Sábado, 14 de enero de 2006 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán
El pronosticado triunfo, este domingo en segunda vuelta, de la candidata socialista Michelle Bachelet en Chile, la próxima asunción de Evo Morales a la presidencia en Bolivia y las posibilidades de un cambio en Perú ratifican que la mayoría de las naciones sudamericanas consolida una tendencia política de significativas coincidencias. Esto no quiere decir que entre los mandatarios, electos o asumidos, de estos países (Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay, Venezuela y Uruguay) exista una identidad ideológica predeterminada ni que sus intereses nacionales sean integrados o complementarios. Por el contrario, en el análisis particular surgen a primera vista los desequilibrios y discordancias propias de una geografía balcanizada, separada en compartimientos estancos, que arrastran incluso divergencias históricas entre algunos de ellos. Tampoco en los temas contemporáneos hay unanimidad de puntos de vista, como queda en evidencia cuando se repasan las posiciones sobre la propuesta norteamericana de libre comercio (ALCA), ya que las dosis de aproximación “alcalina” varían de una administración a otra. Por eso tuvo tanta importancia que en la Cumbre de Mar del Plata (diciembre/05), a pesar de la variedad de matices, el bloque del Mercosur sostuviera con firmeza el rechazo unánime a las políticas de la Casa Blanca para la expansión de sus negocios bajo el manto del ALCA.
A propósito de las disidencias, durante la última cumbre del Mercosur, el discurso del presidente uruguayo Tabaré Vázquez dejó en claro que las asimetrías en el bloque subregional no son sólo por extensión territorial o producto bruto. Rechazó la comparación del acuerdo con un club de fútbol donde hay distintas jerarquías de asociados, con derechos diferentes. Tenía razón porque Argentina y Brasil, a veces por el propio peso específico, otras por la preocupación de resolver las diferencias bilaterales y también por ausencia de verdaderas políticas de integración –el Mercosur no es la Unión Europea–, suelen colocar a los socios de menor tamaño en situaciones de incomodidad presentándoles los hechos consumados. El conflicto uruguayo-argentino suscitado por la instalación de papeleras frente a las costas entrerrianas, más allá de las razones que se invocan de uno y otro lado, es un fracaso de la diplomacia bi y multilateral de cooperación solidaria.
No puede extrañar, entonces, que en el gobierno del Frente Amplio haya opiniones encontradas sobre los beneficios derivados de esta integración y aparezcan alientos a la posibilidad de estudiar algún tipo de convenio bilateral con Estados Unidos. Uruguay tiene problemas graves para poner en marcha su economía, para recibir el volumen necesario de inversiones productivas y mucho más para distribuir las riquezas con amplio sentido de equidad. Más de un militante frenteamplista se pregunta hoy si tres décadas de esfuerzos serán licuadas por las impotencias democráticas para realizar las transformaciones imaginadas. Si alguno de los dirigentes que ahora maldice desde Montevideo al Mercosur esperaba un respaldo más intenso, no sabía dónde estaba parado.
Desde que José Sarney y Raúl Alfonsín pusieron las bases fundacionales, el Mercosur no logró sobrepasar el perímetro de un acuerdo comercial imperfecto, para decirlo en términos esquemáticos y crudos. Argentina tiene con Brasil un déficit comercial de 3.600 millones de dólares al final del año 2005, el doble del relevado el año anterior (2004). Buenos Aires auspicia una “Cláusula de Adaptación Competitiva” que permita disminuir los efectos negativos de las importaciones, y Brasilia opina que el problema de la industria argentina es su baja competitividad por lo cual este país está amarrado a las exportaciones de productos primarios, manufacturas agropecuarias y combustibles. En esta semana, los cancilleres de los dos países, Jorge Taiana y Celso Amorim, estuvieron repasando estostemas, en las vísperas de un encuentro de Kirchner y Lula, quienes parecen decididos a sacar al bloque de su letargo. En rigor, no es una mera cuestión de voluntad o clarividencia: el esfuerzo económico que significó para los dos el desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el rechazo político del ALCA perderían buena parte del sentido que hoy tienen, incluso en las expectativas populares, si no demuestran la capacidad de ofrecer un proyecto alternativo de integración sudamericana en un mundo globalizado que exige negociaciones entre bloques para conservar un cierto grado de autonomía en la defensa de los intereses nacionales.
