgido en 2005 con la elección de Evo Morales no se hicieron realidad. Hace exactamente un año, el hoy diputado del MAS por la zona sur, Guillermo Beckar, comentaba a Página/12 el estado psicosocial de la zona sur: “Casi toda la gente que vive acá ha pertenecido a los gobiernos anteriores. Tienen cierta forma de pensar. Son de derecha y tienen miedo de que venga un gobierno de izquierda radical”. En aquel entonces, el pánico a una venganza de los pobres contra los ricos era tal que se habían preparado comités de autodefensa, con gente armada y esquemas de combate para responder a una agresión. Los partidos conservadores aprovecharon la psicosis y azuzaron los temores pintando en los muros de lujosas mansiones varias consignas que daban un contenido a la pesadilla: “Próxima propiedad social, porque somos más”, “Evo, corralito a los ricos”.
Nadie expropió las mansiones ni tampoco hubo un corralito para los ricos. Pero la negociación con las petroleras, la renuncia de varios ministros, los múltiples bloqueos sectoriales, el sangriento conflicto que estalló en las minas, la reforma agraria, el irresuelto conflicto que bloqueó la Asamblea Constituyente y el permanente antagonismo con las regiones del Oriente con aspiraciones autonomistas incrementaron la sensación de inestabilidad en el seno de la burguesía.
Jaime Rosas, un abogado que trabaja con grandes empresas, reconoce la existencia de un sentimiento de desvinculación: “Antes, la clase media tenía una suerte de lazo con el poder, a la vez simbólico y real. Este era, a su manera, su representante, había una identidad de intereses comunes. Siempre existía la posibilidad de tomar el teléfono y hablar con algún ministro, un secretario de Estado o con alguien vinculado al gobierno. Hoy ya no es así. Los que antes estaban en el gobierno hoy están en la oposición. Cuando la gente se encuentra en la calle o en los cafés todos están, de alguna manera, del mismo lado, haciéndose las mismas preguntas y sin un interlocutor que les responda o los tranquilice”.
La clase media, no obstante, no sólo votó por Evo Morales sino que, en lo específico de la zona sur, eligió a dos representantes del MAS, un diputado, Guillermo Beckar, y un representante en la Asamblea Constituyente, Raúl Prada. Más arriba, en el seno del poder, está el vicepresidente Alvaro García Linera, el hombre de las negociaciones difíciles. Linera integró la fórmula presidencial con Evo Morales para captar en las urnas del MAS los votos de la burguesía. Su trayectoria personal es por demás paradójica frente a la opción que encarnó.
Matemático y sociólogo, Alvaro García Linera integró en los años ’80 el Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK), un período de lucha armada en el que acompañó al líder aymará Felipe Quispe. Evo Morales había dicho que la pareja presidencial representaba “la llamada unidad de la diversidad: campesinos, indígenas, movimiento popular con la clase intelectual y profesional”. Alvaro García Linera sigue siendo la carta blanca del gobierno. Su presencia es una figura que tranquiliza aunque, en los hechos, el oficialismo no tomó ninguna medida en contra de la burguesía.
Una encuesta de la empresa Mori indicó que, luego de la firma de los contratos con las petroleras, Evo Morales recogía un 63 por ciento de adhesión. En la zona sur, el evostress es una realidad que corre a la par de altos niveles de adhesión.
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