Martes, 19 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › ENTREVISTA CON EL FILóSOFO ARTURO ANDRéS ROIG
En el tránsito hacia el Bicentenario, Roig plantea que hace falta “una segunda independencia” que contemple una reforma de la representación política, así como el reemplazo de “la pedagogía de guerra” impuesta por Sarmiento por un proyecto educativo que permita superar el racismo.
Por Javier Lorca
“Al segundo centenario de la independencia deberíamos llegar con ideas claras para refundar nuestras repúblicas, modificar nuestras formas de representación política y nuestras políticas pedagógicas”, dice Arturo Andrés Roig. El filósofo mendocino dedicó su rica vida académica a reflexionar sobre el pensamiento latinoamericano y las filosofías alternativas. Lo hizo en su provincia natal, en universidades de Argentina, México y Ecuador, donde vivió exiliado durante la última dictadura. A los 86 años, con modestia y lucidez profundas, analiza las cuentas pendientes de la emancipación latinoamericana.
–A poco del bicentenario de la Independencia, ¿en qué estadio encuentran a América latina los procesos de descolonización?
–En 2001 y 2002, cuando se produjo aquella crisis tan profunda, con los cacerolazos y el rechazo a los políticos, con la célebre frase “que se vayan todos”, me sentí adherido a esa exigencia, porque no encontrábamos un modo de contactarnos humanamente con grupos sociales que estaban en el poder político, representantes que no nos representaban. En ese momento, propuse ir más profundo y volver a un viejo tema que cada tanto se replantea en América latina, el de la segunda independencia. Hubo una primera independencia que lo fue respecto del imperio español. Pero en forma casi cíclica ha surgido la idea de la segunda independencia. Bolívar mismo enunció esa necesidad. En la Carta de Jamaica dice que quizá sea necesario volver a hacer la tarea que hemos hecho. Es decir, que la segunda independencia surge con la independencia misma. Porque la Independencia no fue un acto completo, cabal, de constitución de las naciones americanas, con la fuerza que se esperaba. También lo planteó Manuel Ugarte, en el célebre discurso que pronunció a los estudiantes chilenos en Santiago, donde les explicó por qué era necesario volver a luchar por nuestra propia identidad, nuestros propios intereses, nuestra visión del mundo. Porque hay una visión común en Hispanoamérica, una feliz posibilidad de diálogo, no por el origen hispánico –que tiene su cuota–, sino simplemente porque estamos constituidos por grupos humanos con conciencia de haber surgido al mundo contemporáneamente.
–¿Qué contenido debería tener esa segunda independencia?
–América latina tiene, como aspecto positivo, un origen común representativo republicano, mientras en Europa continúan las ideas monárquicas, que no se las pueden sacar de encima, ni aún hoy. Son repúblicas que tienen por detrás otras estructuras que no son visibles. Y eso no existe en Latinoamérica, donde hay una inclinación hacia gobiernos populares, un ideal político donde se piensa que podemos gobernarnos a través de representantes. Es decir, los ciudadanos eligen a sus representantes de acuerdo con sus intereses y se crean partidos políticos para orientar la representatividad. Este es una especie de canon latinoamericano que recién ahora está surgiendo en Europa, después de lo que fue la restauración europea, algo atroz. Europa, el primer continente colonialista de la historia del mundo. Europa, colonia de sí misma. Nuestro problema es que estamos atados a los vicios que ha generado el sistema representativo en la lucha por el poder político, vicios que están estructurados íntimamente dentro de los propios partidos. Entonces, una de las cosas pendientes fundamentales sería una urgente redefinición de la representatividad y una reconstitución de la representación política.
–¿Ese sería un objetivo de la segunda independencia?
–Por supuesto, la cuestión no sería tanto modificar la representación como sistema de gobierno, sino modificar el modo como los partidos manejan el acceso y controlan la representatividad. No sé si solucionaría algo “que se vayan todos” los representantes, no sé si podríamos sostener un país. El problema es cómo se eligen los representantes y los alcances que se les dan a sus atribuciones. Habría que redistribuir las atribuciones políticas, de modo que el país se gobernara no solamente desde un Poder Ejecutivo y un Congreso, sino desde otros niveles políticos y humanos, con participación de otros sectores sociales. Sería algo así como diluir la relación entre partidos políticos y representatividad, con diversos niveles de representación, como una respuesta posible. Porque este problema supone el reconocimiento de la existencia de sectores sociales diversificados, donde la representación no puede ser nunca de la misma manera para todos, cada sector tiene derecho a que las formas de representación vayan graduadas de abajo hacia arriba, que sea mucho mayor la participación de la sociedad en la toma de decisiones y que no se reduzca al Congreso nacional.
