EL PAíS › OPINION
Aumentó el riesgo
Por Eduardo Aliverti
Cualesquiera de las noticias y de los signos que en estas semanas ganan la consideración pública son aptos para advertir un río revuelto como pocas veces. En consecuencia, cabe reparar en el tipo de pescadores que pueden verse beneficiados. Son obvios, pero no por eso menos peligrosos. Un gobierno que quiere fugar cuanto antes, con el propio Duhalde sin más objetivos que volver a recluirse en ese aldeanismo bonaerense del que, vistos los resultados de su gestión, nunca debió haber emigrado. La interna de los peronistas cruzada por la incertidumbre. La inopia opositora. La lucha social con buenos síntomas, pero sin proyecto electoral y carente de una organización que la moldee. La derecha explícita sin figuras. Y Carlos Menem, que parece incautar giles en número creciente pero no tantos como necesitaría para brindarle solidez a su proyecto de retorno. Fuera de lo partidario, sensaciones y realidad de una inseguridad absoluta frente a la violencia delictiva; hordas momentáneamente pacíficas de hambrientos que comen de la basura; aumentos inminentes en las tarifas de servicios públicos; desocupación record; ausencia de salida del corralón financiero, visto desde las aspiraciones de una masa de ahorristas que quiere su dinero sin más ni más. La resultante de esos dos conglomerados –invisibilidad de horizonte político y angustia o desesperación social– es un convite poco menos que irresistible para ceder frente a propuestas o eslóganes mágicos. La exigencia de “mano dura” para hallar cuanto antes un escaparate es susceptible de comprender a ambos climas: un Mesías apadrinado por los norteamericanos para que se recree el artilugio del apoyo externo y un aparato estatal de tinte fuertemente policíaco para enfrentar la violencia y las amenazas cotidianas. Los pescadores de la derecha brutal no las tienen todas consigo para desarrollar ese obvio intento estratégico. La repulsa popular los alcanza; sus periodistas son vistos y escuchados sin que ello signifique que sean creíbles, y los luchadores sociales dinámicos podrán no ponerse de acuerdo para armonizar construcción de poder pero sí para denunciarlos con fundamento y energía. El problema sigue siendo que la crisis va mucho más ligero que la capacidad de las organizaciones populares (con sus intelectuales y dirigentes a la cabeza) para demostrar que, además de resistir, son capaces de edificar. Y es por ese agujero donde se cuela la posibilidad de que un grueso de los argentinos choque, por innumerable vez, contra las mismas piedras.