Domingo, 23 de noviembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › EL ROL DE CFK A PARTIR DE 2016, CUANDO ASUMA EL NUEVO PRESIDENTE
A siete meses de la inscripción de candidaturas emergen dos postulantes opositores bien asentados en sus distritos, pero sin implantación en el resto del país y un frente oficialista con despliegue nacional, pero sin un candidato que conforme a su conducción. Lo que recién comienza a debatirse es cuál será el rol de Cristina: entre posibles candidaturas para controlar desde un cargo político y la conducción desde afuera del sistema, en sintonía con la militancia y los sectores populares.
Por Horacio Verbitsky
En 2011, Maurizio Macrì fue reelecto jefe del gobierno de la CABA con más del 64 por ciento de los votos; Massa se impuso en las legislativas bonaerenses de 2013 con casi el 44 por ciento. Esto es el 17 por ciento del padrón nacional para Massa y el 3,7 para Macrì. La suma aritmética de ambos resultados, el 20,7 por ciento les aseguraría un piso no desdeñable. Ambos tienen en sus filas a remanentes del bipartidismo radical-peronista y los dos intentaron tomar por abordaje al Justicialismo. Como ninguno lo logró optaron por dirigirse hacia la resignada Federación Cívica Radical, donde tuvieron más éxito. Esto puso en tensión al Frente Amplio UNEN, basado en la confluencia de radicales y socialistas con algunas fuerzas menores siempre a la búsqueda de algún trapecio del que asirse, como los microemprendimientos de Fernando Ezequiel Solanas Pacheco, Elisa Carrió, Margarita Stolbizer o Humberto Tumini (cuya versatilidad indujo al mordaz sociólogo Artemio López a rebautizarlo Liebres del Sur).
La única fórmula viable para sumar los rendimientos del PRO y el Frente Renovador sería que Maurizio Macrì fuera candidato a la presidencia, ya que no puede aspirar a un tercer mandato local, y Massa a la gobernación bonaerense. Esto es difícil, porque ambos aspiran al premio máximo. Pero la ausencia de los respectivos líderes en cada distrito podría restarles votos, ya que ninguno de los precandidatos del PRO parece a la altura del CEO partidario, que se especializó en negocios dudosos antes de volcarse a la política, y Massa no tiene un candidato indiscutible para la gobernación bonaerense. El coqueteo con el Novio de América no parece tener otro objetivo que dañar al gobierno, pero al costo de un conflicto interno con los demás aspirantes que, como mojigatos de sacristía, se horrorizan por la combinación del gorro frigio con el hilo dental.
El oficialismo superó el 45 por ciento en la elección presidencial de 2007 y llegó al 54 por ciento en la de 2011. Sus peores desempeños fueron en las legislativas de 2009 y 2013, pero aun en ellas rozó el 33 por ciento nacional. Esto mide la dificultad de enfrentarlo y explica tanta desesperación por sumar todo lo que esté a la mano, un cálculo muy racional desde el punto de vista de las elecciones, pero de pronóstico reservado si se trata de gobernar. La gran animadora del show político nacional acometió contra sus compañeros con los puños llenos de verdades: es cierto que en una causa del juzgado federal Nº 1 de Lomas de Zamora, un detenido por tráfico de estupefacientes informa a sus jefes en Colombia que Massa les anunció un inminente allanamiento, que atribuyó a enemistad política del gobierno nacional; es verdad que Julio Cobos integró la fórmula presidencial con CFK y que entre los aportes a la campaña hubo algunos empresarios que luego fueron muertos o procesados por el tráfico de efedrina; cada día es más ostensible que Hermes Binner debe una explicación por el narcotráfico en Santa Fe. Pero nada de eso era desconocido cuando Elisa Carrió conformó ese frente, ni permite afirmar que Massa, Cobos o Binner sean “el narco”. La diferenciación entre Massa-out y Macrì-in sólo responde a un capricho personal, como lo demuestra la pintoresca descripción del ex vicepresidente ejecutivo de SOCMA y Sideco Americana como corrupto pero republicano. Las escandalizadas respuestas de los aludidos no incluyen la menor reflexión autocrítica sobre sus propios exabruptos. La única diferencia es que ellos sólo los dirigen al kirchnerismo, lo cual está permitido durante la temporada de caza electoral. Con su afectación de dignidad mancillada, el ingeniero Cobos dijo que Carrió abusaba de su condición de mujer. Este pacificador de los espíritus y buscón de consensos en tiempos de crispación implicó así que si se tratara de un hombre le pegaría.
