Martes, 30 de octubre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La pregunta suena rara, por la continuidad del oficialismo y también por la proximidad entre el que se va y la que llega. Los vaivenes del cambio de gestión se amortiguan bastante, pero los hay. La falta de datos precisos acerca de los cambios de gabinete aceleran las pulsaciones de muchos funcionarios e incitan la nativa proclividad al codazo anticipatorio o la sabiduría criolla de desensillar hasta que aclare. Tras los muros de los despachos se oyen sordos ruidos de internas y acercamientos a la zona de visión de Cristina Fernández de Kirchner. Esas acciones capturan porciones importantes de las voluntades y la libido, lo que se percibe al medir el rinde colectivo.
Néstor Kirchner quiere terminar su gestión a tambor batiente, como todo lo que hace, pero tendrá que redoblar esfuerzos porque la incerteza distrae muchos magines.
La inminencia de variantes, fueran cuantas fueren (ya se hablará de eso en otra pregunta), altera el ecosistema del gabinete. Debe tenerse en cuenta una referencia no muy remarcada: fue muy estable el equipo de gobierno del Presidente, cualquier turbulencia altera una tendencia instalada. Hubo, en términos argentinos comparativos, funcionarios que duraron mucho tiempo. Varios ministros cumplieron todo el ciclo: Julio De Vido, Daniel Filmus, Alberto Fernández, Ginés González García, Aníbal Fernández, Carlos Tomada. Jorge Taiana fue vicecanciller dos años y luego ministro. Alicia Kirchner se tomó un ratito de licencia. Un mar sosegado, poco conocido en estas latitudes. Ahora, sin un mapa preciso de cómo será el gabinete de Cristina, costará un poco más mantener firme el timón. ¿Para rumbear adónde?, dirá usted. O, si prefiere...
Postulado de otro modo: ¿tomará Kirchner medidas con contraindicaciones para aliviárselas a Fernández de Kirchner? Dos están anotadas en el libro de bitácora: aumento de tarifas de servicios públicos y otorgamiento de la personería a la Central de Trabajadores Argentinos. La primera es un maná para el sector y para el establishment económico. Una pseudo panacea al que se le atribuyen virtudes mágicas muy superiores a su real impacto, que incluiría un acicate a la inflación, como señaló en este diario el periodista Alfredo Zaiat.
Los apostadores de Palacio aseguran que el Presidente, de tan prendado que está de su sucesora, apuraría ese mal trago. Aconsejan aceptar una apuesta en ese sentido, por poco monto, eso sí, porque el tema está encriptado entre cuatro paredes. Pero si quiere arriesgar un almuerzo, no muy caro, apueste.
Curiosamente, hay más dudas respecto de la personería de la central alternativa, una acción que encresparía a la dirigencia cegetista, pero podría redituar ante tribunas progres o de izquierda. También hay medias promesas deslizadas ante representantes de la CTA por el propio Presidente y dictámenes favorables (informales, eso sí) del jefe de Gabinete. No va más, tire una ficha, ¿quién le dice?
¿Alguna otra innovación en 40 días? Ni una chirola, vea.
El sistema de decisiones de la cúpula kirchnerista es consabidamente cerrado, receloso de las filtraciones y sobrevalorador del efecto sorpresa. Traducido al castellano, poco y nada se conoce (emanado de fuentes relevantes) sobre los cambios por venir. Sí se ha formado un kit de sentido común, que ya ha sido remanido en los medios y en las tertulias. Lo integran la continuidad segura de Alberto Fernández, Jorge Taiana más Carlos Zannini y la muy verosímil de Alicia Kirchner y Miguel Peirano. A partir de ese piso se barajan nombres, apellidos y reformas ministeriales.
Sin adentrarse en su detalle es interesante notar que los pálpitos acerca de la magnitud de los cambios han cambiado en Palacio. A principios de año primaba la doctrina “olor a menta”, preconizando muchos cambios. Alberto Fernández era uno de los adalides y, aleccionadoramente, mocionaba su propio reemplazo.
