Lunes, 29 de mayo de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Todos sabían que se trataba de una demostración de fuerza del Gobierno. Pero la convocatoria a la Plaza fue un híbrido entre señalarlo así de forma indubitable, juntarse para celebrar una de las fechas patrias y, en el medio, apostar un poco o bastante al lanzamiento de la reelección presidencial. Sin embargo...
Al ser Kirchner el único que marca el paso de la agenda política, esa hibridez no afectó su carácter de episodio sobresaliente para el interés de los analistas y de la prensa en general. Y desde hacía varias jornadas. Sea porque todas las semanas elige un sparring diferente que no elude la respuesta y que retroalimenta su táctica; sea porque no hay otra figura que esté a su altura mediática; sea porque es indiscutible que la economía del país se recuperó de la catástrofe, bien que con la ayuda clave de la devaluación y de un momento internacional extraordinariamente favorable; o sea, inclusive, por lo que deja de hacer o por lo que hace de modo contradictorio, Kirchner determina con exclusividad el ritmo al que se mueve la Argentina política. Y así sigue a pesar del gusto ambivalente que dejó la Plaza.
Estaban las Madres y estaba lo peor de la estructura punteril del PJ. Estaban las Abuelas y estaban las figuras más indigeribles de esa “vieja” política que el oficialismo proclama haber venido a liquidar. Estaba una alocución del jefe de Estado que reivindicó a 30 mil compañeros desaparecidos, y estaba un montón de quienes fueron recontra-alcachuetes de la rata indultadora de los torturadores y asesinos de los 30 mil. Estaba gente suelta y estaba gente cargada en micros, camiones y trenes a cambio del choripán, la gaseosa y dar el presente en la lista antes de salir. ¿Más de lo primero o más de lo segundo?. No importa. En cualquier caso, mucha gente aun cuando haya sido la mitad de lo contado por los organizadores; y aun cuando de esa porción lo más significativo lo haya puesto el aparato. E infinitamente más gente que la que puede nuclear toda otra figura política.
Con todas sus contradicciones; con la habitual y paupérrima retórica del Presidente, en un discurso que estará lejos de pasar a la historia; con el impulso gorilesco que surge al constatar tanto pueblo empujado antes que convencido; con tanta ausencia de fervor popular auténtico (porque seamos claros: ni el más arrebatado de los kirchneristas podría afirmar sin enrojecerse que en la Plaza hubo clamor de reelección, o de apoyo con alguna épica), el peronismo continúa firme como (el único) gerente administrativo del imaginario popular. De la estabilidad que quizá permanezca, del crédito al que quizá se acceda, de que se pueda conseguir algún trabajo por más que sea empleo basura, de las palabras que se entienden. De que sin él, el peronismo, es imposible gobernar. Y de que viendo lo que hay enfrente y lo que hubo antes –entre lo cual, y cómo, se cuenta el propio peronismo– es mejor quedarse con lo que hay. No ya, tan sólo, por la penosa oposición partidaria, sino por el esperpéntico y desarticulado arco de sectores con voz quejosa.
Al cabo de tres años de gobierno, todo aquello que fue y es motivo de crítica ácida es también todo aquello que para las grandes mayorías reviste una importancia irrelevante. La integración del Consejo de la Magistratura, el destino de los fondos santacruceños en el exterior, la falta de contacto directo entre el Presidente y la prensa, los superpoderes del ministro De Vido, el Parlamento como mero decorado, la falta de renovación de la Justicia más allá de los cambios en la Corte Suprema, las aspiraciones hegemónicas de Kirchner, el manejo de la publicidad oficial. Nada de todo eso alcanza para hacerle mínima sombra a que, en el funcionamiento de la economía, por lo menos nada está peor. Igual en muchos aspectos y mejor en otros, pero no peor. ¿Sirve para entusiasmar? De ninguna manera, y allí está de testigo una Plaza llena pero abúlica y a la que muy difícilmente hubieran completado de no ser por el aporte de los aparatos. ¿Sirve para gobernar sin mayores problemas?. Sí, sirve, porque además tampoco se puede negar que hubo medidas y gestos, tanto en lo económico como en el campo de los derechos humanos, que redundaron en un cambio o lavado de cara significativo respecto del oprobio de los ’90.
Cabe preguntarse, en consecuencia, si esta Plaza que el jueves fue un jardín de senderos que se bifurcan y confluyen a la vez no fue también un buen espejo de esta sociedad. Apoyo mayoritario a Kirchner, pero sin manifestaciones clamorosas. La estructura peronista domesticada bajo su mando. Conformidad en muy buena parte del progresismo y de los organismos de derechos humanos. Franjas populares asistencializadas y clase media que lo mira por tevé, abstraída en el consumismo. Y un debate político muy pobre, como el discurso presidencial, donde no se dice ni propone nada que suene a meduloso, en la creencia real o autoimpuesta de que ya todo está encaminado.
Esa fue la Plaza porque ese es el humor social. Y de ahí lo del comienzo: ni un hecho intrascendente ni una gran noticia. Simplemente, la ratificación de lo que ya se sabía.
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