Viernes, 1 de junio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Repasemos la crónica que ya se va transformando en minihistoria.
Jorge Telerman adelantó la fecha de las elecciones, todo lo que pudo (mucho) para primerear. Mauricio Macri dejó de cavilar y “bajó” al ruedo porteño sorprendiendo a parte de su propia tropa, al oficialismo nacional y (acaso) al telermismo. Néstor Kirchner no eligió “la gran Río Negro” (que posiblemente sea “la gran Mendoza”), dejar contender a un par de lemas propios: se jugó por Daniel Filmus, comprometiendo a Ginés González García en una movida muy sacrificada. El jefe de Gobierno produjo la última jugada política fuerte, relegar su perfil polisémico para aliarse con la ultraopositora Elisa Carrió, bajo la bendición de los ultraopositores pastores Jorge Bergoglio y Sergio Bergman.
Ese frenesí táctico, pletórico de faltas envido cantadas vaya a saberse con qué tantos en mano, mereció interpretaciones igualmente excitadas. Cada acción fue leída como dinamizadora de carradas de votantes, que irían como bolitas de flipper de un lugar a otro. Las integraciones de las fórmulas, los eventuales aportes de Carlos Heller y Enrique Olivera fueron, seguramente, sobreinterpretadas en su traducción en suma de votos. Al debate en A dos voces también se le atribuyó un potencial decisivo en el que cuesta creer.
La hiperquinesis se desplegó y epiloga en el marco de encuestas que auguran un primer puesto para Macri, un segundo muy reñido entre Filmus y Telerman, a una distancia sensible. Si ese esquema se verifica en los hechos, replicaría con bastante fidelidad los resultados de las elecciones parlamentarias de 2005. Entonces Macri superó el 30 por ciento y Elisa Carrió le ganó en el telebim a Rafael Bielsa. Con variaciones módicas, seguramente con incrementos para todos en una elección lógicamente más polarizada (está en juego el Ejecutivo), los sondeos vaticinan que Macri conserva su caudal, que Filmus mejora el de Bielsa, que Telerman es portador del de Lilita. Hasta el empate técnico por la medalla de plata, dicen, subsiste.
Si se corroboraran esas referencias, habría que pensar en un electorado menos excitado, menos volátil, más constante que el narrado en estos meses.
Hasta que se abran las urnas, más vale, nadie lo sabe.
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Hace muy poco hubo elecciones nacionales en Francia. El domingo pasado España votó autoridades municipales y comunitarias. Las campañas fueron despiadadas o, al menos, así fueron descriptas por los analistas locales y los dirigentes implicados.
En Francia, un importante dirigente socialista llamó a votar contra Ségolène Royal en el ballottage y luego fue sumado al gabinete del adversario-ganador Nicolas Sarkozy. Una transacción que reduce al criollo Borocotó a la dimensión de un poroto.
En España proliferaron denuncias cruzadas de corrupción. Un intendente de un pequeño municipio, del Partido Popular, ofreció sortear viviendas entre sus adherentes. Los dos partidos mayoritarios se imputaron mutuamente haber nacionalizado la campaña, haber manipulado el pasado, haber jugueteado con el terrorismo (ETA o Al Qaida) de modo bastardo.
La campaña local se moteja de sucia, con algunos fundamentos, pero acaso sin compararlas con el mundo real, así sea el primero, en países con partidos fuertes, con identidades más o menos precisas.
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En este Sur, de todo hubo, amén de la lucha en el barro. Polémicas recordables, una agenda bastante amplia y no siempre pavota, zancadillas, un creciente abuso de los afiches anónimos que ninguno de los tres desautorizó (como debió hacerse) siendo que todos fueron eventualmente beneficiarios o perjudicados.
Un despliegue físico y económico de los tres pretendientes con chances ganadoras y un esfuerzo denodado de sus competidores para suplir a pulmón la falta de chequeras colosales, son otro dato recordable. Multimillonarias, toneles sin fondo, fueron las campañas de quienes van por el podio y ninguno de los implicados podrá arrojar la primera piedra contra el financiamiento opaco (si no espurio) de la política, un mal mayor del sistema democrático.
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El presidente de Boca, con un activo firme probado en tres compulsas seguidas (las dos vueltas de 2003, la de 2005), hizo la campaña más lineal, previsible, la que prescriben las academias: trató de limar sus aristas más irritativas y de amenguar su imagen negativa. Todas sus acciones son fácilmente legibles en esa clave. Queda por verse “apenas” lo esencial, que es si logrará superar los rechazos que lo dejaron en la puerta contra Aníbal Ibarra.
Sus oponentes, que partieron desde atrás, fueron más lanzados. Telerman renunció a sus posibilidades de capturar votantes de todo pelaje, corriéndose cada vez más a la oposición. Elisa Carrió obró una vasta transición, de la intransigencia y el ascetismo a la entente con un peronista-gobernante que produjo una campaña fastuosa.
Kirchner se expone a una derrota en un distrito que no le ha sido propicio, jugando a dos de sus ministros y poniendo su propio cuerpo. Su táctica no fue la misma que en otras provincias gobernadas con peronistas en las que se avino a negociar con el mal conocido antes que arriesgarse a una innovación.
Todas son opciones fuertes; su valoración llegara con los cómputos. Las maniobras electorales son santificadas o sepultadas por los resultados. Muy pronto se sabrá si las decisiones tomadas ante tantas encrucijadas fueron acertadas o condujeron al fracaso. Los comicios serán leídos en clave nacional, reconfigurarán el rompecabezas opositor y, tal vez, determinen quién puede aspirar a algo parecido a su liderazgo. La foto del ganador, la figura de quien levante el brazo no limitarán sus efectos aquende la General Paz.
En un cuadro electoral signado por la destitución de Aníbal Ibarra, de eso no se habló. Los silencios, a veces, son más elocuentes que las palabras.
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