Jueves, 15 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
El anuncio del gabinete de Cristina Fernández de Kirchner emite varias señales, la primera en orden de importancia es la continuidad. Las principales figuras del gabinete actual siguen en funciones, prolongando una tendencia del actual mandatario, remiso a cambiar su elenco de colaboradores. La estabilidad de los funcionarios de Kirchner ha sido altísima comparada con la de cualquier otro gobierno reciente. “La base está”, piensa la presidenta, y, convalidada por la ciudadanía, revalida a su staff.
Quedarán los funcionarios de la conspicua “mesa chica” que fueron viga de estructura de la gestión de Néstor Kirchner: Julio De Vido, Alberto Fernández y Carlos Zannini. También prosiguen ministros que acompañaron todo el mandato (Alberto y Aníbal Fernández, Carlos Tomada, Alicia Kirchner, con la salvedad de un breve interregno en el Senado) y Jorge Taiana (quien acompañó la primera mitad como vicecanciller). Oscar Parrilli sigue aquerenciado en la Secretaría General. Nilda Garré es más nueva pero acumula dos años de gestión. Graciela Ocaña se traslada del PAMI al Ministerio de Salud. Juan Carlos Tedesco asciende en Educación, como ecológica derivación de la salida de Daniel Filmus.
Todos son “del palo”, los de la mesa chica especialmente. El gabinete propende, en tal sentido, a la monocromía. Los radicales K lo miran de afuera, por caso.
Los realmente nuevos son Martín Lousteau y Florencio Randazzo (importados desde la provincia de Buenos Aires) y Lino Barañao. Este último encarna una señal que trasciende lo burocrático: la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
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La marca de Cristina: La presidenta electa comunicó su decisión a los designados entre el lunes y el martes. En varios diálogos usó la palabra “reconocimiento”. El trato fue, quizá, más personalizado que el que solía aplicar Néstor Kirchner. Cuesta imaginar diferencias mayores que ese sesgo protocolar entre ambos, tal es la similitud entre lo que hay y lo que vendrá. ¿Hubiera sido otro el gabinete si Néstor Kirchner hubiera sido reelecto? Hum.
En ese cuadro general pueden resaltarse algunas pinceladas con el color que presenta de movida el equipo de Cristina Fernández de Kirchner. Tres ministras y una presidenta componen una presencia femenina importante, que va en pendant con la primera Corte Suprema con dos juezas. Alberto Fernández, Ocaña, Taiana y Tomada revistan entre sus dirigentes favoritos.
La mudanza de Seguridad al Ministerio de Justicia también tiene su sello, según susurran en Palacio. En el Gobierno cundía la decisión de jerarquizar esa área, tan cara a los reclamos mediáticos y tan acuciante para “la gente”, según los sondeos de opinión. Una de las hipótesis en juego era crear un ministerio ad hoc. “A Cristina le pareció muy derechoso”, relata un confidente. La solución juzgada intermedia fue cambiar el área y mudar a Aníbal Fernández (que no es, exactamente, un hombre de izquierdas) con ese bagayo a cuestas.
Y el nuevo ministerio que amerita un parrafito aparte.
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I.D.I, parrafito aparte: La innovación, el desarrollo científico tecnológico y la investigación son rubros relevantes del presupuesto y de la libido de cualquier proyecto serio de país. La Argentina tiene una deuda enorme en ese sentido, pese a la tenaz existencia de recursos humanos envidiables. Crear un ministerio es un gesto estimable, que sólo tendrá sentido si se corona con inventiva, aportes generosos del Tesoro y articulación con entes ya existentes.
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El periplo de la hormiguita: Ocaña corona años de consistente trabajo, llegando al Ministerio de Salud. Como su nombramiento en el PAMI, el actual envía un mensaje a las nutridas corporaciones del sector, que incluye a la sindical más afín al Gobierno. “La hormiguita” lo demostró en el Instituto, no tributa a su lógica, no la comparte y no acepta mansamente sus “códigos”. Los laboratorios, las prepagas, las obras sociales no tendrán una adversaria cerril pero (mucho menos) una ministra “comprensiva” o transigente.
