Domingo, 10 de abril de 2011 | Hoy
EL PAíS › SEIS MESES SIN KIRCHNER: LA OPOSICION PERPLEJA
La oposición no consigue reponerse de la pérdida de su fetiche. Octubre fue su oportunidad de entablar diálogo con la sociedad a partir de una agenda real. Prefirió convertir al secretario general de la CGT en un fetiche de reemplazo. La inverosimilitud de esta construcción ahonda la crisis opositora. En La Plata se procura escarmentar cualquier reparo racional a la demagogia punitiva, con el posible enjuiciamiento de un juez en base a acusaciones falsas.
Por Horacio Verbitsky
A casi seis meses de la muerte de Néstor Kirchner la oposición no se repone de su ausencia y no cesa la acción de-sintegradora de la fuerza centrífuga que se puso en movimiento aquel 27 de octubre. Peor aún, su velocidad se acelera. Esto es muy distinto a decir que el gobierno nacional no haya sentido su pérdida, porque cumplía un papel de organización política muy importante. Mientras el gobierno de CFK y las fuerzas políticas que lo sostienen se dedicaron en forma coherente a reemplazar a Kirchner, con mayor o menor éxito en sus distintas tareas, la oposición perdió su fetiche y se le cuarteó hasta deshacerse el plano que la guiaba por un país ideal, poco parecido a la Argentina realmente existente. Es interesante indagar por qué.
El supuesto básico, instilado desde las principales bocas de expendio del sector por unos pocos perversos y repetido ad nauseam por un rebaño de tontos, era que Kirchner ejercía el poder y Cristina se encargaba de las cuestiones ceremoniales que incordiaban al ogro. Por eso hasta les costó entender que no comenzaba un nuevo mandato presidencial. La sorpresa al descubrir el error fue tan grande como había sido el ninguneo previo a la presidente. Se manifestaron desde entonces tendencias profundas de la sociedad, de las que había habido fuertes indicios previos desatendidos: la creciente movilización juvenil y académica en torno de la ley de servicios de comunicación audiovisual en el segundo semestre de 2009, el acercamiento entre las juventudes sindical y política (que esta semana se reunirán en un Congreso de la Militancia en Chapadmalal), la eufórica participación popular en las celebraciones del Bicentenario en mayo de 2010. Esa asombrosa fiesta masiva que nadie supo prever, como consta en las notas previas sobre el presunto “fastidio por el estruendo hiriente”, que suscita “un sarcasmo sordo” y un “pronunciado aire de ajenidad”, fue concebida y organizada por la propia Cristina. El mapping sobre el Cabildo y el espectáculo de Fuerza Bruta, constituyeron un inédito debate ideológico de masas, festivo y sofisticado.
Más allá de la angurria con que el Grupo Ahhh se arrojó sobre los cargos parlamentarios luego de siete años de embanderarse de consensual y dialoguista, su incapacidad para sobreponerse a un gobierno electoralmente debilitado se debió a la incapacidad de discutir una agenda verdadera de cara a la sociedad, de señalar las falencias del programa oficial y proponer un programa superador. Conducida por una jauría de columnistas que repetían con escasos matices personales un libreto único, redujo la compleja realidad a un par de dimensiones que sólo consultaban algunos intereses particulares y compensó este empobrecimiento adornándola con un formalismo republicano tan incompleto como insincero. La muerte de Kirchner fue una gran oportunidad para que la oposición se liberara del relato ideológico en que había quedado atrapada y comenzara un diálogo con la sociedad sobre bases reales. Pero en vez de replantear su acción optó por buscar un fetiche de reemplazo que le permitiera volver a refugiarse en su perdida ficción consoladora. En lugar de Kirchner invistió como nueva encarnación del Mal al secretario general de la CGT, Hugo Moyano, emblemático de lo que él mismo llamó no sin humor los feos, sucios y malos, como para dejar en claro el componente de clase. Su demonización es muy tranquilizadora, porque simplifica el análisis y al mismo tiempo dota a las interpretaciones de una intensidad emocional que hace más tolerable la cotidianidad en un paisaje árido para la oposición. Pero este escamoteo de los múltiples pliegues y dimensiones de lo real y el olvido de los asuntos de fondo sobre los que se disputa en la política, tiende a reproducir ese desmedro opositor, robusteciendo la primacía presidencial. Con un inconveniente adicional: la construcción del fetiche Moyano es inverosímil: su relación personal con la presidente carece de intimidad y fluidez y tanto la alianza que ambos consideran estratégica, como los conflictos que puedan existir por las diferentes prácticas y estilos, sólo forman parte de una relación política. Por esa dificultad, el perfil del monstruo es confuso. Ora se lo presenta como un dócil instrumento oficial para agredir a pacíficos demócratas y laboriosos empresarios, ora como una amenaza que se cierne sobre la presidente. A esta altura parece claro que ambos privilegian lo esencial de modo que las cuestiones accesorias no les nublen su visión.
