Domingo, 7 de mayo de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA ASAMBLEA DE GUALEGUAYCHU COMIENZA A PENSAR OTRAS ESTRATEGIAS POST-CORTE
Después del acto presidencial, hay cautela mezclada con satisfacción. Y se habla de sentadas ante embajadas, marchas y movilización hacia la Capital.
En la Casa de la Cultura, donde la asamblea ambientalista hace sus reuniones cuando no hay corte de ruta, ayer se improvisó un encuentro de vecinos. Allí se habló del futuro tras la presentación de la demanda en la Corte de La Haya. Aunque no hay ninguna resolución tomada –eso se hará recién el martes, en una asamblea–, los ambientalistas comienzan a esbozar un cambio de estrategia en su pelea contra las papeleras: para los meses que vienen, mientras el tribunal trate el pedido de amparo, piensan en medidas de presión distintas al bloqueo del puente, como marchas, sentadas en la embajada de Finlandia y una gran movilización en Buenos Aires. No descartan los cortes de ruta, pero es probable que los restrinjan a algún fin de semana largo y turístico.
La reunión comenzó al mediodía. En las horas previas, las radios habían entrevistado a media ciudad sobre la visita del presidente Kirchner. Hicieron los llamados al azar, según la agenda de los productores, y las opiniones que se escucharon fueron de una divergencia absoluta, desde la idolatría (“espectacular, un grito de grandeza de nuestro presidente”) a la denuncia (“vino a amansarnos para que nos quedemos tranquilos, y después...”).
–Es que tenemos un gataflorismo que agarrate –dijo en la Casa de la Cultura Marta Gorrosterazú, secretaria de la asamblea–; Kirchner vino con el gabinete, trajo a los gobernadores, dijo que las papeleras son un problema nacional, ¿qué más querés?
–Pero si a alguien le pareció que el discurso fue liviano, ¿no está también reflejando lo que se siente en la asamblea? –preguntó Juan Veronesi.
–También –accedieron en la rueda, no todos con buena cara.
Los reunidos no eran un reflejo exacto de la asamblea, vale aclararlo. Se trató de una reunión abierta, pero a la que fueron en su mayor parte vecinos que vienen manteniendo un buen diálogo con el Gobierno.
Edgardo Moreira, un referente conocido por su afinidad con el gobernador Jorge Busti, ofreció al grupo su balance: “Kirchner hizo un discurso mesurado porque habló para La Haya; no era algo de barricada. Dijo mucho para rescatar”. Moreira sacó del bolsillo de la campera un ayudamemoria. “‘La Argentina asume como propia la defensa del río Uruguay’; es lo mismo que nosotros ponemos en nuestras declaraciones. ‘Uruguay debe cesar en su actitud’, ‘el problema es ambiental, social y económico’. Es lo que nosotros decimos.”
Veronesi dejó asentada una queja: en el acto con los gobernadores, el locutor que leyó el documento de la asamblea le recortó varios párrafos. “Lo leyó, además, porque amenazamos con irnos.” Pero coincidió en un punto con el resto: “El acto fue bueno, porque el tema se instaló a nivel nacional, y frente a todas las autoridades”.
A treinta cuadras de distancia, sentado frente al escritorio donde apila materiales sobre plantas de celulosa y riesgo ambiental, Héctor Rubio dio otra mirada de las cosas. “Creo que la asamblea está quedando enganchada en la jugada política del Gobierno.” Rubio es ingeniero; meses atrás, representó a los vecinos en la comisión binacional que buscó, sin lograrlo, una salida al conflicto. Pero ahora, dice, se siente algo apartado.
“Yo estuve en contra de ir a La Haya. Cuando la asamblea se entusiasmó con esto, Busti le puso un agregado al No a las papeleras: el del estudio de impacto ambiental. Ahí empezamos a encerrarnos solos, porque puede ocurrir que el estudio concluya que las papeleras contaminan, pero pueden ser controladas. Y ahí ya no vamos a poder patalear. Para mí, ésa es la jugada de Kirchner.”
En Arroyo Verde, donde funcionó el corte de ruta, todavía hay montada una guardia para retomar los bloqueos. Son tres casas rodantes, el puesto de la Gendarmería y cientos de banderas que se van deshilachando con el viento. Alfredo Casella, guardafauna, es uno de los que hacen el aguante. El acto del viernes lo miró por televisión.
–Está bien –dice–, es una demostración, pero llegó un poco tarde porque las papeleras están muy avanzadas.
–¿Cree que ya no se pueden parar?
–Estoy acá para frenarlas, pero no soy ciego. Tampoco soy tonto. Si las ponen a funcionar, me voy.
Casella habla de la contaminación como de una muerte silenciosa y lenta. “Al daño lo vamos a ver en siete o nueve años. Las dioxinas contaminan primero a los peces; luego se acumulan en la grasa de otros animales, y pasan a nuestro organismo. Cuando tengamos en el cuerpo más de un gramo de dioxinas, nuestras defensas van a bajar. Es un deterioro lento, poco visible.” Lo dice con un tono de tristeza y de rabia, rodeado de un paisaje en el que no hay un alma pero en el que él todavía puede señalar el espacio que ocupaban los miles de personas que sostuvieron el corte durante el verano. Este mediodía muchos volverán al lugar, para festejar con un asado la presentación ante la Corte de La Haya. El martes será el tiempo de pensar cómo entran en la etapa que sigue. La asamblea está integrada prácticamente por toda la ciudad –especialmente por su clase media–. En su interior conviven no sólo los vecinos alérgicos a los modos tradicionales de la política, sino también todas las tendencias partidarias; hay también productores agrícolas y funcionarios. No puede darse el lujo de despreciar a ningún integrante; en eso consiste su fuerza.
Si la visita del Presidente fue entendida por la mayoría como un logro de la movilización, la asamblea queda ahora frente a un desafío acaso más difícil: encontrar una estrategia para que las acciones impulsadas desde el Estado sean una solución y no un calmante que, silencioso, diluya la protesta, postergue indefinidamente sus acciones o naturalice los males.
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