Domingo, 3 de diciembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › EL PUENTE, FRAY BENTOS Y LOS MILITARES
Crónica de la ciudad en la que se construye la papelera. El cruce de la frontera en remise. Gendarmes argentinos, los soldadores polacos y los militares uruguayos.
Página/12
en Uruguay
Desde Fray Bentos
Los asambleístas de Gualeguaychú duermen. Es temprano y la ruta amaneció llena de charcos. Dos gendarmes y un abuelo conversan durante sus respectivas guardias al costado de la barrera: “El vive antes de llegar al control de tránsito de Gendarmería, te puede dejar cerca del puesto”, comenta el asambleísta ante la llegada de un auto. A sólo 10 kilómetros, dos galpones y una casilla conforman la parada donde dos gendarmes matan el día mateando y hablando por handy. “Cinco años pasando cemento por acá para hacer el puerto, 20 años plantando eucaliptos y nadie sabía nada. Después te caen con una papelera así. Ellos no piensan en el impacto ambiental, sólo creen que les van a dar trabajo”, especula con indiferencia el gendarme más experimentado en años. A su lado, el compañero de turno informa que sólo pasan “por día” no más que cinco o seis personas; su colega alerta: “El cruce no se puede hacer a pie ni en bicicleta porque si aparecés así como estás, te meten preso, te averiguan antecedentes y recién después te largan. Este no es un paso peatonal como en Colón. Te puedo llamar un remise de allá para que te cruce”.
Al rato llega el remisero con el dueño sentado atrás, “cosas de papeles” aduce, y rabia mal dormido: “Están locos, la última vez que vine me relajaron: ‘A tus niños les va salir cáncer, van a nacer deformes’, me decían y encima me puteaban”. “Son todos falsos”, repite en voz baja mientras hace el papeleo en la despoblada casilla aduanera. El empleado argentino le contesta: “Les falta ser más agradecidos a ustedes”. No bien arranca el auto camino a Fray Bentos, el dueño se pregunta: “¿No entiendo por qué me dice eso?, a mí hablame bien, esto es blanco o negro. Punto”. Ya sobre el puente, la fachada de la enorme papelera rodeada de containers se hace comentario obligado: “Hace poco vino un arquitecto para medir el impacto visual de la planta y dijo que poniendo algunos árboles se podría solucionar. Igual ése no es el problema”, concluye con una sonrisa amarga.
“Fray Bentos, ciudad amiga”, dice el cartel que recibió a los polacos, checos, ucranianos, turcos, alemanes, austríacos, finlandeses, brasileños, chilenos y argentinos que cruzaron fronteras atraídos por la buena paga, la inquieta tranquilidad del lugar y la buena onda de los vecinos. La población estable de la ciudad es de 22 mil personas, aunque algunos ya se sienten “duplicados”.
Mientras la papelera descansa, el pueblo empieza a despertarse de la siesta. Las calles están llenas de motos y autos nuevos, chatas y ciclomotores. En un bar cercano a la plaza central, cuatro soldadores polacos hacen gala, entre risas, de sus nuevas palabras: “Cerveza, vodka, taxi”, gritan a coro. No tienen mayores quejas, consiguieron reemplazar la vodka rusa por la polaca en el freeshop (el puerto de Botnia es una zona franca). Crzar, Maciek, Krzysztof y Roman sólo se quejan del sol.
No sólo a ellos los mantiene en vilo la cuestión climática: sus jefes escandinavos, en plan revival, están terminando un largo sauna con piletas de agua helada en el barrio jardín II. “El barrio de los gringos”, como suelen llamarlo los lugareños, tiene ocho manzanas y compite, a menor escala, con las casas de “las amas de casa desesperadas” versión nacional. Los que “se avivaron” alquilan barato esas casas que la empresa les construyó (con la fallida intención de que las compren) y se mudan a Las Cañas, una paradisíaca playa a minutos del pueblo, en donde se comenta que concurren alrededor de 20 mil personas por fin de semana. El resto de los empleados extranjeros vive en un barrio de casas verdes, amarillas, azules y prefabricadas. Testigos del clima de prosperidad que vive la ciudad, muchas inmobiliarias han devenido en casas de cambio. Allí los soldadores polacos vierten parte de los 2400 euros mensuales que les deposita la empresa. A la salida, Crzar muestra orgulloso un mensaje en su celular: “Vení a hause, amor”. Un vecino reconoce que los muchachos han transformado el vodka en el nuevo whisky del lugar.
“Están tirando éter. Las versiones no tienen ni ton ni son”, dice el teniente Pereyra, a cargo, momentáneamente, del cuartel del batallón del departamento de Río Negro, en Fray Bentos. Del otro lado se comenta que hay militares apostados entre los árboles del bosque. Para él “la cosa no va a pasar a mayores”, por eso el tema lo tiene despreocupado. “Esos temas son problemas de la policía.” Detrás suyo, un adolescente que sonríe tímido con su ametralladora apuntando hacía abajo señala en dirección a la comisaría local.
“Hay 400 efectivos policiales en toda la ciudad”, resalta el comisario Edison Silva y afirma que “un cupo importante” hace horas extras en Botnia, “como en un boliche o un partido de fútbol”. Sobre las versiones de posibles movimientos militares, el comisario no duda en decir que “es lógico”. “Si tenés vecinos que dicen que te quieren romper los vidrios, es obvio que vas a tomar medidas”, ejemplifica. Pero lo que realmente tiene atareado a Silva son algunos nuevos fenómenos de la ciudad. “Anoche tuvimos tres accidentes de motocicletas y un choque grave, imaginate que eso nunca nos pasa; también encontramos extranjeros perdidos y borrachos”, remata sonriente. Para este hombre nacido “a cinco cuadras”, criado a otras tantas y que vive “a la vuelta”, lo de la papeleras es una gran oportunidad porque “ahora llamo al plomero para que venga y no puede porque tiene mucho trabajo. Antes éramos todos empleados públicos”.
“Hay idiosincrasias distintas. Acá los militares están más integrados a la sociedad. No es que iban a mandar tropas. Como la policía está sobrepasada, seguro traían a 20 oficiales-niños. Nada más”, afirma Gustavo Sierra desde el edificio central de la aduana, en la parte baja del pueblo, a metros del río. El hombre, que no está del todo a favor de la pastera, aclara que el pueblo no vive del turismo argentino, “somos sólo un punto de paso” y que “la gente ya empieza a quedarse sin trabajo porque a la planta ya no le falta tanto”. Luciano lo sabe, por eso está plantado hace meses en una plaza cercana a la Aduana. Se la juega “a los puestos de mantenimiento”. Ya habló con varios ingenieros. Aunque nadie le asegure nada, este técnico en calderas y aire acondicionado espera. En los últimos años boyó entre Montevideo y Buenos Aires, y ahora come gracias a changas de vecinos. Señala al bolso de herramientas: “Esta es mi casa”.
Informe: Emilio Ruchansky.
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