La discusión por el incremento del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias de la cuarta categoría es un buen ejemplo de los acomodamientos que una relación racional impone a ambas partes. La CGT (y también las dos ramas de la CTA) reclamaban su alza, lo cual favorece a los asalariados de mayores ingresos, y el gobierno demoraba una respuesta. El cuestionamiento sindical llegó a argumentar que ningún país del mundo grava los salarios de sus trabajadores. No es así, sólo que en otros países no se lo llama impuesto a las ganancias sino a los ingresos. En Brasil, el impuesto a las ganancias de las personas representa el 0,4 por ciento del Producto Interno Bruto; en Chile el 1,2 por ciento y en la Argentina el 1,6 por ciento. En cambio en Estados Unidos, Italia y Gran Bretaña llega al 11 por ciento; en Alemania casi al 10 por ciento y en Francia al 8 por ciento. Pero el pago de impuestos sobre los ingresos no implica convalidar ni los niveles salariales ni la regresiva estructura impositiva actuales. Existe además un alto nivel de evasión en el pago de este impuesto, que no se debe a los trabajadores en relación de dependencia, sino a las empresas y los trabajadores autónomos. Eliminar esa evasión y gravar las rentas financieras que siguen exentas sería una contribución de fondo a la deseada mayor equidad. Como no afecta a todos los trabajadores sino sólo a los de altos ingresos y su tasa se eleva según el nivel de las remuneraciones, es indiscutible que se trata de un impuesto progresivo, sobre todo en las condiciones de fragmentación del mercado laboral y consecuente heterogeneidad dentro de la clase trabajadora que, aun atenuadas, subsisten.
Desde 2001 hasta 2010, el promedio del salario nominal de los trabajadores registrados del sector privado creció más de cuatro veces y medio (de 883 a 4.077 pesos). Este incremento se debió en parte a la mejora real de las remuneraciones pero también a la creciente variación de precios. En esos años, el mínimo no imponible creció menos que los salarios nominales y el costo de vida, por lo que el impuesto alcanzó a mayor proporción de los trabajadores. Mantener estable el mínimo no imponible en términos reales hubiera requerido un incremento del 48 por ciento, que es lo que variaron los precios desde 2008, y para acompañar la evolución del salario de los trabajadores privados registrados el incremento debería haber llegado al 90 por ciento. Cristina sólo lo aumentó el 20 por ciento. El mínimo no imponible del impuesto a las ganancias para un trabajador casado y con dos hijos pasó a ser de 7.998 pesos mensuales, mientras que mantenerlo en los mismos términos reales que en 2006 (fecha del anterior aumento) hubiera requerido elevarlo a 8.265 pesos, y equipararlo con el nivel real de 2001, a 10.464 pesos. Para seguir la misma evolución del salario de los trabajadores privados registrados desde 2001, debería ser de 13.000 pesos ahora, como se observa en el gráfico. CFK se manejó con flexibilidad: defendió un impuesto progresivo pero antipático y evitó un conflicto con la representación sindical. Mucho más simple que esta complicada cuenta es la construcción de un nuevo fetiche a quien clavarle alfileres como culpable de todas las desventuras.
La sarta de documentos políticos y editoriales que instaron a defender la democracia en supuesto peligro refleja la impotencia de la oposición para hincar el diente en la sustancia sólida de lo real. De tanto masticar espejismos deben tener las mandíbulas adoloridas. Que esta retahíla se haya desencadenado a partir de un hecho menor, como el conflicto que dificultó en forma parcial la distribución de un diario un domingo, muestra además la escasa autonomía que las principales fuerzas políticas tienen cuando están en el llano, premonitoria de la subordinación a los intereses particulares con que operarían una vez más si pudieran volver al gobierno. Durante cuatro días de enero y abril del año pasado en París trabajadores en huelga contra un plan de recortes en la distribución de diarios impidieron la aparición de Le Monde y de otros medios. En Italia los trabajadores del Corriere della Sera bloquearon la aparición del diario y la actualización de su página web el 30 de septiembre y el 1º de octubre últimos. Los periodistas de la británica British Broadcasting Corporation (BBC) pararon el 5 y el 6 de noviembre de 2010 como protesta por recortes salariales y previsionales, lo cual obligó a suspender programas como The World Today y reemplazarlos por otros ya emitidos. En ninguno de estos casos ni los medios afectados ni las cámaras patronales ni la oposición a los respectivos gobiernos mencionó la libertad de expresión. Ante una cámara oculta a un delegado gremial, la Justicia de esos países ¿hubiera abierto una investigación sobre el trabajador, considerando extorsivos sus reclamos, o sobre la empresa por violar las prácticas de lealtad recíproca en la relación de las partes?
