Jueves, 30 de marzo de 2006 | Hoy
EL PAíS › EL SACERDOTE CATOLIC0 ROY BOURGEOIS
Es uno de los fundadores de la organización de derechos humanos estadounidense (SOAW) que recorre el mundo pidiendo la desactivación de “esa escuela de asesinos y torturadores” donde fueron entrenados los represores.
“Una forma de decir nunca más es cerrar la Escuela de las Américas y terminar con la impunidad”, reclama el sacerdote católico Roy Bourgeois, uno de los fundadores de la School of Americas Watch (SOAW), una organización de derechos humanos estadounidense que exige el cierre de la Escuela, que sigue funcionando en los Estados Unidos. Ex veterano de Vietnam, expulsado de Bolivia por la dictadura de Hugo Banzer, ex preso político en Estados Unidos, Bourgeois explicó en diálogo con Página/12 los orígenes de la Escuela que formó torturadores y dictadores para toda América latina. Entre sus graduados están Roberto Viola y Leopoldo Galtieri. El sacerdote lidera una gira por Venezuela (Hugo Chávez se comprometió a no mandar más tropas), Bolivia (lo recibió Evo Morales), Uruguay y la Argentina. El lunes se reunió con Hebe de Bonafini y con la ministra de Defensa, Nilda Garré, a la que le pidió que la Argentina no envíe más soldados.
–¿Qué resultados tuvo hasta ahora el recorrido por Latinoamérica?
–Nos llamó una compañera de Venezuela, que nos dijo: “Vengan ya, que nos recibe Chávez”. Fuimos con una delegación y nos recibió. Nos dijo que la Escuela es un escándalo, que no debería existir. Tres semanas más tarde, nos llegó la confirmación oficial: Venezuela no mandará más tropas. En Uruguay nos recibió la vicecanciller (Belela Herrera). Recién venimos de Bolivia, donde nos recibió Evo Morales, que va a evaluar nuestro pedido. También estuvimos con los líderes indígenas en El Alto y La Paz. Todos nos decían: “Hay que cerrar esa Escuela”. Y por eso estamos aquí.
–¿Cómo comenzó su militancia en derechos humanos?
–Me tomó un largo tiempo descubrir cuán involucrado estaba mi país a través de su política exterior en tanto sufrimiento, tortura, muerte y desapariciones de personas en la Argentina y en otros países. Cuando dejé la Universidad en Louisiana me convertí en un oficial naval. Creía en el Pentágono y les creí cuando nos dijeron que había que ir a combatir el comunismo a Vietnam, donde estuve cuatro años. Vi la muerte de mis amigos y de muchos civiles, incluidos niños quemados con napalm. Esa experiencia me despertó, me hizo cuestionar a mi país por primera vez.
–¿Cuándo se ordenó sacerdote?
–Cuando volví de Vietnam, fui seis años al seminario de la orden de Maryknoll, que trabaja sirviendo a los pobres en Latinoamérica. En esos años se generó el movimiento contra la guerra de Vietnam. Me sumé a los veteranos de guerra que protestaban frente a la Casa Blanca. Cuando me ordené sacerdote, fui a Bolivia, en 1971. Viví cinco años en las afueras de La Paz. Los pobres de Bolivia se convirtieron en mis maestros y, sobre todo, me enseñaron sobre la política exterior de mi país...
–...con la dictadura de Banzer.
–En esa época, los Estados Unidos mandaban mucha ayuda militar a Bolivia. En 1977, el régimen de Banzer era bastante similar a la Argentina: detenían, torturaban y desaparecían a estudiantes universitarios, líderes indígenas y mineros. A través del arzobispo de La Paz, pude entrar a las prisiones. Documentamos los casos de tortura, que llevé a Washington para presentar ante el Congreso. Cuando volví, me arrestaron, me golpearon y, luego de dos semanas, me expulsaron del país.
–¿Qué hizo cuando volvió a los Estados Unidos?
–En 1980, el arzobispo Romero y otras cuatro monjas fueron asesinados en El Salvador. Viajé a El Salvador y tengo que decir que nunca vi tanta brutalidad hacia los pobres. Era una masacre tras otra y, nuevamente, los Estados Unidos estaban involucrados: les dábamos armas y además los entrenábamos. Unos 5045 soldados vinieron a Fort Benning, Georgia, a recibir entrenamiento. Esto fue un año antes de que se trasladara la Escuela de las Américas. Fuimos a decir: “No en mi nombre”. Y entramos al fuerte, con el padre Larry Rosenbaugn y una ex oficial, Linda Ventimiglia.