A nueve meses de las PASO, el gobernador bonaerense Daniel Osvaldo Scioli es el precandidato del oficialismo que prefieren los apostadores. La hipótesis de su candidatura provoca reacciones ambivalentes en el Frente para la Victoria: desde optimismo, porque cuando hay elecciones la primera obligación es ganarlas, hasta desazón por las ostensibles diferencias conceptuales en demasiados rubros, por no hablar de sus amistades e intereses. Algunos disensos son puestos de relieve por el propio Scioli y su equipo de colaboradores, como sus reiteradas alusiones a la enmienda de las leyes de defensa nacional, seguridad interior e inteligencia nacional para conceder una vez más tareas policiales a las Fuerzas Armadas, o las definiciones económicas de sus asesores Mario Blejer y Miguel Bein. En ningún caso es posible apreciar alguna diferencia con las postulaciones de Massa y los suyos, y la semana pasada ambos participaron en un seminario organizado por un traficante de armas en la Universidad Católica y con auspicio de la escudería Hadad, para impulsar la agenda de las nuevas amenzas del Comando Sur. También contribuyen a la difusión de las diferencias de DOS con CFK, quienes preferirían que surgiera otra opción y terceros neutrales. Así circuló en la web un reportaje que Scioli concedió a la revista Playboy en abril de 1990, cuando sólo era conocido por su amor al agua, a la velocidad y a Karina Rabolini. Allí contó que un hermano suyo fue secuestrado “por los terroristas, como secuestraron a tanta gente de alto poder adquisitivo”. Según su visión, “estaban los terroristas y los militares matándose unos a otros y en el medio los secuestrados. Era una cosa absurda. Fue una gran disgregación, una gran pérdida. Menos mal que después se fue resolviendo todo”. El entrevistador le hizo notar que en esos años “hubo desaparecidos”. Para Scioli “es muy difícil tomar una posición a favor o en contra porque creo que en toda era debe haber habido injusticia, debe haber habido mucha gente que pagó con su vida las culpas de otros. No se puede tener un concepto o una definición generalizada para esa situación tan delicada, porque en muchos casos, si las Fuerzas Armadas no hubiesen actuado, no sé hasta dónde habría llegado todo aquello, y al mismo tiempo, hubo gente que pagó injustamente las responsabilidades de otros. El tema es muy delicado, por eso es fundamental que se termine con esto”. El presidente Carlos Menem se encargó de eso poco después con los indultos a Videla, Massera & Compañía.
Estas definiciones juveniles no deberían espantar a un gobierno que mantiene como jefe del Ejército al general César Milani, reconoce como principal interlocutor en el sindicalismo a Gerardo Martínez y colma de atenciones a Jorge Bergoglio, pero distinto es el efecto entre sus adherentes. Como corresponde a la jubilosa diversidad del movimiento nacional, esta cohabitación provoca desde indignación hasta indiferencia. O risa, según la revista Barcelona, que rebautizó a Scioli como El Saponauta o El Batracio de Todos.
