Jueves, 3 de agosto de 2006 | Hoy
El líder de Hezbolá pasó a estar en primer plano desde que comenzó la ofensiva israelí en el Líbano, hace tres semanas. Para muchos musulmanes, sería un símbolo de resistencia. Ahora tiene un terreno movedizo para llevar adelante su idea de un Estado dentro de un Estado.
Por Patrick Cockburn *
Hace un año parecía un rebelde sin causa. Hassan Nasralá, el líder de Hezbolá, era una figura importante en el Líbano pero parecía destinado a permanecer a un lado de la política de Medio Oriente. Era el líder más importante de la fuerte comunidad chiíta de 1,4 millón de personas en el Líbano y nadie dudaba de la eficiencia de Hezbolá como una organización paramilitar. Se sabía de él que era inteligente, carismático y experimentado, pero parecía haber llegado al tope de su influencia.
El gran momento de Nasralá aparentemente llegó y se fue en mayo de 2000 cuando Israel había retirado sus tropas unilateralmente del sur del Líbano. Regresó triunfante para reconquistar el territorio libanés y, si la victoria militar sobre Israel fue en pequeña en escala: un logro que no disfrutaron muchos líderes árabes en la última etapa del siglo pasado. Pero la partida de los israelíes del Líbano también le robó a Hezbolá su razón de ser y la excusa para formar un estado dentro de un estado. Sin duda su líder, Nasralá, seguiría en poder dentro del Líbano pero parecía cada vez más improbable que pudiera ser algo más.
Fue Israel el que decidió lo contrario. Al lanzar una campaña militar masiva en represalia por el secuestro de dos de sus soldados el 12 de julio, convirtió a Nasralá en un símbolo de resistencia del mundo musulmán a Israel. Los árabes, conscientes de la inercia, corrupción e incompetencia de sus propios líderes, aclamaron la resolución de los guerrilleros de Hezbolá. La mezcla de nacionalismo y religión de Nasralá demostró ser tan potente en el Líbano como había sido, en circunstancias muy diferentes, contra los estadounidenses en Irak. Pocos en el mundo previeron que Israel le iba a hacer el juego a Hezbolá como organización guerrillera capaz de sobrevivir a un ataque militar israelí. Tampoco había parecido probable que Israel, después de salir con tanta dificultad de la ciénaga libanesa tras 18 años, pudiera sumergirse nuevamente en ella con tanto entusiasmo.
Toda la carrera de Nasralá ha sido moldeada por las repetidas intervenciones de Israel en el Líbano desde la guerra civil a mediados de la década del ’70 hasta hoy en día. Si un helicóptero israelí no hubiera asesinado a Abbas Moussawi, jefe de Hezbolá y mentor y predecesor de Nasralá en 1992, éste no hubiera liderado la organización durante los últimos 14 años. La fuerza aérea israelí ha hecho todos los esfuerzos posibles por matarlo, bombardeando su hogar y oficina, pero todo lo que tiene que hacer ahora Nasralá es sobrevivir para convertirse en un héroe en todo el mundo árabe.
Nacido el 31 de agosto de 1960 en el distrito Bourj Hamoud del este de Beirut, el padre de Nasralá era un verdulero originario del sur del Líbano. Era el mayor de nueve hermanos que aspiraba a ser clérigo desde muy niño y fue eso lo que moldeó su educación. El clero local lo envió a estudiar al centro teológico chiíta en Najaf, en Irak, donde estuvo durante dos años y conoció a Moussawi. Saddam Hussein sospechaba de los entusiastas chiítas religiosos y en 1978 expulsó a los estudiantes extranjeros religiosos de Najaf.
El próximo evento importante en la carrera de Nasralá fue la invasión de Israel al Líbano en 1982 a la que se opuso vigorosamente, convirtiéndose en un célebre comandante guerrillero. También fue conocido por oponerse a una creciente influencia siria en el Líbano y por apoyar la lucha contra los israelíes en el sur del país. Tenía sólo 31 años cuando tras el asesinato de Mou- ssawi por los israelíes, lo convirtieron en líder de Hezbolá.
Nasralá tiene agudas habilidades políticas. Fue capaz de extender la influencia de Hezbolá dentro de la comunidad chiíta y minimizó sus diferencias con otras comunidades y líderes en el Líbano. Su hijo Hadi murió a los 18 años luchando contra los israelíes en el sur del Líbano en 1997.
Hezbolá, financiado por Irán en la década del ’90, pudo reunir cada vez más sus propios fondos después de 2000. También tenía un extensa red de escuelas y centros médicos. Como con Hamas en Gaza, la ineficacia de los gobiernos de Medio Oriente en proveer a sus pobres hace que los moderados logros sociales de un movimiento como Hezbolá sobresalgan. Hay límites a lo que cualquier partido comunal puede lograr en el Líbano por la dificultad en ganar el apoyo de afuera de las propias comunidades religiosas. Pero Nasralá y Hezbolá gozaron de mucho prestigio después de 2000. El partido ganó más bancas en la elección de 2005 después de la partida de las tropas sirias, 29 años después de su primera llegada con la aprobación de Estados Unidos e Israel.
Pero no todo iba de maravillas para Hezbolá. Podía tener dos bancas en el gabinete pero Estados Unidos estaba apoyando al nuevo gobierno libanés como un desafío a Siria e Irán, los históricos sponsors de Hezbolá. No cabe duda que Nasralá pensó que este verano era un momento oportuno para caldear la frontera con Israel. Pero no se esperaba que Israel y Estados Unidos olvidaran sus nefastas experiencias en el Líbano después de la invasión de 1982 y le hicieran el juego.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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