Domingo, 20 de septiembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Edgardo Mocca
La casi totalidad de los diputados que reivindican su pertenencia al espacio progresista votaron a favor del proyecto de regulación democrática sobre los medios de comunicación audiovisuales. Se afirma así una tendencia que se insinuó en ocasión de la discusión de la reforma al régimen jubilatorio y, más recientemente, el sostenimiento de las retenciones a las exportaciones agrarias.
No debería sorprender la actitud tomada por el espacio de centroizquierda: la reforma de la “ley” dictatorial sobre los medios en un sentido antimonopólico forma parte del acervo político-cultural de ese sector. Sin embargo, hay buenas razones para interrogarse sobre la consistencia y la proyección en el tiempo de esa conducta. El propio episodio de la discusión de la ley muestra el profundo debate que atraviesa al progresismo.
Pino Solanas hizo todos los esfuerzos posibles para definir el voto de sus aliados en una dirección opuesta. Ni la orientación ni los argumentos del cineasta son novedosos; para él el conflicto político argentino gira en torno de un simulacro: el kirchnerismo oculta su faz –idéntica al menemismo, según Solanas– detrás de una fachada popular-progresista. Desnudar esa falsía es, desde hace ya un largo tiempo, la tarea principal de las fuerzas populares “verdaderas”.
En el caso de la ley de medios, la argumentación enfrentó un poderoso obstáculo. La elaboración del proyecto no es una lucubración de gabinete surgida entre gallos y medianoche del riñón kirchnerista: es el producto de un poderoso movimiento social que impulsaron organizaciones sociales y dirigentes políticos de innegable trayectoria y clara pertenencia a la izquierda. De manera que los argumentos para desecharlo y mantener en pie una ley que supedita la libertad de expresión a las necesidades de la “seguridad nacional” no lucían muy atractivos. En la práctica, la prédica oposicionista fue progresivamente aislada y reemplazada por una inteligente línea de negociación del proyecto punto por punto.
Por otro lado, Solanas, a pesar de su reciente notable elección en la Ciudad de Buenos Aires no ha alcanzado el liderazgo indiscutido del sector. Un importante núcleo de dirigentes y fuerzas de centroizquierda vienen sosteniendo una mirada distinta sobre el proceso político en curso. Martín Sabbatella, referencia central de esta corriente, lo sostuvo de modo insistente en su también exitosa campaña electoral: el kirchnerismo puede ser objeto de muchos y razonables cuestionamientos, pero no debería negarse que su gobierno ha desplegado una agenda de cuestiones centrales para el futuro. En consecuencia, aparece muy problemático el desarrollo de fuerzas populares y progresistas al margen de los nudos reales del conflicto político, tal como se viene dando en estos días.
Después de la votación en Diputados, asistimos a una inopinada intervención del columnista del diario Clarín Eduardo van der Koy en el debate del progresismo. En su comentario del viernes 18 pasado, advierte la generación de un bloque de poder kirchnerista para la transición, basado en el acuerdo con el centroizquierda. Añora de este espacio “la capacidad de análisis global que supo caracterizarla aquí y en cualquier rincón del mundo”. Y hace una serie de llamados de atención principalmente dirigidos al Partido Socialista, en el sentido de que su conducta reciente podría debilitar su esquema de gobernabilidad en la provincia de Santa Fe. El operativo extorsivo sobre el socialismo santafesino fue adquiriendo visibilidad en las últimas horas y se basa en el avieso rumor de una “compra” de los votos de la bancada de ese partido por parte del gobierno nacional. Las hasta ahora no desmentidas declaraciones de Felipe Solá sobre el uso de la chequera gubernamental para ganar la votación concurren en la generación de un clima –furiosamente amplificado por el grupo Clarín– en el que el debate político es sustituido por las descalificaciones sin fundamento.
Para la izquierda parece ser un momento de grandes definiciones. No se trata del falso dilema de apoyar o no al gobierno de Cristina Kirchner. Lo que está en cuestión es el perfil de una posición política y su proyección futura. En estos días hemos asistido a una demostración de fuerzas del progresismo. Lejos de quedar atrapado en una lógica de “todo o nada”, los diputados del sector activaron una negociación inteligente y con base de principios. Lograron la modificación de los aspectos más conflictivos del proyecto: la apertura del acceso de las telefónicas al negocio mediático y la composición de la autoridad de aplicación. Tenemos un proyecto con media sanción mejorado seriamente respecto de su redacción original. El Gobierno también hizo la experiencia de cómo la flexibilidad política y el diálogo facilita la construcción de mayorías concretas en temas de particular sensibilidad. El progresismo no puso esta vez el testimonio moral en el lugar de la definición política; no recitó su desgraciadamente frecuente apelación a todo lo que está mal en el país y a todo lo que este gobierno no ha resuelto. Se situó en la materia del debate y produjo un resultado que por su amplitud y contundencia crea favorables condiciones para el debate en el Senado.
Pero la discusión sigue. Y las presiones de los grupos multimediáticos y de las corporaciones empresarias se pondrán al rojo vivo. Están dispuestos a dialogar con un centroizquierda “serio”, “moderno”, “realista”. Con un centroizquierda que haya aprendido definitivamente la existencia de límites insalvables para cualquier proyecto transformador. No importa si el progresismo clama contra la pobreza y la injusticia: eso forma parte del folklore de cualquier “país normal”. El problema es que esté dispuesto a comprometer sus fuerzas en la definición de las pulseadas reales de poder que transcurren. Si así ocurre se termina con los buenos modales. Sobreviene el chantaje, las campañas de descalificación, el silenciamiento. Para tener buen marketing, la izquierda tiene que tener comportamientos “razonables”.
Parece estar naciendo un proyecto serio y maduro en el centroizquierda. Un proyecto sólida e indiscutiblemente democrático. Ajeno a toda idea fundamentalista y maniquea. Y dispuesto a crecer en democracia, a ampliar su base de sustentación con un horizonte de mayorías y de gobierno. Por supuesto que tendrá que recorrer un camino complejo y lleno de obstáculos. Pero ni el atajo de las concesiones políticas a la derecha, ni el ejercicio de la proclamación sectaria de las propias verdades al margen de la lucha política deberían torcer el camino emprendido.
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