Viernes, 23 de junio de 2006 | Hoy
Cuando Zapatero reabrió el siempre agitado debate nacionalista en la península con su propuesta de modificar los estatutos que rigen las autonomías (provincias) españolas, fueron los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco los primeros en demostrarle que se estaba metiendo en terreno resbaladizo. El PNV gobierna el País Vasco (una de las tres autonomías con más pretensiones nacionalistas, junto con Cataluña y Galicia) desde el final de la dictadura franquista y nunca ha ocultado que su objetivo político es lograr la independencia de los vascos del Estado español. Un objetivo peligrosamente cercano al que ha perseguido ETA desde su nacimiento en 1959.
Su máximo dirigente, el Lehendakari (nombre con el que designa históricamente al presidente de la autonomía vasca) Juan José Ibarretxe, presentó al Congreso un proyecto de reforma del estatuto de autonomía cuasi independentista que fue rechazado con contundencia. El gobierno pensó que todos sus planes de reforma federal se habían ido a la basura con mayor velocidad de la esperada. Pero Zapatero supo sacar provecho de la situación y ganó fama de firme defensor de la unidad de España con su rechazo, en un momento en el que la oposición lo acusaba de ser demasiado blandengue con las pretensiones nacionalistas. Gracias a ese capital político pudo enfrentar luego las críticas que le llovieron cuando sí aceptó la reforma del estatuto de autonomía que propuso Cataluña, la otra bestia negra de los fantasmas separatistas hispanos. El domingo pasado el referéndum por el nuevo estatuto fue aprobado con el 75% de los votos.
Pero el PNV quedó seriamente dañado después de la batalla, y cuando se abrió el proceso de paz con ETA comenzó a vislumbrar una salida del túnel en el que se había metido con su fracasado plan de reforma autonómica. Los nacionalistas vascos necesitan demostrar que todavía cuentan y por ende no quieren quedar afuera de las negociaciones que emprenderán este verano los representantes del gobierno español con el grupo separatista.
Zapatero recordó con rapidez que fue esa misma ansia de protagonismo del PNV la que interfirió de manera letal en 1998 en las negociaciones que emprendió el gobierno del derechista José María Aznar con ETA. Los nacionalistas vascos terminaron inmiscuyéndose en el proceso. Y no dudaron en mostrarse demasiado cercanos a las posiciones políticas de ETA. Esto hizo temer a la sociedad española en general y al gobierno del PP en particular que estaban destapando la caja de Pandora y que el paso siguiente a la desaparición del grupo terrorista iba a ser la independencia definitiva de los vascos. Aznar consideró inaceptable los términos políticos en los que se planteó la negociación y el proceso de paz quedó abortado.
Curado en salud, apenas se abrió el nuevo proceso de paz, Zapatero llamó a Ibarretxe a La Moncloa y le pidió con elegancia que esta vez se mantuviera al margen. El Lehendakari obedeció pero su partido demostró esta semana que no está dispuesto a ser silenciado. Su presidente, Jon Josu Imaz, anunció esta semana que el PNV dialogará con Herri Batasuna, brazo político de ETA a pesar de lo que opine el gobierno socialista. De seguir por este camino, es muy probable que el nacionalismo vasco de tinte conservador se presente como un actor difícil de manejar para el Presidente del gobierno español.
Para contentar a los escurridizos nacionalistas del PNV, Zapatero armará una Mesa de Partidos en la que se negociará el futuro del País Vasco, una modificación de su actual estatuto de autonomía y la previsible concesión de mayores márgenes de autogobierno. La agenda de esta mesa de partidos no está por ahora definida y el mayor escollo es que ETA pretende que se incorpore a la discusión el futuro del país vasco francés (ver aparte) y de la Comunidad Autónoma de Navarra, que no forma parte hoy del País Vasco pero que siempre ha sido reivindicada por los nacionalistas como parte de su territorio.
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