–¿Cómo entraron?
–Conseguimos uniformes de oficiales del ejército. Nos hicieron la venia al entrar, porque “teníamos” mucho rango. Nos escondimos en los árboles, cerca de las barracas de los salvadoreños. Y, a la noche, pasamos una grabación de la última homilía de monseñor Romero, donde decía: “Cesen la represión, desobedezcan a los que les ordenan matar campesinos y obedezcan una ley superior, la que dice: no matarás”. Su voz inundó las barracas. Fue como pegarle a un nido de abejas. Vinieron con sus luces, sus perros, nos obligaron a bajar, nos esposaron y nos golpearon. El FBI nos interrogó y nos condenaron a un año y medio de prisión. Pero entendimos que no nos podían silenciar.
–¿Este fue el comienzo de SOAW?
–Sí. Cuando salimos, hubo una masacre de seis jesuitas en El Salvador, el 16 de noviembre de 1989. Una comisión parlamentaria estadounidense descubrió que los que los mataron fueron entrenados en Fort Benning. En 1990 volví a Georgia a investigar. Y allí se formó SOAW, con un jesuita, un sacerdote dominicano y otros veteranos de Vietnam. Hicimos una huelga de hambre de 35 días. Entramos nuevamente a Fort Benning en el aniversario de la masacre de los jesuitas. Lanzamos botellas de nuestra sangre (que nos extrajo una enfermera) a un hall de la fama de la Escuela: Banzer, Viola, etc. Ahí volvimos a prisión otro año y dos meses. En 1996 nuestro movimiento cobró impulso cuando el Washington Post publicó los manuales de tortura. Allí el Congreso le dijo al Pentágono: “Se acabó. No podemos mantener nada que lleve el nombre de la Escuela de las Américas”. En lugar de cerrarla, le cambiaron el nombre a Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica (Whisec). Es como poner perfume a un basurero tóxico. Nos reunimos cada noviembre frente a las rejas del fuerte, donde ponemos las fotos de los asesinados, para pedir que se cierre. La última vez éramos noventa mil. “Monseñor Romero, presente”, gritamos. Cerca de 180 de nuestros militantes pasaron por prisión, pero le dijimos a Bush que no estamos de acuerdo con su política ni en Latinoamérica ni en Irak.
La Escuela en Panamá entrenó a militares que enviaron las dictaduras del Cono Sur, pero pocos saben que la institución funcionaba desde mediados de siglo. “Se creó en 1946. Formó a más de 60 mil soldados de 18 países (cerca de cuatro mil eran argentinos). Hoy la mayoría viene de Colombia”, cuenta Bourgeois. La Argentina envió militares desde el comienzo.
–¿Con qué objetivo la crearon?
–La aprobaron en el Congreso para “traer estabilidad a Latinoamérica”. Pero los soldados que salían de esa Escuela tenían un solo rol: proveer la fuerza para imponer la política exterior de los Estados Unidos en la Argentina, en Bolivia, en donde sea. Henry Kissinger sabía lo que implicaría apoyar a Videla y, junto con los generales de la Argentina, debería ser juzgado por sus crímenes contra la humanidad. En 1984, los medios de Panamá titularon: “La Escuela de Asesinos”. Ante la presión, Manuel Noriega dijo que la Escuela debía marcharse. Allí fue a parar a Fort Benning y le destinan 20 millones de dólares anuales.
–¿Cómo era la instrucción en Panamá?
–Los manuales de la Escuela explicaban las técnicas de tortura que enseñaban en Panamá, sin dar precisiones. Pudimos entrevistar a un egresado argentino, que nos dijo que un médico estadounidense les enseñaba cómo hacer para mantener vivos a los prisioneros durante la tortura. Dicen que no se enseña más tortura y que estamos enseñando “democracia” a Latinoamérica e Irak. Pero, ¿cómo se enseña democracia en un cuartel?
–¿Argentina sigue mandando militares?
–Sí, pero no grandes números. Bajaron a 30 o 40 por año. Es simbólico. La Escuela es un símbolo de la política extranjera de los Estados Unidos en la Argentina y en Latinoamérica. Es importante que la Argentina diga que no se asocia más a esta Escuela de asesinos y dictadores.
Reportaje: Werner Pertot.
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