Viernes, 11 de julio de 2008 | Hoy
EL PAíS › POCOS PRODUCTORES DE GUALEGUAYCHU SE ACERCARON A LA RUTA 14
Sin despertar atracción mediática, una veintena de personas, más media docena de camionetas último modelo, se mantienen a la vera de la ruta, esperando el acampe en Buenos Aires.
Por Mariano Blejman
Desde Gualeguaychú
Sin la televisión como propaladora, el influyente corte cohorte de Gualeguaychú se siente un poco desinflado. Pasó ya una decena de días desde que la Presidenta mandó las retenciones al Congreso, y desde entonces los hombres del campo argento se han visto poco y nada. Más ocupados por sembrar trigo y maíz (para la soja hay tiempo hasta octubre), el ex piquete del kilómetro 53 de la ruta nacional 14 parece un set olvidado de algún perimido canal de pueblo: no están los micrófonos, los cronistas se han ocupado del tractorazo del arrugado Pergamino, a unos 290 kilómetros de aquí, los camiones pasan cargados de granos y tiran pus por las bocinas cuando saludan. El efecto arrastre está desorientado. La convocatoria de la Mesa de Enlace a ocupar la vera del camino aquí se convierte en llamada al tablón, ya están puestas las mesas para seguir faenando. Dos remolques, un tractor, una máquina para fertilizar y media docena de camionetas (resaltan, otra vez, las Hilux 3D modelo 07/08) hacen de decorado, donde reina la desesperanza. Apenas una veintena de hombres y dos mujeres se pasan el mate en el prime time que antes ocupaba el esperado Alfredo De Angeli. Por lo pronto, se aguanta su presencia en la asamblea del domingo, que decidirá cómo se viaja el martes a Buenos Aires. La atracción mediática en estas horas hace acampe en Buenos Aires.
Son las 15 de un jueves soleado de invierno y, si hubiese que cantar una canción de fogón, no desentonaría “Canción de Alicia en el país”, de Seru Giran: Estamos en la tierra de nadie, pero es mía. ¿Cuál es el ánimo?, pregunta el cronista –único medio en este piquete que está solo y espera–, y el chofer del único tractor estacionado con dos banderas argentinas dice que a él lo mandaron a que viniera temprano, “me dijeron que iban a venir los canales”, repite como quien busca trabajo de extra en una película de Carlos Sorín. Entrada la tarde, no más de una veintena de dueños de tierras, arrendatarios y unos cuantos capataces pasan las tres horas y media de corte hablando de sus cuestiones. “Esta vez hacemos presencia diurna”, dice un hombre mayor, manos curtidas, la historia en la piel.
La barba descuidada del de la esquina resalta delante de los dos fierros inmensos que acaba de acomodar alguien, que no da nombre, de la empresa Unión Cerealera SA, demasiado bien vestido. La ratificación de Diputados de la resolución 125 ha designificado el corte de Gualeguaychú, otrora faro del campempecinado. Ahora la ronda es reparada por dos trailers ubicados en forma de corner de la abundancia, reflexionan sobre un tema un poco menos político que de costumbre: cómo cocinar bien un jabalí, que cada vez están apareciendo más acá. El de barba descuidada –todos la tienen un poco descuidada, pero éste la tiene más descuidada que todos– dice que lo mejor es cocinarlos con un poco de tocino.
Nadie da nombres ahora entre los presentes a la vera de la ruta: la desmediatización de Gualeguaychú es como una desilusión de amor a la mañana siguiente. Ya nada es lo que era, nada será como entonces. Un hombre de mocasines de gamuza busca novedades de Buenos Aires en su celular. Alguien le pasa el contacto del hotel, llama para hacer una reserva para el lunes: traición del subconsciente, el lugar se llama Hotel Europa. Ofrece city tours, shows de tango. Es barato: 50 mangos la noche, y a aguantar hasta el miércoles.
La esperanza está puesta en el mañana, que será hoy cuando el lector desande estas líneas. “Hoy somos pocos, pero mañana van a ver, y el fin de semana vamos a ser más”, apura y casi amenaza un abdomen elucubrado con años de preparación. Los presentes coinciden en que la siembra de trigo ha disminuido y que el maíz también sufre lo suyo. “El efecto –acusan todos con los ojos bien abiertos– será visto recién en un par de años.”
“Yo no estoy de acuerdo con lo que hicieron los militares, eh”, levanta el dedo Juan, 74 años, una gorra y una historia en Entre Ríos. Dice que tuvo que perseguir a los prófugos de los bombardeos del ’55, cuando era colimba. “¿Pero para qué seguir revolviendo el pasado?”, alude al discurso de la Presidenta entre los militares, hace un par de días.
En los dos o tres bares ruteros de la zona, la percepción del conflicto es bien distinta. Este diario se reserva los nombres de estos antros, puesto que hablan sus empleados: “No sé cómo hacen para no trabajar 100 días”, dice uno mientras barre baldosas flojas. “Han explotado a la gente durante años y ahora se definen como dueños de la patria. No hay campesinos chicos en este corte, todos los que están ahí –señala– tienen más de cinco mil hectáreas.”
Los inocentes son los culpables, dice su Señoría, sigue la canción de Alicia. Al escondido bar de Cuninga, entrando a Gualeguaychú, ya va poca gente cuando cae el sol. No es como antes. El único pool del lugar no es de siembra, sino de paño gastado, con diez bolas sobre la mesa, una negra lustrada, “que no entre en la primera carambola”, piden dos que juegan. El remonte de los campos del último lustro, aseguran, no alcanzó para que siguiera goteando juventud hacia los pueblos cercanos. La única ocasión en la que ahora se llena es cuando llegan los golondrinas santiagueños (“quién hubiese dicho, tan fiacas que se los ve”, opina un parroquiano) a cosechar arándanos, la nueva estrella de la zona. ¿Por qué nadie habla de los arándanos? Toda la producción va para afuera. ¿Al Hotel Europa? Aquí, en cambio, nadie parece hablar por uno mismo: “Si veníamos bien –dice una boina despeinada, repitiendo palabras del ausente Alfredo–, ¿para qué lo cambiaron? ¿Para qué?”.
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