EL MUNDO › VISITA GUIADA A LA PLANTA NUCLEAR DE ISFAHAN

Teherán muestra sus cartas

 Por Angeles Espinosa *
Desde Isfahán

El gobierno iraní abrió esta semana a un grupo de diplomáticos y periodistas internacionales las puertas de la planta nuclear de Isfahán, en un gesto puramente propagandístico ante la proximidad del ultimátum dado por la ONU –el día 21 de este mes– para que deje de enriquecer uranio. Mientras, las ansias nucleares de Teherán se extienden por Medio Oriente y el Magreb, donde varios países árabes comienzan a desempolvar viejos planes para dotarse de energía nuclear de uso pacífico, como en teoría pretende Irán. La confirmación por Israel de que posee armas atómicas inflama esta determinación, de ahí que la Liga Arabe considere que deben debatirse conjuntamente los programas nucleares de Irán y de Israel.

Irán abrió su planta de conversión de uranio de Isfahán a la visita de nueve representantes de países no alineados y de un puñado de periodistas internacionales. En dicha instalación, situada en una zona industrial a unos 25 kilómetros al sureste de esa ciudad, se lleva a cabo la primera fase del ciclo para elaborar combustible nuclear: la purificación, reconstitución y transformación del uranio en hexafloruro, el gas que se inserta en las centrifugadoras para enriquecer el mineral. El gesto de Teherán, que buscaba enviar un mensaje de transparencia, se produce antes de que el próximo día 21 concluya el ultimátum del Consejo de Seguridad para que interrumpa el enriquecimiento y en medio de filtraciones de que ha acelerado sus trabajos para la instalación de 3000 centrifugadoras en Natanz.

Embutidos en trajes estériles (azules para los diplomáticos y blancos para los periodistas) y con la cabeza y las manos cubiertas, los invitados recorrieron el edificio principal del Centro de Tecnología Nuclear de Isfahán (INTC) guiados por el embajador iraní ante el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Alí Ashar Soltaniyé. Las instalaciones ocupan 120.000 metros cuadrados en un terreno de 60 hectáreas, cuyos accesos están protegidos por un amplio dispositivo antiaéreo. “Esta visita es una prueba de la transparencia del gobierno iraní”, declaró Soltaniyé.

Ante el bosque de tuberías y depósitos metálicos de aspecto aséptico, enseguida llamó la atención una cubeta que contenía un producto amarillo brillante. “Es el yellow cake (literalmente, pastel amarillo)”, explicó Soltaniyé en referencia a la pasta que se obtiene tras purificar y reconstituir el mineral de uranio. A pesar de sus torpes movimientos a causa de los trajes, los guantes y las mascarillas, todos los presentes se acercaron a la ventanilla a ver el misterioso componente. “Es de una calidad excelente”, señaló Soltaniyé, físico de formación, antes de aclarar que en ese estadio incluso podía agarrarse con la mano, ya que no representaba ningún peligro salvo que se inhalara o se ingiriera. No obstante, todos los visitantes pasaron por un medidor de radiactividad antes de abandonar las instalaciones.

Aunque la visibilidad del yellow cake lo convirtió en la estrella de todas las miradas, el punto culminante fue la visita a la sala 101C. Allí es donde se transforma esa pasta amarilla en hexafloruro de uranio (HF6), el gas que luego se introduce en las centrifugadoras para lograr el uranio enriquecido, el objeto de la polémica porque igual sirve para fabricar combustible nuclear (enriquecido al 5%) que material fisible para bombas (enriquecido por encima del 90%). En esa sala tienen puestos sus ojos los inspectores del OIEA. Dos cámaras vigilan 24 horas al día los cilindros a los que llega el HF6 para que no sean manipulados.

“Permitir su instalación ha sido un gesto por nuestra parte, ya que se trata de un proceso químico cerrado en el que no hay posibilidad de pérdida; el OIEA controla cada gramo de material que entra y sale”, insistió Soltaniyé tratando de eliminar cualquier duda.

Pero no es en el INTC donde en estos momentos tienen problemas los inspectores de la ONU, sino en la vecina planta de Natanz, unos 150 kilómetros más al norte. Diplomáticos acreditados ante la sede del OIEA en Viena filtraron el pasado viernes que cientos de técnicos y obreros han estado “trabajando febrilmente” en los laboratorios subterráneos de ese centro durante las últimas semanas. La autopista que une Teherán con Isfahán pasa por delante de esas instalaciones y los periodistas pegaron sus narices a las ventanas del autobús tratando sin éxito de apreciar algún movimiento. El lugar tiene el aspecto de un viejo polígono industrial en medio del desierto.

Los observadores sospechan que se han instalado tuberías, cables, paneles de control y aire acondicionado, lo que hace temer que vayan a colocar una nueva cascada de centrifugadoras. En Natanz existen ya dos cascadas de 164 centrifugadoras cada una, algo que se considera experimental. Para producir uranio enriquecido a escala industrial hacen falta decenas de miles de esas máquinas trabajando de forma coordinada (en cascada) y durante un tiempo significativo. Sólo entonces Irán habría llegado al estadio que teme la comunidad internacional.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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