Miércoles, 23 de mayo de 2007 | Hoy
Los feroces combatientes islámicos que llegaron a Trípoli durante la guerra del Líbano copian las tácticas de Al Qaida. Aunque niegan ser parte de la red terrorista, pelean juntos.
Por Robert Fisk *
Desde Beirut
Llegaron al Líbano el verano pasado, cuando el mundo estaba mirando cómo Israel destrozaba esta pequeña nación en un intento vano de destruir a Hezbolá. Pero los hombres que establecieron su pequeña y sucia oficina en el campo de refugiados de Nahr el Barad, algunos de ellos combatientes de la guerra contra Irak, otros de Yemen, Siria o el mismo Líbano, eran mucho más peligrosos de lo que Estados Unidos e Israel creían que era Hezbolá. Habían venido, les dijeron a los pocos periodistas que se molestaron en buscarlos, “para liberar” Jerusalén, porque “liberar nuestro territorio es un deber sagrado inscripto en el Corán”.
Que los hombre de Fatah al Islam creyeran que el camino a Jerusalén estaba a través de Trípoli, la ciudad del Líbano, y puede ganarse matando a casi 30 soldados libaneses –muchos de ellos sunitas musulmanes como ellos mismos, cuatro de los cuales, nos enteramos ahora, fueron decapitados– fue una de las manifestaciones más extrañas de una organización que, mientras niega ser parte del Al Qaida, es obviamente favorable a los “hermanos” que cumplen las ideas de Osama bin Laden.
La noche anterior, sus hombres armados en Nahr el Barad ofrecieron un cese de fuego a las tropas libanesas que los rodeaban después de que los médicos hubieran rogado por una tregua para retirar a los muertos y heridos de las calles. Era una idea igualmente extraña de un grupo que sólo 24 horas antes había prometido abrir “las puertas del infierno” a todo el Líbano y “disparar hasta la última bala” si el ejército no detenía el fuego. La naturaleza de sus políticas, sin embargo, es menos siniestra que su ferocidad. Por lo menos dos –se sabe ahora– se hicieron estallar con cinturones llenos de explosivos en Trípoli el domingo después de haber tomado rehenes civiles. Un sobreviviente recordó que un miembro moribundo de Fatah al Islam pasó sus últimos momentos leyéndole el Corán.
La organización –todavía no sabemos si tienen 300 hombres armados a su disposición– decididamente se inspiró de la famosa declaración de Ayman al Zawahira de Al Qaida de que Palestina estaba cerca de Irak y que por lo tanto “los guerreros deberían llevar su guerra santa a las fronteras de Palestina”. Una de esas fronteras, por supuesto, es la frontera entre el Líbano e Israel. Chaker al Absi les dijo a los periodistas libaneses el año pasado que su movimiento estaba “fundado en el Corán y la ley sagrada” y que era “un movimiento reformista creado para ponerle fin a la corrupción y para blandir en el cielo sobre Jerusalén la bandera que dice ‘Hay un solo Dios’”.
Y añadió que “no estamos ni aliados a un régimen o a un grupo existente en este mundo”. Chaker al Absi, además, es buscado en Jordania por el asesinato de un diplomático estadounidense. Una figura como Omar al Bakri –deportado de Gran Bretaña hace más de un año– describió a Fatah al Islam como “la verdadera carta ganadora de Siria”. Si lo es, entonces a Siria le resultará difícil explicar cómo el grupo también anunció su responsabilidad en dos bombas en Beirut durante el fin de semana, una de las cuales mató a una mujer cristiana de mediana edad. El ejército libanés sospecha que también colocó bombas en ómnibus en el distrito cristiano de Ain Alak a principios de este año.
Pero, ¿por qué Trípoli? Y ¿por qué ahora? Bueno, por supuesto está el inminente tribunal de la ONU que se ocupará de averiguar quién asesinó al ex primer ministro Rafik Hariri. ¿Fue Siria? Los informes en el Líbano devienen más dramáticos a medida que se repiten; que Fatah al Islam fue fundado por los dos hijos de Bin Laden, Saad y Mohamed; que dos de los hombres armados muertos en Trípoli era hermanos de un libanés de Akkar –también en el norte del Líbano– que fue arrestado en Alemania el año pasado supuestamente por complotar para colocar bombas en las vías de los trenes; que los muertos de Trípoli incluían a un bengalí y un yemenita.
