Domingo, 20 de septiembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Un año después del crac financiero, el mundo gira en cámara lenta, como un boxeador aturdido. Los líderes hablan, los técnicos presentan informes, los terroristas se toman un respiro y las páginas se llenan con obviedades. Grandes discusiones en Medio Oriente, en América latina, que se diluyen en casi nada. Afganistán se estira como un chicle. Irán, Europa, Rusia y Estados Unidos juegan un póker interminable. Obama lleva dos meses dedicado a la reforma del sistema de salud y todavía faltan seis semanas para que se vote en Diputados. Todo es inercia y todo se prolonga, en Norcorea, en Sudán, en Honduras.
Hasta que, poquito a poco, despacito y con cautela, los viejos reflejos vuelven. Wall Street, campeón de los pesos pesado, se pone de pie.
Tras los despidos del año pasado, los brokers recuperan su antiguo nivel de empleo. Los salarios también vuelven a ser los de antes de la crisis, con Goldman Sachs pagando un promedio de 700.000 dólares anuales a sus 30.000 empleados, informa Alex Berenson en el International Herald Tribune de la semana pasada.
Y esas mismas firmas y esos mismos bancos –agrega Berenson– siguen vendiendo y comercializando los mismos instrumentos financieros altamente especulativos que supuestamente causaron la crisis.
Salvo, claro está, los “tóxicos” que fueron retirados del mercado con fondos públicos a un costo archimillonario.
Mientras tanto los grandes bancos fortalecen su posición dominante con fusiones apalancadas por los fondos federales del paquete de rescate, completa Cristian Carrillo en el Cash de hoy.
Como dice Berenson, sigue reinando en Wall Street la vieja cultura de tirar la moneda: si sale cara, ganás; si sale seca, te rescatan.
Hace un año el mundo estaba por el piso y todo iba a cambiar. Las operaciones especulativas, los paraísos fiscales, el consumo desmedido, los déficit impagables.
Reunidos en Londres, al borde del knock-out, los líderes del planeta prometieron un nuevo orden basado en una celosa regulación federal e internacional.
También prometieron ayuda a los países en desarrollo para sobrellevar los efectos del parate comercial que los países ricos habían causado.
Pero ahora que la recesión parece haber tocado fondo en Estados Unidos y Europa, ahora que China crece a un ritmo más que saludable, motorizando un repunte que se extiende al resto de Asia, ahora que India y Brasil empiezan a reactivarse gracias al dinamismo y la escala de sus mercados internos, ya no parece haber tanta urgencia y las promesas se estiran hasta fundirse en un mar de palabras.
Entonces el Fondo Monetario Internacional vuelve al ring para tratar de imponer viejas recetas y se reanuda la pelea.
Vuelven las fintas, los amagues, el juego de piernas.
Pero no es lo mismo. El campeón está tocado. Ya no puede demonizar al Estado. Ahora se limita a decir que a largo plazo su presencia se puede volver nociva. “Aun cuando la era del gran estímulo llega a su fin, el reinado del megagobierno se prolonga. La economía mundial no ha experimentado semejante intervencionismo desde los años setenta y la recesión ha reabierto el debate sobre el apropiado rol del Estado y los mercados en la economía moderna... La acción del gobierno, si se mantiene demasiado, puede generar burbujas de bienes de capital y otros males”, advierte Michael Schuman en el artículo de tapa de la última edición de Time.
Al borde del agotamiento, el campeón sigue lanzando golpes. Como acto reflejo, casi por inercia, aferrado a su instinto de supervivencia. Pero se mueve como en cámara lenta, exponiendo su flanco vulnerable.
El BRIC (Brasil, Rusia, India y China) se planta de igual a igual con las potencias de Occidente. China avisa que se cansó de comprar bonos del Tesoro norteamericano. Irlanda, el “tigre europeo”, se convierte en gatito. Se desploman los países del Báltico, supuestos ejemplos de la transición desde el comunismo. El nuevo paradigma del éxito es el modelo chino, con su planificación centralizada. Japón e Indonesia cambian su estrategia basada en manufacturas exportables para darles impulso a las pymes que generan empleos en el mercado local. La revolución verde está a la vuelta de la esquina. Obama agranda el déficit para gastar en salud, educación, vivienda y seguridad social. Aunque lo acusen de Hitler, o peor, de socialista.
A un año del crac financiero podrá parecer que nada ha cambiado porque el campeón sigue en el centro del ring, todavía activo, todavía invicto, todavía con capacidad de daño. Pero ya no se mueve como antes, ya no le baja el aplauso de la tribuna. Entonces amaga, agarra, estira el tiempo como en cámara lenta, porque el piso se le mueve, y porque no sabe si aguanta una piña más.
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