Domingo, 10 de diciembre de 2006 | Hoy
Por Pilar Bonet *
El asesinato de Litvinenko se inscribe en la lucha encarnizada por el poder en el Kremlin por los comicios presidenciales del 2008. Las tradiciones rusas producen bizantinos esquemas de pensamiento y acción, y por eso hay que considerar también una carambola asesina, es decir, el sacrificio de inocentes para golpear a un adversario en el rebote.
El presidente Vladimir Putin insiste en que no desea cambiar la Constitución para seguir en el cargo que ha ocupado ocho años. Numerosos paisanos y ex colegas de Putin en los servicios de seguridad tienen puestos clave en la administración, en el gobierno y en los consorcios estatales cebados con los despojos del imperio petrolero de Mijail Jodorkovski. Estos funcionarios tienen motivo para aferrarse a sus sillones y a las oportunidades materiales que éstos les han brindado.
El ciudadano ruso es ajeno a la lucha entre bastidores que, en algunos de sus retorcidos aspectos, recuerda la que precedió a los comicios presidenciales de 1996. La popularidad de Boris Yeltsin estaba entonces por los suelos y los llamados oligarcas decidieron proteger las inmensas fortunas que amasaban y apoyaron a aquel hombre enfermo. Para movilizar al electorado tuvieron que escenificar un dramático dilema. El comunismo, que estaba ya en plena decadencia, resucitó como una amenaza para las reformas, y Yeltsin, en un proceso paralelo, resurgió como el salvador de Rusia. Había otras opciones, pero el Kremlin no quería verlas.
En 1996 el objetivo era reelegir a Yeltsin. Hoy se trata de hacer que Putin, un líder sano y popular, quiera seguir presidiendo para evitar males mayores. Uno de ellos sería la llegada al poder de duros antioccidentales dispuestos a recuperar el imperio.
La forma de presentar el supuesto envenenamiento del ex jefe del Gobierno ruso, Yegor Gaidar, indica que los sectores liberales supervivientes de la época de Yeltsin tratan de transmitir a la sociedad una sensación de peligro como en 1996. Anatoli Chubais, que fue el ideólogo de las privatizaciones y el jefe de la administración de Yeltsin, ha opinado que el intento de asesinato de Gaidar está relacionado con el de Litvinenko y el de la periodista Politkovskaia. “La muerte de Gaidar habría sido muy atractiva para los partidarios de las variantes anticonstitucionales y violentas del cambio del poder en Rusia”, ha dicho Chubais, que hoy dirige el monopolio estatal de la energía eléctrica. Chubais fue, junto con Gaidar, uno de los pilares de la reforma económica de Rusia a principios de los noventa. Ambos evitan entrar en conflicto con Putin y se abstienen de declaraciones y acciones que pudieran irritarlo. Gaidar dirige un instituto económico que colabora con el Kremlin.
Todas las hipótesis sobre el “presunto asesino” de Litvinenko son posibles, dada la falta de transparencia en la política rusa y la opacidad de su servicio secreto, la FSB, que no ha sido reformado a fondo ni sometido verdaderamente al Parlamento. En cuestión de días, la comentarista Yulia Latinina, considerada una experta en temas relacionados con los servicios de seguridad, ha cambiado radicalmente de opinión. En su programa El eco de Moscú, Latinina consideró primero que el envenenamiento de Litvinenko era una farsa de Boris Berezovski, el magnate exiliado en Londres y, cuando el ex agente murió y apareció polonio en su cuerpo, que se trataba de un crimen perpetrado desde instituciones del Estado ruso.
Con la llegada de Putin al poder, la mentalidad gremial de los servicios de seguridad se extendió a las instituciones, incluyendo a los medios.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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