La reforma del sistema de salud puede tenerla en un rol dinamizador. Cuando Kirchner la convocó, en 2003, Ocaña le dijo que precisaba tener cerca un sanitarista, reconociendo los límites de su saber. Seguramente deberá repetir el esquema, máxime si el Gobierno aspira a una reforma progresiva del sistema de salud, anclado malamente en su diseño de los ’60, con el agregado privatizador de los ’90 y la carcoma propia del paso del tiempo. Un sistema público más sólido, que sea el piso de atención para todos los argentinos es una utopía deseable y ardua.
Ginés González García termina su labor, que abarcó algunos encontronazos con Ocaña. Pueden debatirse muchos de sus enfoques, pero es innegable que Ginés, amén de su versación teórica y práctica, tiene una virtud cardinal: una concepción de lo público, un ángulo propio al respecto. Y la voluntad de defender su visión de lo estatal público, con la mayor dureza si cuadra. Su conflicto con la jerarquía de la Iglesia no fue derivado de su ánimo de competir por deporte con los poderes estatuidos. González García no es manco en eso de negociar o articular y su visión ideológica sustenta esa actitud. Su fiereza en combate fue defensa de posiciones innegociables: el “espacio público” cuando se lo quisieron invadir. Esa primacía, que debería ser marca de fábrica de cualquier funcionario, lo enaltece y será un saldo innegable de su trajín. Volveremos sobre este punto, con un ejemplo inverso, unas líneas más abajo (ver “Los supersecretarios”).
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Saberes: Taiana, Tomada y Tedesco tienen historia política y son, al unísono, cuadros técnicos con sólida formación previa en su área. Lousteau tiene buenos pergaminos académicos y también es llamativa la trayectoria de Barañao.
Es una dotación razonable de especialistas-ministros que “compensa” las salidas de Filmus y Ginés, de perfil semejante.
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Alberto y Julio: Las discusiones de los últimos días, de enorme influencia en la asombrosa salida de Miguel Peirano, incidieron en el adelantamiento del anuncio verbalizado ayer por el jefe de Gabinete. La comidilla política de rigor se centrará en la persistencia de ese ministro y de Julio De Vido, cuya interna ha dado que hablar y seguirá haciéndolo. La oposición seguirá considerándola el centro del universo (ya se escucharon declaraciones en ese sentido), el oficialismo negará su propia existencia. La lid existe aunque puede que no tenga el rango homérico que le atribuyen ciertos narradores, no todos ajenos al oficialismo. Más allá de subjetivismos hay una contienda de incumbencias entre el ministro-jefe y el ministro más poderoso del dispositivo kirchnerista, desde la renuncia de Roberto Lavagna.
Fernández tiene un rol de articulador permanente de agenda y su cotidianidad se calca con la del Presidente. Y juega fuerte, con mayor o menor fortuna, en el “armado” político, hasta con paladines propios.
De Vido compite en ese terreno y los choques pueden ser devastadores, como ocurrió en Córdoba cuando se eligió gobernador. Pero, esencialmente, tiene una agenda de gestión y de alianzas incomparable a la de sus pares. Es, si se mira bien, el hombre fuerte de un gabinete manejado con puño de hierro, algo que no surge de la lectura del organigrama sino de la comparación de poderes relativos.
Y ante todo, es el taita de un edificio sito en Hipólito Yrigoyen y Balcarce, a metros apenas de la Casa de Gobierno. Esa era la morada histórica de Economía, Planificación le tomó prestados algunos pisos y en el decurso del tiempo, la primacía.
Los conflictos entre De Vido y Lavagna, no sobreimpresos a los que ambos tenían con Fernández, signaron un primer tramo del mandato K. Desde que llegó Felisa Miceli su hegemonía fue patente. La ministra no supo compensarla cuando se percató de que no era fácil sobrevivir en coexistencia pacífica.