En las semanas más recientes la lectura más extendida se inclinó a la idea de mucha continuidad. Seguramente incidieron el microclima conformista propio de las campañas algo potenciado por el discurso de la candidata que habló mucho más de continuidad que de cambio. Los propulsores de la nueva doctrina que en el imaginario de Cristina pesan mucho los traspiés de su compañera de género y colega chilena Michelle Bachelet (ver hoy mismo, página 23). Se atribuye una buena ración de los tropiezos a su decisión de innovar plenamente con su gabinete. El tópico es tan recurrente que muchos ministros se han convertido en glosadores de la gestión Bachelet. Hay quien señala que el error no fue tanto mudar de equipo como haberlo hecho sin haber aceptado ni una de las propuestas que le allegaron los partidos políticos que son sus aliados. Otros sugieren que seleccionó gente carentes de experiencia. Hay quien cree que hubo un abuso de compañer@s setentistas demasiado alejados de la política de los últimos veinte años. Otros, en cambio, susurran la existencia de un núcleo duro liberal en lo económico que calienta la oreja de la presidenta. Como se ve, el hecho de no saber los nombres enriquece el menú de la conversación.
Y eso que apellidos no faltan. Para no repetirlos, el cronista se conforma con subrayar dos conocidos que han crecido en estas últimas horas. Eduardo Fellner, el gobernador jujeño que desistió de su reelección y cuya provincia le aportó un toquito de votos a Cristina. Y Héctor Capaccioli, un Alberto-boy que se ha movido mucho en campaña, que ha anudado buenos lazos con la dirigencia sindical, que es dadivoso para poner logística y recursos en Capital y cuya unción en algún ministerio compensaría a Fernández de la casi segura salida de su aliado Alberto Iribarne.
La maratón de elecciones aumentó el desamparo del radicalismo. Los K y los que conservan el sello partidario coincidieron en algo: ambos perdieron una gobernación a mano de los peronistas. Para los alfonsinistas el costo fue proporcionalmente mayor, pues Chaco era la única provincia que gestionaban. Pero el golpe que sufrió Julio Cobos al caer su delfín en Mendoza tiene un peso simbólico enorme. Los K, claro, contrapesan con las otras gobernaciones, muchas intendencias y la vicepresidencia cuyo valor (aunque todos callen o se hagan los distraídos) sufrió una devaluación importante el domingo.
Si Mendoza quedaba en manos de los K era casi cantada una ofensiva de los vencedores sobre el tronco seco de sus correligionarios abatidos. Así, las cosas se emparejaron un tanto. La performance de Roberto Lavagna como salvador de la UCR fue ambigua. No llegó tan alto como se esperaba al principio no quedó tan herido como parecía en las últimas semanas. Su triunfo en Córdoba da oxígeno a un distrito y a un dirigente, Mario Negri, que venía de ser sopapeado en las elecciones a gobernador. Margarita Stolbizer fue la más mimada en los análisis electorales (y en las urnas), lo que configura un rompecabezas bien provisto para una fuerza en consunción. Se viene una interna sin precedentes y, como sabemos los abogados, las divisiones de herencia pueden ser más crueles cuanto menor sea el patrimonio a repartir.
La política local es extraña y atraviesa una época de transición. Incita a la experimentación y a la heterodoxia. Aun en ese contexto innovador, lo que probó Mauricio Macri era un desafío a las versiones políticas de la ley de gravedad. ¿Abstenerse de participar (o algo aún más medroso e impreciso) en una compulsa presidencial siendo un importante dirigente opositor en trance de comenzar a gobernar una provincia importante? Un desafío a la fuerza gravitatoria, hubieran dictaminado Nicolás Maquiavelo, Napoleón, Lenin, el viejo Mao, Juan Perón o cualquier otro sabedor del arte político. Mauricio lo hizo, tras algunos mohines y arabescos chocantes. No estuvo bueno. Quedaron muy expuestos su egoísmo y (lo que puede serle más costoso) su impericia. Su apuesta implícita era que ninguno de los opositores rayara alto resaltando por contraste su liderazgo, que puso a hibernar.
Su armado fue muy pobre, Carlos Melconian (un economista de derecha con modales muchachistas y futboleros), una floja opción. LM hizo un papelón, la lista de diputados porteños sumó poco. Y Carrió se alzó con un montón de votos capitalinos, enrareciendo la puja entrambos.
El 10 de diciembre, puesto en gestión, con el presumible apoyo de fuerzas de derecha nativas y foráneas, Macri puede remontar. Pero esos meses le han sido fatales, incluyendo el sugestivo episodio de su ministro de Cultura no nato que desnudó la carencia de cuadros del macrismo y la improvisación de las designaciones. Algo que no es PRO. Esta historia, como las precedentes, continuará.
¿Qué pregunta quedó contestada, cronista?
Ninguna, nadie puede esperar tanto “el lunes después”, tras un cambio de escenario de esos que se dan sólo una vez cada cuatro años.
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