“En tres años volvieron de Estados Unidos 10.000 argentinos. El principal motivo es la recuperación de la economía”, confirmaba hace pocas semanas una información periodística, refiriendo a una situación impensada hace muy poco tiempo cuando los argentinos hacían eternas colas en las embajadas extranjeras, los políticos no podían salir a la calle, lo que más pesaba era el miedo al desempleo, el pesimismo y el deseo de que los hijos lograran rehacer sus vidas aunque fuera alejados de casa. En el tercer aniversario del gobierno del presidente Kirchner, Argentina ha recuperado mucho, pero quizá lo más importante es que ha vuelto a tener la certeza de que tiene destino propio.

La crisis de fines de 2001 no se trató únicamente de un brutal quiebre económico sino que fue el punto culminante de un proceso de legitimidad de las instituciones democráticas y de confianza en la viabilidad del país justificada en la falta de transparencia, la ineficacia y hasta la huida de los dirigentes. Ante esto, la reconstrucción lograda a nivel económico y social por el actual gobierno estuvo cimentada no sólo en la existencia de un proyecto de nación, sino en la voluntad política para ponerlo en marcha. En un liderazgo político reconstruido que mostró que hay otro camino para protagonizar la acción pública y confirmó que el país puede salir adelante.

Argentina alcanzó, en estos años, el mayor crecimiento económico del último medio siglo: con un 27 por ciento de incremento del Producto Bruto Interno sostenido por el dinamismo del sector industrial y de la construcción, la inversión pública y del impulso exportador. Y logró a través de este proceso generar más de 2,5 millones de puestos de trabajo y limitar a la mitad los planes de ayuda a Jefas y Jefes de Hogar Desocupados.

No se tuvo miedo en avanzar con la intervención del Estado en la economía y la regulación necesaria de los servicios públicos y otros sectores monopólicos en defensa del interés colectivo. Dio pasos claves para garantizar el respeto a los derechos humanos y avanzar en una institucionalidad republicana renovada. En este sentido, fueron claves la declaración de nulidad e inconstitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final y el avance de los procesos por violaciones a los derechos humanos, así como la renovación de la Corte Suprema de Justicia con apertura a la opinión e impugnación ciudadana de candidatos por autolimitación presidencial.

Avanzó hacia una sociedad justa –aunque sea un camino que recién se comienza a transitar– donde el crecimiento económico fue acompañado por una importantísima reducción del desempleo, del trabajo en negro y de la pobreza que disminuyó en un 20 por ciento. Los ingresos de los hogares crecieron gracias a los nuevos puestos de trabajo y los aumentos del salario mínimo, y se mejoraron las condiciones de vida de los jubilados a través del incremento de los haberes mínimos de 200 a 470 pesos mensuales.

Argentina ejerció además, una estrategia de nación soberana a través de medidas económicas que liberaron de condicionamientos externos el manejo de la política económica: la exitosa negociación de la deuda pública nacional, reflejada en una quita de 67 mil millones de dólares –la mayor de la historia mundial– y la cancelación anticipada de la deuda con el Fondo Monetario Internacional fueron los claros ejemplos que permitieron liberar recursos para retroalimentar el crecimiento nacional.

Así se ha superado la emergencia. Hacia adelante es necesario consolidar el cambio atendiendo a las asignaturas pendientes –entre las que no se discute una impostergable mejor distribución del ingreso– y sentando las bases de un sistema político moderno que nos garantice la continuidad del rumbo más allá de las alternancias propias del sistema democrático.

* Presidente del Partido Nueva Dirigencia, integrante del Frente para la Victoria de la ciudad de Buenos Aires.