Peirano buscó flotar sobre el entredicho entre superministros: arrancó bien con ambos, estrechó lazos políticos firmes con Zannini. En los últimos días ese esquema se desbarató, cuando el titular de Economía notó que Guillermo Moreno lo pasaba por arriba en la cuestión del Indec.
Ese grano será una prueba de fuego, al menos en lo simbólico, para Lousteau, el joven inquilino del quinto piso del tradicional edificio de Hipólito Yrigoyen.
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Un leading case: Conducir la economía nacional es un desafío formidable para un hombre de menos de cuarenta años.
El oficialismo y la Unión Industrial Argentina lo adscriben como “productivista” y lo ponen de su lado en el Martín pescador contra los “noventistas”. No será un adalid del sector financiero, ni un minimizador del rol del Estado, en buena hora. Su imagen pública estará sobredeterminada por su maña para reparar el desquicio del Indec. El tema se ha convertido en un caso piloto, el affaire Peirano exacerbó esa lectura. Continuador de dos colegas, nada ingenuos, que sucumbieron a los embates de Guillermo Moreno, Lousteau afrontará desde el vamos una prueba de fuego, la de no ser un ministro inexistente, incapaz de agregar valor, discurso y experticia a las líneas maestras del pensamiento de la Presidenta. Miceli no dio la talla, Peirano no tuvo tiempo para mostrar si era capaz de lograrlo.
En un sugestivo libro que escribiera con su maestro Javier González Fraga (“Sin atajos”, 2005), Lousteau consignó “todo este tiempo nos ha dejado lecciones tan costosas que sería inmoral no aprovecharlas”. El espejo con las imágenes de sus precursores podría ser una de ellas.
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Los supersecretarios: Subsisten casilleros por llenar, gentes por ratificar o relevar. En ese colectivo que estará muy inquieto refulgen con brillo propio dos secretarios, centrales en el ágora y en la gestión: Guillermo Moreno y Ricardo Jaime.
Moreno es el que logra más centimil, podrían llenarse cien containers con las críticas que le propinan, en gran parte merecidas. No pudo domar los precios ni tuvo herramientas adecuadas para hacerlo. Y su intromisión en el Indec es imperdonable, amén de difícilmente reparable. Todos estos reproches son sustantivos y deberían signar su suerte inminente. Vale la pena, empero, subrayar una característica de su obrar. Con buenos y pésimos modales, con buena y mala praxis funcionarial su acción siempre estuvo del lado del Gobierno y aun de lo público. Acción política de floja calidad, pero política al fin.
Jaime es un caso más cuestionable, según la mirada de este cronista. En su área se practica un modelo de gestión funcionarial, muy tributario de los intereses de las corporaciones del transporte. A diferencia de Moreno (que es el Estado a cara de perro), en la zona de Jaime los “sombreros” se mezclan. No se discierne con precisión quién es quién, Estado, sindicatos, patronales. Todo un detalle que magnifica la opacidad de su desempeño.
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Cambio de sillas: La mesa chica está indemne, pero hubo gran rotación de sillas. La senadora preside, el Presidente irá al café literario, el rol de Alberto Fernández deberá reconfigurarse.
Queda por verse cómo se amoldan los antiguos compañeros a la etapa que se abre. Sobre todo para ir cumpliendo dos tareas que son las únicas ideas fuerza que lanzó el kirchnerismo en los últimos meses: el acuerdo social y el armado político.
El Gobierno prefirió arriesgar el costo de prestigio que significará la confirmación de De Vido, en pos de conservar la unidad interna.
En lo básico, mantiene su línea y su direccionalidad. “Equipo que gana no se cambia”, aleccionan los técnicos de fútbol y el oficialismo acaba de golear en una elección nacional. Jugará en otra coyuntura, la presidenta lo registra. Para competir en la nueva Liga, confía en el plantel que obtuvo el ascenso del infierno al purgatorio.
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