Domingo, 7 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Marcó del Pont, por Redrado, un avance. Suma negativa en la política. El horizonte del DNU, en Diputados y Senadores. Las flojas mesas de arena y otros traspiés en el oficialismo. Cobos, la ambigüedad en jaque. La pulseada con los correligionarios, la competencia con Carrió. Una señal eficaz y veloz de la Corte Suprema.
Por Mario Wainfeld
Mercedes Marcó del Pont sucede (y supera en calidad y confiabilidad) a Martín Redrado. El Fondo del Bicentenario se tratará en el Congreso y es probable que se apruebe. Los centros de veraneo, incluidos los que pueblan argentinos de limitados ingresos, están colmados. El ingreso universal sigue pagándose con puntualidad a los jefes de familia de millones de chicos. Entre éstos, muchos son argentinos de primera generación, un dato edificante que reproduce (una vez más) la tradición de acogida de nuestro país. Ese puñado de hechos que puede signar febrero alude a una sociedad y a una economía que, con sus bemoles y su persistente desigualdad, funcionan mejor de lo que se cree. En contraste, el desempeño del sistema político durante enero fue fatal. Un juego de suma negativa que aportó, de yapa, su granito de arena para agriar la cotidianidad de los ciudadanos, ya bastante asediada por el bombardeo enardecido de los grandes medios.
El oficialismo (actor determinante en un sistema presidencialista) es el principal responsable de los tropiezos político-institucionales. No está solo, los más poderosos partidos de la oposición sumaron lo suyo. Y el Poder Judicial (con la loable excepción de la sentencia de la Corte Suprema que se comenta en nota aparte) contribuyó al deplorable saldo general.
Los costos del bajón se compartieron en proporción al tamaño relativo: el kirchnerismo pagó la cuota mayor, otras fuerzas (la UCR y Julio Cobos) también perdieron en el promedio.
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El decreto de necesidad y urgencia (DNU) de creación del Fondo será votado en las dos cámaras del Congreso, bastando la aprobación de una para convalidarlo. Por ese motivo no es necesario que el tratamiento sea sucesivo, el Senado y Diputados pueden deliberar al mismo tiempo y, posiblemente, así se hará no bien empiece el período ordinario de sesiones, en marzo. Con la nueva integración y los pronunciamientos favorables de varios gobernadores (incluidos no kirchneristas como la fueguina Fabiana Ríos, el cordobés Juan Schiaretti y el radical Ricardo Colombí) el Frente para la Victoria asoma como mejor perfilado que el rejunte opositor en la Cámara alta.
Es un enigma qué hará el socialismo santafesino, conducido por Hermes Binner. El gobernador, como casi todos sus colegas, percibe que la existencia del Fondo puede servir de refuerzo y de alivio a las dolidas finanzas provinciales. Pero cavila en definirse a favor del oficialismo, en una coyuntura muy polarizada, con un partido cuyo gorilismo a veces incide más que el aval a su principal dirigente. Las alianzas vigentes a nivel provincial y las eventuales prospectivas para el 2011 complejizan el marco de la decisión. Si los parlamentarios socialistas votaran favorablemente, no sólo mejorarían las chances de la validación por el Senado. También achicarían las diferencias en Diputados. Los operadores del Frente para la Victoria, arrancando de atrás, trabajan voto a voto.
El principal bloque de centroizquierda, Proyecto Sur y sus aliados, puede ser estratégico. Su postura bascula entre el “no” (que lo agregaría, objetivamente, a la oposición de centroderecha) y la abstención, que sería muy buena nueva para el oficialismo. En su afán por diferenciarse de ambos, el dilema es difícil de dilucidar.
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Las sesiones ordinarias arrancarán a todo vapor con esa y otras discusiones. La oposición atravesó el verano proclamando su ansia para autoconvocarse y reivindicando su derecho a hacerlo, pero no pudo llevar a la práctica su retórica, un síntoma digno de mención.
