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No hacerse los distraídos
Por Eduardo Sigal*
Nadie puede hacerse el distraído: Menem está especulando con la posibilidad de no presentarse a la segunda vuelta electoral del 18 de mayo. De otra manera habría que creer en un encadenamiento “casual” de declaraciones y en un rumor generalizado, inorgánico e inexplicable.
¿Qué significa esto? Que existe la posibilidad de que no haya ballottage. Y, en consecuencia, de que la voluntad soberana del pueblo no pueda expresarse. Más aún: la posibilidad de que tal imposibilidad se pretenda explicar (así lo hacen Patti y Rodríguez Saá a nombre de Menem) por la falta de garantías de transparencia en el acto electoral, sería la evidencia de que Menem prefiere la crisis institucional, el deterioro de la imagen internacional del país, la incertidumbre y la deslegitimación de las instituciones democráticas antes que el hecho puro y simple de una derrota electoral.
Se está jugando con fuego; se está convocando a los fantasmas más terribles del pasado histórico de nuestro país. Parece que se quiere reproducir –esta vez en forma de caricatura grotesca– la antinomia peronismo-antiperonismo, aunque esta vez enarbolada no por un líder popular discutible pero poderoso en términos de adhesión popular, sino por un ex presidente en el ocaso de su predicamento social.
Tiene que pensarlo seriamente el doctor Menem. Perder una elección es una alternativa de la democracia; aun en el probable caso de que los guarismos sean amplios y contundentes. Desde De Gaulle hasta Churchill, desde Carter a Felipe González y muchos otros hombres decisivos en la configuración del mundo democrático de nuestros días perdieron elecciones. Lo que no hicieron fue confundir su derrota o su decadencia con el caos de sus países. Así se comportan los auténticos demócratas. Conservadores o progresistas, estatistas o liberales, hay un rasgo distintivo del estadista respetuoso de la voluntad de sus pueblos: la actitud de poner el destino de la sociedad por encima de sus proyectos personales.
Está a tiempo el doctor Menem. Tiene que desmentir definitivamente a los que anuncian su retiro. Y si no está dispuesto a afrontar la derrota electoral tiene que renunciar remitiéndose con sinceridad a las verdaderas causas, es decir a la seguridad de que será derrotado el 18 de mayo. De otro modo tendrá que sumar, a todos los daños que su gestión ha provocado al país, la actitud cobarde de quien ante la derrota descalifica a sus adversarios y ensucia el procedimiento constitucional de elección. Todos los graves problemas institucionales que pudiera provocar su conducta tendrán un solo e inequívoco responsable: el propio Menem.
Argentina necesita el ballottage. Si Menem lo evita con el argumento del fraude quedará en la historia como el que prefirió el deterioro de su república antes que su propia derrota.
* Senador provincial.