Sábado, 3 de febrero de 2007 | Hoy
EL PAíS › A LOS 71 AÑOS, MURIO EL MULTIFUNCIONARIO ERMAN GONZALEZ
En La Rioja y a nivel nacional batió records de funciones, siguiendo a su jefe político. Murió en las vísperas de ir a juicio oral.
Por Eduardo Tagliaferro
En abril de 1989, cuando el menemismo daba sus primeros pasos, Antonio Erman González tendría que haber subido al avión que terminó con la vida del entonces ministro de Acción Social, Julio Corzo. “Me quedé porque era el cumpleaños de mi esposa, pero en el fondo no me tocaba la hora de pasar a mejor vida”, explicó años más tarde. Convencido de los designios y parafraseando a su hermano del alma, Carlos Menem, dijo: “Aprendí hace mucho tiempo que no se puede luchar contra el destino, que nadie, pero nadie, puede morir en las vísperas”. Fue lo que se dice un veterano de la función pública. En La Rioja ocupó diecisiete cargos públicos. En la Nación, durante la década menemista, siete. Lo siguió a Menem en tantas funciones como causas judiciales. Procesado por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador y por la privatización de Tandanor, donde estaba pronto a enfrentar un juicio oral y público, Erman falleció en su domicilio. Tenía 71 años, hace tres había sufrido una hemorragia cerebral y precisamente ayer cumplía un nuevo aniversario de casado con Ana Cristina Caballero, su segunda mujer. A partir de hoy se realiza su velatorio en La Rioja. Las vísperas quedaron atrás para un incondicional del menemismo.
“La política tiene un nombre, se llama lealtad”, dijo Menem en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno cuando lo despidió de su último puesto como ministro de Trabajo, en mayo de 1999. Erman dejaba el cargo luego de que se conociera que siendo ministro cobraba una jubilación de privilegio cercana a los 8 mil pesos y que acababa de cobrar un retroactivo de 222 mil pesos. El fin del menemismo se avecinaba y a él le había llegado meses antes. En 1993 había declarado un patrimonio de 213 mil pesos, pero se retiraba diciendo tener bienes por 1.792.632 pesos. Sus declaraciones juradas no concordaban y la Justicia lo investigó por enriquecimiento ilícito, ya que dudaba del origen real de 800 mil pesos que había afirmado que provenían de honorarios profesionales.
Nacido en 1935 en La Rioja, Erman conoció la pobreza en las tripas. Así lo reconocía en la glamorosa vidriera que la revista Caras le ofrecía al menemismo en la década del ’90. Enterneció a los lectores admitiendo que “a pesar de que nunca supe quién fue mi padre, ella (la madre) me dio el cariño de una familia fundada en bases sólidas”. Como anécdota recordó que una tarde, luego de escuchar que le gritaban maricón por haberla obedecido y dejar el picado para cumplir con su llamado, ella le dijo: “Te han llamado maricón, tenés que demostrarles que no lo sos”. Años más tarde la sorprendió al anunciarle que se iba para Córdoba a estudiar Ciencias Económicas. “Señor, acá se estudian las ciencias físicas y naturales”, le dijo una empleada de la Facultad de Ciencias Exactas cuando quiso anotarse en la carrera de Economía. Más allá de la confusión inicial, regresó a La Rioja convertido en el contador González. La curtiembre Yoma fue algo más que uno de sus primeros clientes. Su lápiz le permitió a Menem sortear la mano de la Comisión Nacional de Recuperación Patrimonial del Proceso, órgano con el que la dictadura investigó los bienes de los funcionarios peronistas antes del ’76.
De formación cristiana, no se ponía colorado al reivindicar a Adalberto Krieger Vasena o a Alfredo Martínez de Hoz. “En sus comienzos, el Proceso era reclamado hasta por los propios peronistas”, supo responder alguna vez a este diario cuando se le preguntó si hubiera sido funcionario de la dictadura. En esa misma ocasión recordó que estuvo de acuerdo con el famoso discurso que Martínez de Hoz realizó el 2 de abril de 1976. Lo defendió diciendo que intentaba “frenar la inflación y estabilizar el crecimiento”. En 1984, siendo ministro de Economía, inundó La Rioja en un festival de bonos que llevaron la cara de Facundo Quiroga, en lo que fue calificado como un verdadero “pagadiós”.
Precisamente la inflación fue su fantasma. Había sido electo diputado nacional por la Democracia Cristiana en alianza con el Frejupo. No llegó a asumir su banca. Menem lo nombró vicedirector del Banco Central y luego ministro de Acción Social. Ante el fracaso del Plan Bunge y Born, llegó al Palacio de Hacienda. La hiperinflación que había arrastrado a Raúl Alfonsín estaba viva y amenazaba con llevarse al riojano. “En este vuelo nos embarcamos todos y no hay paracaídas. El que quiera tirarse se tira solo y sabe las graves consecuencias que le acarreará”, afirmó Menem luego de tomarle juramento. El 28 de diciembre de 1989 hizo una verdadera broma del Día de los Inocentes al incautar los depósitos a plazo fijo mayores al millón de australes. Los canjeó por Bonex pagaderos a diez años. Los que pudieron conservarlos tuvieron su ganancia; el resto tuvo que venderlos al 25 por ciento de su valor. Fue el precursor de la convertibilidad y precisamente al padre de ella, Domingo Felipe Cavallo, le dejó el cargo de ministro de Economía. Aunque era un ferviente defensor de las privatizaciones, otro privatizador como el entonces ministro de Obras Públicas Roberto Dromi lo calificó como “un contador sin visión política”. En su siguiente ministerio, Defensa, privatizó todo lo privatizable. También puso la firma en los decretos que habilitaron la venta ilegal de armas a Croacia. Cuando el escándalo estalló, al frente del área estaba Oscar Camilión. “Con tantos pruritos mataron nuestra industria de armamentos”, dijo años después defendiendo su gestión en Defensa.
Tuvo su hora de gloria en 1993 cuando se impuso a la radical Martha Mercader en las parlamentarias de la Capital Federal. Guitarrero, cantor de chayas, este contador que de chico soñaba con ser piloto de aviones y que confesaba que cuando ingresó a la universidad su única lectura política había sido La razón de mi vida, emprendió ayer su último vuelo. No son pocos los que le agradecen haberse mantenido fiel a sus secretos.
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