Es verosímil pero no seguro que la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central sea un ítem de la nutrida agenda del Congreso. Es una deuda del oficialismo, que dejó pasar su mejor momento para hacerlo. El proyecto de Marcó del Pont cuando era diputada fue evocado en esta semana. Valga aclarar que se trata de una reforma tan necesaria como modesta: añade la obligación del Central de cooperar con el Gobierno y amplía sus obligaciones, más allá de garantizar el valor de la moneda. La necesidad de esos añadidos testimonia el sesgo insoportablemente noventista del régimen vigente. Tal vez la pura presencia de Marcó del Pont en el Central, amén de mejorar la coherencia del elenco de Gobierno, apunta a los objetivos de su proyecto de ley. Es de señalar que los reproches opositores y periodísticos no rozaron su trayectoria, sus dotes técnicas ni la calidad de su gestión previa. Un punto enorme en su haber, a la luz de la impiedad y brutalidad del debate público. El principal denuesto que se le dedicó es su condición “K”. Es curioso, se ensalzan el pluralismo y el debate pero cuando se describe al otro se niega su posibilidad de disentir. El “otro” es signado como corrupto, como cooptado, como privado de su voluntad. La cohorte republicana se autorretrata como dueña de la verdad, de la única verdad decente. Too much.
A Marcó del Pont la recibió un escenario financiero en llamas. El centro del mundo, esta vez Europa, desequilibró el tablero. La punta de lanza son países señalados hasta ayer como modelo: Portugal, Italia, Grecia, España. Los apodan PIGS, según la sigla de sus nombres en inglés, tal vez porque armaron un chiquero. Cabe reconocer, en módica digresión, la aptitud de los cerdos para ser noticia: primero la gripe porcina, luego las virtudes afrodisíacas de su carne, ahora otro jueves negro.
La crisis repercutió en este confín del globo, como en todos. Comentarios malévolos (y berretas) de presuntos especialistas quisieron cargar una cuota parte en la mochila de la flamante titular del Central.
En la interna del kirchnerismo, negada pero vigente, el ascenso de Marcó del Pont fue un acicate para sus cuadros progresistas, ligados a sus mejores banderas. Sirvió de contrapeso para novedades menos entusiasmantes.
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La Bicameral resolvió rápido. Sus sesiones tuvieron bastante reserva (exigencia de la reglamentación parlamentaria, no de la Carta Orgánica) aunque se filtraron algunas informaciones. Los tres miembros se llevaron bien, hablaron con respeto de los otros, las actas (rara avis) dan cuenta de que se tuteaban durante las sesiones. El resultado fue amable para el Gobierno y, encima, Julio Cobos sufrió daños colaterales. El cuadro comprueba que la mesa de arena previa del oficialismo pecó de catastrofista y errada. Tampoco se midió bien la capacidad de reacción de Redrado, la oposición y varios jueces. Tantos malos cálculos resintieron al oficialismo pero menos que la información difundida esta semana: los dos millones de dólares que compró Néstor Kirchner. Reducir el debate a negar la existencia de un delito es minimizar la esfera política. La violación de la ley es un piso demasiado bajo para medir conductas públicas, que se juzga con varas más severas. Sin contar que impera la máxima referida a la mujer del César.
Tampoco alcanza que la operación sea “en blanco”, dejando asientos formales y que se refiera a negocios válidos. Lo discutible es si un líder de la fuerza de gobierno debe hacer negocios. En uno de los tantos blogs nac & pop muy afines al kirchnerismo que acusaron el impacto, Tirando al medio, Gerardo Fernández afirma tajantemente que no. No es el único, ni el más drástico.
En diálogos informales, allegados cercanos a la mesa chica inquieren: “¿Qué quieren? ¿Qué pierda plata?”. Kirchner y la presidenta Cristina Fernández, a su modo, expresaron lo mismo. En el parecer del cronista, la respuesta es simple y dura. Perder dinero atañe al patrimonio familiar, perder votos y capital simbólico perjudica a un acervo colectivo, el de un conjunto que Kirchner lidera. La vocación política impone pruebas rigurosas, ajenas al promedio de las personas comunes. Las repercusiones del negocio trascienden al ciudadano Kirchner.
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“¿Cómo la inacción dejé, que es la cordura?”, se reprocha un rabino soñado por Borges en su poema “El Golem”. Con vocabulario más acotado, Cobos se habrá preguntado lo mismo. La Bicameral lo ponía contra las cuerdas: imposible sostener la ambigüedad que tanto le redituó. Desvirtuó su condición de vicepresidente con el voto no positivo, se encaramó al podio de candidatos opositores. Se mantuvo, burlando el espíritu de la Constitución, en la cresta de la ola. Ya había probado ser antagónico al kirchnerismo y ser eficaz en ese cometido. Quiso redondear su imagen ostentando estilo y modos distintos al oficialismo. No ser su contracara en espejo, sino ser su rival más viable y una alternativa.