Por cierto sabemos que uno de los muertos, posiblemente dos, son hijos de un libanés de 60 años de Sidón, Darwish Haity. El sabe que su hijo Ahmad está muerto y teme de Mahmoud Haity también haya estado entre aquellos que pelearon a muerte en el edificio de departamentos de Trípoli. “Mis hijos no son así”, decía el padre. “Fatah al Islam los engañó y los convirtió en criminales.” Ahmad Haity estaba casado y tenía tres hijos. Sidón mismo es el hogar del campo más grande en el Líbano, Ein el Helwe, de donde por lo menos 28 palestinos partieron para ser terroristas suicidas contra las tropas estadounidenses en Irak. Un movimiento sunita musulmán de Trípoli se jacta de haber enviado “por lo menos” 300. Y Ein el Helwe alardea de dirigir a pequeños grupos islámicos como Issbat al Anssar, que se dividió cuando su liderazgo fundó Issbat al Noor –“La Comunidad de la Iluminación”–, cuyo jefe fue asesinado supuestamente por una facción de la OLP. Si estas sangrientas disputas palestinas parecen cansadoras, debe recordarse que muchas tienen sus orígenes en la guerra civil libanesa, cuando la OLP de Arafat luchó del lado musulmán contra las milicias cristianas maronitas.
Cuando las tropas libanesas arrestaron a Moamar Abdulá al Awami, un yemenita, en Sidón, en 2003, y lo acusaron de planear la explosión de un restaurante Mcdonald’s, Awami –que usaba su nom-de-guèrre “Ibn al Shaheed” (hijo del mártir)– declaró haberse encontrado por lo menos con tres militantes de Al Qaida en Ein el Helwe. Varios libaneses fundamentalistas involucrados en una batalla contra el ejército libanés en 2000 en Sir el Dinniye se unieron a un grupo palestino conocido como “Jund al Shams”, Soldado de Damasco, cuyo líder Mohamed Shargiye llegó a Sidón hace diez años –y aquí se cierra la historia– del mismo campo Nahr el Barad donde se estableció Fatah el Islam en el verano del año pasado.
Es demasiado simple declarar que esto es trabajo de Siria. Siria puede tener un interés en ver esta desestabilización, aun –a través de sus redes de seguridad– asistiendo a estos grupos con logística. Pero otras organizaciones pueden haber encontrado un interés común; los insurgentes iraquíes, por ejemplo, aun el Talibán, quizá grupos igualmente pequeños en los territorios palestinos ocupados. Así es como las cosas funcionan en Medio Oriente, donde no existe tal cosa como la responsabilidad, sólo intereses en común. Quizá los estadounidenses hubieran podido aprender algo sobre esto si hace dos años no hubieran insultado a los sirios por permitir que combatientes entraran a Irak, con lo cual los sirios pusieron fin a toda cooperación militar y de inteligencia con Estados Unidos.
Entrevistado antes este año, otro líder de Fatah al Islam que se llama a sí mismo “Abu Mouayed” insistió en que “no estamos en contacto con otros islamistas, no estamos reclutando combatientes, sino que son bienvenidos aquellos que quieren trabajar con nosotros y luchar contra los judíos”. También amenazó con atacar la fuerza aumentada de la ONU en el sur del Líbano, que está dirigida por cuatro generales de la OTAN. En ese tiempo, los funcionarios de la OLP en Nahr el Barad declararon que estaban “vigilando” a Fatah al Islam. Pero alguna vez en los dos últimos meses su vigilancia se distrajo.
El ejército y la Fuerza de Seguridad Interna –una suave versión de una unidad paramilitar policial– parece haber capturado a 11 de los hombres armados antes que se pudieran suicidar y están ahora siendo interrogados (un proceso que definitivamente no será suave, aunque uno de los hombres estaba seriamente herido). Los fotógrafos lograron tomar fotos a uno de los hombres capturados mientras los soldados lo agarraban después que uno de sus camaradas hubiera muerto. Pero ¿es probable que estos feroces guerreros vayan a hablar cuando todos están dispuestos a morir?
El ejército también tiene sus sentimientos. Cerca de la mitad de sus muertos parecen ser sunitas musulmanes, y muchos de ellos vienen del norte del Líbano. Esta es una parte del país donde los asesinatos por venganza han sido un rasgo de furia social y una vez que las batallas en Nahr al Barad terminen, habrá familias desesperadas que querrán vengar las pérdidas de sus maridos e hijos.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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