Bolivia será otra prueba de carácter para la región y en especial para la Argentina, dados el tamaño de las fronteras compartidas, la inmigración masiva de familias bolivianas y la provisión de gas, entre otros intereses bilaterales. No es un secreto para nadie, además, que la Casa Blanca mira a Evo Morales con desconfianza y espera que Kirchner pueda equilibrar con un poco de frío austral las influencias tropicales del ciudadano-comandante Chávez. Atento a sus necesidades, Estados Unidos envió a Buenos Aires a Thomas Shannon, subsecretario para Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado, “alcalino” de la más rancia estirpe, a pregonar que las relaciones con Argentina son “excelentes” y que la Cumbre de Mar del Plata fue un éxito.
La administración Morales, por su parte, tiene características propias que la vuelven inédita para su país y para la región. Por lo pronto, expresa el salto más rápido y más alto que haya dado el movimiento de campesinos e indígenas para pasar de su condición social al timón de la república. El mismo presidente electo ascendió desde la jefatura de una parcialidad como la de los productores de hoja de coca, los “cocaleros”, al liderazgo nacional. Ha sido tan potente el impulso social, mientras la tradicional partidocracia política sólo podía mostrar agotamiento, que atrapó la atención de las poblaciones urbanas en una proporción llamativa, hasta reunir en las urnas al 53 por ciento de los votos, convirtiéndose en depositario de las esperanzas de una población devastada por la doble condición de explotados: pobres en un país de inmensas riquezas naturales y pobres otra vez por la más injusta distribución de esos bienes. Sólo en La Paz, ciudad-capital, viven en la calle alrededor de 300 mil personas.
Herederos de una dinastía de lucha milenaria, cuyas raíces penetran en las memorias más hondas, su primera línea actual carece de toda experiencia de gestión de gobierno. El programa que los moviliza expone con sencilla franqueza los sentimientos y aspiraciones de su condición nacional y los anhelos de justicia para su condición humana. Aunque más de una vez en la historia han sido humillados, el orgullo de raza les permitió preservar desde antes de la conquista sus dos lenguas originarias, aymara y quechua, junto con las principales señales de identidad, creencias y ritos culturales. Ha logrado sobrellevar siglos de dominación y hasta de desprecio, fueron engañados o defraudados en más oportunidades de las que muchos de ellos pueden contar, pero han vuelto a emerger una y otra vez. Quién sabe cuántos piensan que ahora, sí, es la definitiva y están dispuestos a correr todos los riesgos que sean necesarios. Con este rústico repaso alcanza para advertir que la mera condescendencia con el novato o el recién llegado es la peor manera de hacer amigos en el nuevo gobierno de Bolivia. Saben que despiertan en algunos sectores un desdén de doble racismo: por la etnia y por la condición social. En la gira actual del presidente electo Morales, en España más de un periódico hizo constar críticas a la manera de vestir del flamante mandatario y alguno llegó a la grosería sugiriendo que el pulóver que viste siempre, tejido multicolor con el más fino hilo artesanal de alpaca, debía cambiarlo “por razones de higiene”.
Este es el presidente que no inició su gira mundial por Buenos Aires, debido a que ninguna de sus relaciones oficiales le hizo llegar una invitación formal, a lo mejor porque pensaron que ésta sería una estación que se imponía por sí misma, y ése es el gobierno que reclama un valor justo para su patrimonio gasífero y algunos de sus miembros consideran indebido que parte de esa provisión vaya hacia Chile, con el que mantiene un conflicto histórico por la salida territorial hacia el Pacífico. Hace bien Estados Unidos, a priori, en dedicarle alguna atención preocupada y hacen mal todos los que en la región dan por descontado lo que pueda suceder. Es un enorme desafío al futuro, como lo son todos los que afrontan quienes se sienten parte de una Sudamérica pionera y preñada de transformaciones. En su resolución también se juega el destino de los latinoamericanos, no importa si sus antepasados bajaron de los cerros o de los barcos, porque es una época de nuevas oportunidades, con sus dos caras de siempre: éxito o fracaso.
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