Siempre fue un camino de cornisa, que se estrechó cuando tuvo que tomar decisiones. Eligió la ambivalencia de nuevo, se topó con las exigencias de la dirigencia radical y con la competencia de Elisa Carrió. Riñó con sus correligionarios, desairando sus consejos. En los días venideros las dos partes minimizarán las discrepancias, se apegarán al texto de un dictamen que casi nadie leerá. La revisión será menos sincera que las recriminaciones, hay un conflicto entre el radicalismo y su mejor candidato, el hijo pródigo.
Entre bambalinas, las dos facciones lo reconocen. Los radicales que se quedaron creen que habrá una confluencia. “No tiene nuestros genes –describe uno de los avezados dirigentes alfonsinistas que lo entorna– y dejó en el camino a Iglesias, al partido y a los Kirchner. Es de temer, tiene firmeza. Pero nos necesita. No puede ser candidato sin el apoyo del radicalismo.” Los boinas blancas lo encauzarán, suponen. Imaginan un camino a la vieja usanza: programa, formación de cuadros, límites en las alianzas. No consentirán coaliciones con Francisco de Narváez o Felipe Solá, con las que Cleto fantasea. Eso sería un punto de quiebre, quedaría sin aval partidario, sin chances electorales. En derredor del vice piensan que es otra la correlación de fuerzas, más propia del siglo XXI: es el candidato quien le marca el paso al partido.
En el otro bando relativizan aun eso. Mencionan encuestas que probarían que hay otras figuras con buena intención de voto, Ricardo Alfonsín sin ir más lejos. Los sondeos que manejan el vice y (por otro lado, más vale) el kirchnerismo, proveen números sideralmente distintos.
Esta historia continuará.
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Elisa Carrió elige otro perfil, a su modo más sencillo: el de la máxima opositora al kirchnerismo. No en su estilo, polarizador y binario como el de su rival. No se muestra como alternativa, sino como antítesis. Los pininos de Prat Gay en la Bicameral embretaron ese cometido sin grises. El ex banquero central tenía argumentos y motivaciones subjetivas para querer defenestrar a Redrado. Fue –reconocen sus pares– quien mejor lo interrogó, quien más lo hizo contradecirse, quien más sabía del asunto en cuestión. Carrió le fue haciendo saber a “Alfonso” que debía plegarse a su regla de oro: jamás de acuerdo con el oficialismo. Prat Gay dudaba, hubo discusiones.
A partir de ahí, se bifurcan las narrativas dentro de la Coalición Cívica. Según allegados a Prat Gay, la renuncia de Redrado licuó las dudas del diputado cívico: el dictamen era virtual, la cuestión de hecho estaba zanjada, se podía honrar el mandato estratégico partidario. Así, discurren, lo hizo el miembro de la Bicameral.
Según otros diputados cívicos, primó la disciplina partidaria, Carrió se la impuso a un reticente “Alfonso”. No hubo avenimiento sino limitación a un conato de desobediencia.
Los dos relatos provienen de la misma fuerza, difícil espigar cuál es el real. Lo palpable, a cuenta, es que en todas partes se cuecen habas.
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Gobernar es arduo en todas las latitudes. Edward Kennedy falleció, los demócratas perdieron una banca en el Senado, la reforma de salud del presidente Barack Obama se interna en zona de riesgo. En España, la crisis zarandea al socialismo, sus querellas con los populares tienen un tono y una virulencia desorbitados aun para los crueles parámetros de la política argentina.
En estas pampas, nadie le saca el jugo al rediseño de minorías ulterior al 28 de junio. El oficialismo niega el nuevo escenario, pretende obrar con la desenvoltura de sus primeros años, los de la emergencia. La oposición denuncia, clama, entorpece, propone poco. Se aglomera para frenar acciones, exacerba su competencia interna. La mayoría de los contreras que gobiernan territorios no exhiben resultados ni conductas distintas a las del oficialismo nacional.
De cualquier modo, la Argentina tiene mejores indicadores socioeconómicos que en 2003, cobertura jubilatoria mucho más extendida, un plan de ingresos vastísimo. También su cota de gobernabilidad y sustentabilidad económica es más alta que un sexenio atrás. Conservar esos avances y proponer mejoras, correcciones o saltos de calidad es un cometido conjunto, en un sistema que distribuye el poder y, por ende, las cargas. Los protagonistas, en enero, patearon contra sus respectivos arcos y contra el arco de todos que es el sistema democrático.
Febrero recién empieza.
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