Domingo, 8 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA HISTORIA FAMILIAR DEL OBISPO PLATENSE
Fue una figura clave en el entramado que sostuvo a la dictadura y en particular a la represión en la provincia de Buenos Aires, conducida por Camps. Dos de sus sobrinos terminaron exiliados, un tercero desaparecido. El relato familiar es que este hombre poderoso no movió un dedo para salvarlo de la misma máquina feroz de la que participaba.
Por Alejandra Dandan
Los Beatles todavía eran Los Cuatro de Liverpool cuando el obispo Antonio Plaza, de paseo por España, le compró una guitarra eléctrica a un sobrino que había formado su primera banda de rock. La familia estaba allí gracias a los contactos políticos de Plaza. Sus relaciones sociales, políticas y económicas siempre le permitieron a su entorno ganarse la vida, pero en alguna ocasión también le sirvieron para perderla. Plaza fue arzobispo de La Plata durante la última dictadura militar. Dos sobrinos terminaron exiliados y uno desaparecido. Sus familiares invocaron su nombre y le pidieron ayuda varias veces para encontrarlo. Nunca la recibieron y tiempo después supieron que el tío obispo era, además, uno de los curas que recorrió centros clandestinos de detención, incluido el sitio donde estuvo detenido su sobrino. Aquí, la historia de Monseñor Plaza según el legado familiar.
Plaza estaba en España mientras los jóvenes de los secundarios porteños se batían en las calles en los combates de la “Laica o la Libre”. El gobierno de Arturo Frondizi había llegado al poder con el apoyo de la Iglesia, mientras el peronismo seguía proscripto. El obispo Plaza seguía de cerca ese proceso. En 1957 se mencionaron entrevistas secretas con Juan Domingo Perón en el exilio y ahora, según la biografía familiar, llevaba adelante la relación de la Iglesia con el gobierno. En 1958 logró uno de los favores personales de parte del gobierno: un cargo en el consulado de San Sebastián para uno de sus seis hermanos, el que tenía cinco hijos y esposa. Santiago era el sobrino más grande. Tenía 12 años cuando llegó a España. Hacia el secundario, cuando los norteamericanos empezaban a delirar con la imagen de Elvis Presley, Santiago les dijo a sus compañeros de amar una banda de rock. Fue la primera banda de vida. El tío obispo le preguntó qué quería. El no dudó.
–¡Una guitarra eléctrica!
–¿¿¿Una qué??? –preguntó monseñor asombrado.– ¿Y eso qué es?
De Mar del Plata
En los recuerdos de familia la abuela Flora parece la gran mujer, la poderosa, que fue perfilando y diseñando desde la cuna la vida del obispo y sus hermanos. “Cuando éramos chicos siempre nos contaban que la abuela Flora, había metido a todos los siete hijos, seis varones y una mujer, en un seminario”, dice Santiago, que reconstruye la historia familiar. Flora y su marido eran españoles, castizos, de León. Vivían en Mar del Plata. Finalmente, dos de sus hijos terminaron ejerciendo de sacerdotes. Santiago y Antonio, el resto de la familia quedó alrededor.
“El tío Santiago era tres años más grande que el monseñor. Lo mandaron de cura a la parroquia de Bragado, y aunque no tenía vocación de cura tuvo que ejercerla por esa veneración que sentía por la madre, pero tampoco fue un santo”, sigue el sobrino. A este hermano del monseñor le decían el Cura Gaucho: vestía botas, facón, iba calzado con un .38, usaba sombrero y lengue a lo Gardel. Se remangaba la sotana y se peleaba a trompadas en el bar de una esquina del pueblo.
Antonio estaba muy lejos de ese modelo, aunque también era más de acción que de palabras. Su primer cargo fue el obispado de Azul, hasta 1955, y con la Libertadora pasó a La Plata. Desde el comienzo se llevó a otro hermano, el padre de Santiago, como operador político con el mundo familiar y también con el laico. El también había entrado al seminario, pero lo había dejado.
“Mi viejo dejó la sotana, conoció a mi vieja, tuvo una historieta con ella y se puso una academia, el instituto Villa Urquiza en Capital, donde enseñaba historia, geografía porque ellos habían tenido una cultura tremenda”, repasa su hijo Santiago, al que todo el mundo llama “Coco”.
El tío obispo empezó a abrirle puertas a la familia muy rápidamente, primero con Frondizi en España y después cuando volvieron a la Argentina y se quedaron en La Plata. “Mi padre chapeaba mucho con eso”, explica Coco. “Era el más conciliador de los hermanos: siempre estaba al lado de monseñor atendiéndole la relación familiar como la parte laica de lo eclesiástico. Era un hombre que no venía del peronismo, sino más bien del desarrollismo, y aunque actuaba en política parecía un despistado.” Su padre volvió de España el 12 de octubre de 1962 con casa y trabajo. Los contactos del gobierno con la Iglesia aún andaban con viento a favor, y monseñor le consiguió una designación en el Ministerio de Educación bonaerense en La Plata, en la dirección de administración de las escuelas privadas de la provincia.
“Hasta poder localizarnos en una casa paramos en Capital –explica Coco– y luego nos mudamos a una de dos pisos, muy linda, que tenía un contradocumento con la curia. Yo había hecho un profesorado de inglés en España y me acuerdo de que en ese momento fue clave para todos, porque mi viejo decía que después de los 18 años quedábamos afuera de su salario familiar, teníamos que trabajar. Pero él podía conseguirnos trabajo porque mi tío, el monseñor, andaba con Carlos Pérez Companc.”