–Que ahora parece haberse revitalizado repentinamente...
–El Congreso es el símbolo de un sistema representativo que elimina la posibilidad de la voz de los representados, y la deja en manos de grupos que, por los modos en que se manejan, nada tienen que ver con aquellos a quienes representan. Es una de las grandes contradicciones de nuestra democracia. Es necesario denunciarla y buscar otras alternativas, que todos los grupos sociales tomen decisiones políticas y se responsabilicen en ciertos niveles y respecto de ciertos aspectos de la vida y la convivencia, decisiones que deberán ser respetadas por las autoridades superiores. De modo que el problema de la representatividad cambiaría. Porque si nos quedamos con el “que se vayan todos”, ¿qué pasa?, después vienen otros.
–¿Cómo interpreta, en ese contexto, el cambio de clima político que está atravesando América latina en los últimos años?
–Estamos viviendo una situación interesantísima en todo el continente. No hay más que pensar en lo que está ocurriendo en Bolivia o Ecuador. Una especie de despertar que se debe a la participación de los sectores sociales marginados y reprimidos desde posiciones ferozmente racistas. Los sectores indígenas de Bolivia estaban marginados desde que los españoles los mataban en las minas de plata; y de pronto se unen, son mayoría y lógicamente alcanzan el poder. En Ecuador a los indígenas se los marginaba de las elecciones, que eran “cosa de los blancos”. Ahora logran acceder a sus derechos y, nada más que con el voto indígena, Ecuador logra un gobierno que es una novedad absoluta en su historia, como es también el caso de Bolivia o Venezuela. He tenido ocasión de estar muchas veces en Venezuela, y siempre recuerdo la cantidad de rancheríos sobre las montañas, miserables rancheríos que continuaban hasta el infinito, y pensaba: el día que bajen de las montañas, ¿qué va a pasar? Felizmente bajaron y votaron a alguien que los tuvo en cuenta para gobernar. He tenido la suerte de ver lo que ha hecho un sistema que ellos llaman socialista. Cosas asombrosas, como ir a un pequeño pueblito perdido en los Andes, donde el gobierno juntó a cuatro o cinco viejos zapateros que hacían zapatos artesanales y puso una fábrica. Compró un terreno, llevó las máquinas, les enseñó a usarlos y, de estar haciendo unos pocos zapatos, pasaron a hacer de a miles; por ejemplo, para una escuelita de la Amazonía, para chicos que jamás usaron zapatos. Un dato importante para explicar todo esto es que en 1824 había unos 15 millones de indígenas en el continente, mientras ahora hay casi 60. Y esos 60 millones están presionando como grupo humano que también tiene derecho a vivir en la sociedad. Ahí entra el problema del racismo y de las diferencias de clases.
–En Argentina no ha habido un proceso similar e incluso el sentido común insiste en que no hay racismo.
–Mentira, es uno de los grandes problemas que tenemos que solucionar, problemas terriblemente vigentes en Argentina, Brasil, Chile, donde el racismo es muy fuerte. Que se acepte el rostro moreno o mestizo es uno de los grandes problemas de la educación latinoamericana. Este debería ser el segundo punto necesario de una segunda independencia de América latina: enriquecer la educación para superar la barrera de la marginación social derivada del racismo. Es cierto que en Argentina el problema es distinto. En Ecuador o Colombia, las poblaciones indígenas son grandes y están luchando por su sobrevivencia. En cambio, Argentina tiene encima el cargo de haber liquidado comunidades indígenas enteras, un genocidio de poblaciones y también de culturas. Argentina cometió formas de genocidio y las sigue cometiendo con las poblaciones que existen en el Chaco, en la Patagonia y otras regiones. Necesitamos una revolución educativa en el continente. No podemos seguir con la pedagogía de Sarmiento, ¡Sarmiento es un monstruo! Ha escritos brutalidades terribles e impuso el sistema carcelario de educación que denuncia Foucault en sus libros. Una pedagogía de guerra y de violencia, de ocupación militar. Hay un texto famoso en que dice: a mí que un chico no aprenda a leer en la escuela no me importa mucho, lo que me importa es que aprenda a estar sentado y calladito... ¿Hasta cuándo vamos a seguir “sarmientando”? Estos son grandes acarreos que traen nuestras naciones, desde que nacieron como repúblicas hasta hoy. Al segundo centenario de la Independencia deberíamos llegar con ideas claras para refundar nuestras repúblicas, modificar nuestras formas de representación política y nuestras políticas pedagógicas. Son problemas que tienen que ver con la supervivencia de nuestra comunidad.
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