Sólo la alianza con los poderes fácticos permite que pase casi inadvertido el desdén institucional de las principales fuerzas que proclaman su objetivo supremo de acabar con el kirchnerismo. Tanto la UCR como el Peornismo Federal han decidido seleccionar sus candidatos al margen de la ley. Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, con los padrones oficiales, documento único de identidad y control judicial garantizan una transparencia democrática que nunca conocieron las “instituciones fundamentales del sistema democrático”, como la Constitución considera a los partidos políticos. Este apartamiento de la ley por presuntas conveniencias políticas, no ha merecido una sola observación por parte de los demócratas más empedernidos del ágora ni del foro. El radicalismo anunció una elección interna a fin de abril entre sus precandidatos, el Peornismo Federal una serie de confrontaciones regionales escalonadas, ambas sin padrones oficiales, control judicial ni mecanismos para impedir la intromisión de terceras fuerzas, como ya denunciaron tanto el ex senador Eduardo Duhalde, que acusa al gobierno nacional, como el gobernador puntano Alberto Rodríguez Saa, que señala al macrismo. La primaria que los enfrentó en la Capital Federal fue un éxito notable: no hubo una sola denuncia de irregularidades y a las once de la noche ambos candidatos anunciaron sonrientes que se habían repartido en partes iguales los delegados, porque la diferencia entre ambos fue apenas del 0,7 por ciento. El único inconveniente es que sobre un padrón de 2.475.193 electores votaron 33.704 personas, es decir el 1,36 por ciento, cuando la ley que se aplicará en agosto establece un piso del 1,5 por ciento para que el vencedor pueda ser candidato. Hoy tratarán de saltar esa valla en cuatro provincias del NEA. Ernesto Sanz renunció a la presidencia de la UCR para competir en su interna partidaria con Ricardo Alfonsín, mientras el vicepresidente Julio Cobos anunciaba que sólo participaría en los comicios legales de agosto. Pero luego de las elecciones de gobernadores en Catamarca y Chubut, que les hicieron ver el abismo al que se acercaban, Sanz desistió del cotejo de abril y Cobos del de agosto. Sanz tratará de reconstruir la compleja ingeniería electoral elaborada por la Asociación Empresaria (AEA), descrita en esta página el 23 de enero. Durante las reuniones realizadas en la Unión Obrera de la Construcción, se planteó la ascensión de Gerardo Martínez a la secretaría general de la CGT, en lugar de Moyano, la del operador de la trasnacional italiana Techint, Luis Betnaza, a la presidencia de la UIA, y la conformación de dos fórmulas presidenciales: Sanz-Gabriela Michetti y Daniel ScioliJuan Manuel Urtubey, y un pacto político y económico, con recorte de derechos laborales y contención salarial. La fortaleza del gobierno nacional provocó la deserción de Scioli, que irá por su reelección bonaerense en octubre, y la de Urtubey, que lo intentará hoy en Salta; el desplazamiento de Betnaza por José Mendiguren en la UIA y la consolidación de Moyano en la CGT. La última utopía veraniega que aún se recorta contra el horizonte muestra a Sanz y Michetti, cuesta arriba sobre la arena.
Los partidos testimoniales se desvelan por superar el umbral del 1,5 por ciento. La Izquierda Extraparlamentaria a Pesar de Sí Misma está negociando el primer acuerdo electoral de su historia, confiada en que le resulte más fácil explicar sus afinidades que sus diferencias, y Duhalde ha mencionado una posible primaria entre las distintas fuerzas que pretenden impedir la victoria kirchnerista. Sólo lo sostiene el anhelo de venganza, mucho más importante que cualquier análisis sobre el tipo de gobierno que podría engendrar esa propuesta. En la misma sintonía, Maurizio Macrì propone una fórmula de unidad, que con generosidad se ofrece a encabezar. Esta hipótesis no parece gozar hasta ahora de mayor viabilidad, a medida que se multiplican las declaraciones de principios de quienes anuncian sus límites y comunican que podrían unirse con algunos pero no con otros. No hace falta enumerarlas, porque son la mayoría. Las únicas excepciones serían Macri-Duhalde (aunque Michetti ya dijo que el ex senador no puede ser candidato porque nadie lo votaría), Alfonsín-Binner-Stolbizer y Binner-Solanas-Stolbizer, pero no Alfonsín-Solanas, lo cual plantea un insoluble dilema lógico.
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