Cualquiera sea el resultado de la contienda electoral de 2015, con alta probabilidad Cristina terminará su mandato en términos inéditos para la democracia argentina: con índices de aprobación de la mitad del electorado, sólo comparables con los de Néstor Kirchner, con una adhesión inconmovible cualquiera sea la coyuntura entre los sectores más vulnerados, y sin una crisis económica y social como las que demolieron la consideración pública por Carlos Menem o eyectaron del sillón presidencial antes de tiempo a Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa, el gobernador Adolfo Rodríguez Sáa y el senador Eduardo Duhalde en sus interinatos a cargo del Poder Ejecutivo. Le responde además un núcleo militante como no generó ninguna otra figura política una vez terminado su mandato, salvo Juan Perón. Las cien mil personas movilizadas en su respaldo en el Luna Park y los estadios de Ferro, Argentinos Juniors y Atlanta constituyen un activo que nadie más puede mostrar. Lo integran en forma predominante personas de menos de 40 años que están haciendo un acelerado aprendizaje político y administrativo. Uno de esos jóvenes, el secretario de Justicia Julián Alvarez, consiguió en la última semana que la presidencia y la administración del Consejo de la Magistratura salieran de manos de la oposición corporativa más cerril al gobierno y que el Senado diera media sanción al nuevo Código Procesal Penal de la Nación, con más de 40 modificaciones. También fue y seguirá siendo enmendado el proyecto Argentina Digital, al que ya se han introducido cambios propuestos por la oposición, el oficialismo, las pymes y cooperativas, los cableoperadores, los sindicatos y los organismos de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, como el CELS.
Los cambios en el Consejo y el Código Procesal son datos insoslayables para entender la coordinada ofensiva judicial sobre la procuradora general Alejandra Gils Carbó, su colaborador Carlos Gonella y la propia presidente, por parte de magistrados que no se resignan al ocaso del poder que ejercieron como monarcas absolutos durante demasiados años desde la fortaleza de Comodoro Py y con la asistencia del feudo de la calle 25 de Mayo. También explica el anuncio autoderrotista del resucitado Grupo Ahhhh... de que no votará a ningún candidato propuesto por el Poder Ejecutivo para completar la Corte Suprema de Justicia. ¿Cómo evitarían el ridículo estos severos republicanos si uno de los firmantes fuera el escogido?
La media sanción del Código Procesal Penal empeoró el proyecto original en dos temas críticos: la expulsión sin procedimiento administrativo ni juicio de extranjeros acusados por delitos leves y la negación de la libertad durante el proceso. Del artículo 185 se eliminó la conmoción social como criterio para decidir el riesgo de fuga y entorpecimiento del proceso que justifique la prisión preventiva sin condena. Esto era superfluo, ya que permanecen “la gravedad de las circunstancias y naturaleza del hecho y de las condiciones del imputado”. Pero además, en el 188 se agregó “la constatación de detenciones previas, y la posibilidad de declaración de reincidencia por delitos dolosos”, dos condiciones que si la Cámara de Diputados mantuviera, sin duda serían declaradas inconstitucionales. Pero hasta que llegara ese día incrementarían la población carcelaria que ya es la más alta de la historia argentina, sin que ello tenga efecto alguno sobre las tasas de criminalidad. Esto ocurre al mismo tiempo que en Estados Unidos, tanto liberales como conservadores comienzan a preocuparse por las consecuencias de la pasión punitivista que prevaleció por décadas. El 6 de noviembre, el diario The New York Times sostuvo que los generalizados arrestos por drogas y las penas más severas sin alternativa “más que prevenir el delito están haciendo daño a las comunidades pobres, en especial afroamericanas” y que construir cada vez más cárceles “es una mala inversión”.
Lo que ha comenzado a debatirse, por ahora sin difusión pública, es qué hará Cristina luego de la presidencia. Un sector desearía que su nombre apareciera en las boletas electorales, ya sea como candidata al parlamento del Mercosur o como cabeza de la lista de diputados nacionales de la provincia de Buenos Aires. Ello le permitiría ser designada al frente de la Cámara de Diputados, en la línea de sucesión presidencial, condicionaría a DOS y cohesionaría a su fuerza propia. Pero quienes hablaron con ella durante los diez días de reposo que le prescribieron por la fulminante infección bacteriana que sufrió no la vieron inclinada a esa opción, con el fatalismo que desde la muerte súbita de Kirchner le hace descreer de cualquier planificación de largo plazo de su futuro. Por eso ni programa ni descarta una tentativa de regreso en 2019. Entretanto “no voy a convertirme en un comisario político ni me interesa controlar desde una banca. Los sectores populares no me querrían en ese rol. Sí estaré desde la sociedad, apoyando al próximo gobierno o señalando errores, con la militancia y el pueblo, que es donde reside el verdadero poder”, fue su definición.
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