Favores de arzobispo
Coco no sólo era sobrino del obispo, era su ahijado. Un día monseñor se lo llevó a un banco después de una transferencia de acciones muy reciente. Coco todavía está convencido de que su tío, aquella vez, lo llevó para mostrarlo porque mantenía una especie de sociedad comercial y financiera con un empresario: “El encuentro fue en una sucursal del banco Río. Monseñor Plaza fue a bendecir el lugar. Pérez Companc un día me había citado en el banco”, explica Coco sobre aquel día de enero de 1963, que se convirtió en el primero de sus largos años de empleado del banco. Su tío también le consiguió trabajo a su hermano “Bocha”, en el mismo banco; a “Tito” en otro y al más chico, que estudiaba odontología, en Sanidad de la Policía provincial.
Hacía un año que las diferencias con el tío obispo empezaban a sentirse. Coco, Tito y Bocha habían empezado a trabajar con el peronismo, en la línea de Tacuara que terminó en Montoneros. Al tío ya no le gustaba. “Cuando fueron pasando los años y empezamos a tener una militancia más pesada empezamos a ser los sobrinos guerrilleros. Nunca me lo dijo, pero yo agarraba y me le caía en la curia para encararlo.”
Solía hacerse una escapada con su viejo a la hora de la meditación de la curia. “La hora de meditación eran las once de la mañana –explica Coco–. Dejaban todas las actividades porque se sentaban para tomarse un whisky con todos los generales, los amigos o con otros curas. O sea era el whisky de las once. Chupeteaban arriba en el primer piso. Mi tío dormía ahí en el primer piso. Donde había la puerta, un pasillito y el escritorio. De ahí salían todos los planes: de la hora de la meditación.”
De acuerdo con el relato familiar, esos planes eran las estrategias que ese sector de la curia de Buenos Aires diseñaba no sólo con sus pares sino con jerarcas y generales después de los golpes del ‘66 y el ‘76, cuando la policía provincial respondía a la siniestra estructura de Ramón Camps. En el juicio por la Verdad en La Plata y en otras varias causas judiciales se busca ahora reconstruir esas estrategias. En esas investigaciones se encuentran sacerdotes como el cura Von Wernich, capellán de la Policía que recorrió los lugares donde funcionaron centros de detención ilegal.
¿Y Bocha dónde está?
Coco y Tito militaron en Montoneros. Antes del golpe, Coco logró irse a México escapando de las Tres A. Bocha, en cambio, se quedó en Buenos Aires. “Fue uno de los precursores de la JP de La Plata que después de una dura pelea con los Montos se aparta de la organización, pero se quedó como el figurín del Partido Peronista Auténtico, cara visible de la Tendencia en esa época.” En La Plata florecían las organizaciones políticas, de villeros, universitarias, de la administración pública. El tío obispo no seguía estando cerca como antes. La distancia se profundizó en septiembre de 1975, cuando murió el padre de Coco, Tito y Bocha.
“Ahí se rompió el contacto. Sentíamos parámetros ideológicos o políticos distintos y nos dimos cuenta de que nos quedamos en el aire: el obispo era muy amigo de todos los militares que venían de turno a La Plata, como una cuestión de naturaleza. Cuando murió mi viejo ya estaba Victorio Calabró de gobernador. Hicimos el velorio en la calle 45, entre 12 y 13. Estábamos con mi hermano Bocha y mi vieja cuando de repente veo que hay un despliegue de tipos que entran al velorio a los empujones como de prepo. Era el gobernador. Claro, como se había muerto el hermano de monseñor Plaza estaban ahí para el pésame, porque Plaza era un socio político en ese momento”, recuerda Coco. “Me acuerdo que ése fue un momento que nos molestó tanto pero tanto, como cuando te entra un chorro a tu casa y te sentís violentado.”
Volvieron a ver a Plaza tiempo después. Esta vez para pedirle una mano con el rescate de Bocha, que había sido secuestrado en el bar Don Vicente. Bocha era abogado y defendía a presos políticos. El más chico de los sobrinos Plaza llamó a México para contarle al resto.
–¿Y cómo eran? –preguntó Coco.
–Y eran de civil, con armas largas y en un auto. Lo llevaron a él y al padre del Chango Díaz –contó de un señor mayor catamarqueño, que era el padre de dos compañeros nuestros.
Al escuchar a su hermano, Tito rompió una puerta de una patada. Era agosto de 1976. “Plaza hizo un silencio total. Llamó mi hermano. Llamé yo, pero no pasaba nada. Costaba, porque cuando hablaba con mi vieja que lo veneraba, le insistía. Iba, buscaba y volvía pero nunca le dijo nada. El día que mataron al obispo Romero en El Salvador, yo le escribí una carta: ‘A los adoradores del sable y del oro’, le puse, por no ponerle su nombre. Me mandó un par de postales” y tiempo después le agregó un sobre en blanco con la foto del Papa.
Tito volvió a verlo en Buenos Aires. Se tomó un avión para hacer otras cosas y se metió en la Curia para buscarlo. En la planta baja había un ascensor. En la alta los aposentos de los curas. Y lo persiguió hasta la puerta del ascensor. Lo vio y le dijo:
–¿Dónde está Bocha?
–Yo no... Ah... a Bocha lo mataron los Montoneros.
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