EL PAíS › LA BúSQUEDA Y EL HALLAZGO DE LOS RESTOS DE RICARDO GIMéNEZ

Una causa por un homicidio

Juan Pablo Vergara pudo dar con los restos de su hermano a partir de una nota de este diario. Ahora se prepara para sumar ese secuestro y asesinato a la causa contra Patti.

 Por Martín Piqué

La búsqueda de la familia Vergara-Giménez duró treinta y dos años. En todo este tiempo se habían acostumbrado a convivir con el dolor por la ausencia, a resignarse a la incertidumbre. Pero la tragedia familiar tuvo su primera reparación cuando un joven empleado judicial de la Cámara Federal porteña, Daniel Valladares, estudiante de Historia en la universidad, leyó una nota de Página/12 y recordó un apellido. Un nombre, un apellido y una localidad del conurbano: Escobar. Lo había leído en un legajo policial de enero de 1976. El legajo informaba sobre la aparición de un cadáver en un basural del barrio Cuartel V, entre Moreno y Pilar, que correspondía a un joven de tez trigueña de entre “25 y 35 años”. En las primeras fojas del sumario el cadáver figuraba como NN; luego aparecían notificaciones de la División Documentos y la Sección Identificación de la policía bonaerense que informaban la identidad. Se trataba de Giménez, Ricardo Gabriel, hijo de Ramona Giménez y Juan Vergara. Ricardo era periodista del semanario El Actual de Escobar, también militaba en la Juventud Peronista. Valladares encontró el legajo y se contactó con el Equipo Argentino de Antropología Forense. Los antropólogos ubicaron a uno de los hermanos de Ricardo. Así, la familia Vergara-Giménez pudo enterarse qué había pasado con los restos del hijo menor. Están en el osario del cementerio municipal de Moreno.

“Gracias a una nota periodística pudimos saber qué pasó con mi hermano. Así como una nota puede voltear un ministro o denunciar una empresa, también se puede encontrar a una persona que había sido secuestrada y nunca se supo más de ella. Es el alma del periodismo.” Juan Pablo Vergara siente que concluyó una etapa. Como hermano mayor de Ricardo (su hermano había sido inscripto ante el Registro Civil con el apellido materno), Juan Pablo dedicó la mitad de su vida a tratar de localizar los restos. A Ricardo lo habían secuestrado ocho personas de civil con armas largas que se identificaron como policías. Se lo llevaron de la casa de sus abuelos, en Congreve 1991, Loma Verde, Escobar. Era el 7 de enero de 1976. Faltaban meses para el golpe, y las fuerzas represivas aún no habían optado por el método de la desaparición sistemática. Las víctimas de la Triple A aparecían muertas en basurales, en baúles de autos, al costado de las rutas.

En todos estos años la familia Vergara-Giménez había seguido varias pistas sobre el destino del hijo menor. Un dato proveniente de la Policía Federal ubicaba sus restos en una fosa común del cementerio de Campana. La Justicia comprobó que se trataba de otro desaparecido. La incertidumbre, el vacío por falta de información, se mantuvieron hasta que un empleado de la Cámara Federal leyó este diario y lo asoció con un viejo legajo de la Bonaerense que había visto en el archivo. El legajo en cuestión contenía un sumario por homicidio que se había iniciado en la comisaría de Moreno el 30 de enero de 1976. En las últimas fojas del expediente figuraba la identidad del NN. Era Ricardo. La familia no había sido advertida del hallazgo. En el sumario también se consignaba el lugar en el que había sido inhumado el cadáver: la manzana 18 del cementerio municipal de Moreno.

A través de un miembro del EAAF, Maco Somigliana, la Cámara Federal notificó a Juan Pablo Vergara que habían hallado el legajo con toda la información sobre el destino de su hermano. El sumario permitiría localizar los restos. “Maco me advirtió que en el expediente habían fotos muy duras que mostraban a una persona muerta que habían tirado en Cuartel V, entre Pilar y Moreno, a principios de 1976”, revive Juan Pablo. Cuando se presentó en el segundo piso de Comodoro Py 2002, Juan Pablo ya no tuvo dudas: vio en blanco y negro las fotos que mostraban a Ricardo asesinado de un tiro en la cabeza. Con las manos atadas a la espalda, camperita de jean y zapatillas de básquet blancas. El cuerpo había aparecido a cien metros de la ruta 25, muy cerca de “La Quema”, donde se descargaba la basura de los camiones recolectores del partido de Moreno.

–¿Cómo te sentiste al ver las fotos de tu hermano 32 años después de que lo secuestraran? –pregunta este cronista a Juan Pablo.

–Me dio mucha impresión ver a una persona toda rota. Le habían hundido la cara, le habían cortado una oreja. Claro que sabía que estaba muerto, lo sabíamos todos. Pero verlo así...

Tras su presentación en Comodoro Py, Juan Pablo se llevó una copia del legajo con la autorización del camarista Horacio Cattani. Titular de la sala II de la Cámara Federal, Cattani está a cargo de la investigación por los juicios de la verdad en Capital Federal desde 1998. “Para la búsqueda de la verdad optamos por un camino muy difícil. Buscamos registros, mandamos oficios a los juzgados de provincia, revisamos los libros de la policía, para poder lograr la identificación. Después se utilizó cada vez más tecnología. Así pudimos devolverles a los familiares el pedazo de historia que conocíamos. Esto nos permitió convertir a los NN en personas identificadas y en algunos casos ir al lugar de inhumación”, cuenta Cattani en diálogo con Página/12.

–¿Qué elementos facilitan la búsqueda de la verdad?

–Este es un caso en el que gracias a la nota previa pudimos acercarnos a algún familiar. Por otro lado, yo había estudiado mucho la metodología del Holocausto. Entre las cosas formales aparecen intersticios por donde investigar. No se olvide que la burocracia siempre deja huellas, siempre quiere dejar registros.

El Chueco

Juan Pablo trabaja en una empresa de gas y plomería. Siempre se consideró peronista pero abandonó el PJ en los noventa, tras el indulto. Desde el retorno de la democracia colabora con el Serpaj de Adolfo Pérez Esquivel. En los últimos tiempos se sumó a un colectivo que colabora con la AM 530, La Radio de las Madres, el grupo Alba. Su actual lugar de residencia es la vieja casona de los abuelos, en Congreve al 1900, Escobar. Esa vivienda fue usada por la familia para diversas actividades comerciales: primero abrieron una panadería, luego un bar. También fue allí, en la esquina de Congreve y Junín, donde la patota de hombres de civil se llevó a su hermano Ricardo.

Aquella noche del 7 de enero del ’76 ocho individuos que se identificaron como policías ingresaron a cara descubierta, revisaron el cielorraso en busca de armas y se llevaron al hijo menor de la familia. “Negro, te vinimos a buscar”, le dijo a Ricardo uno de los intrusos. El tono revelaba un conocimiento previo entre ambos. El secuestro fue presenciado por los abuelos y los tíos del periodista de El Actual. La tía aún vive. Se llama Gerarda Giménez; en 1976 tenía 23 años. Al día siguiente del operativo, Gerarda le describió a Juan Pablo la fisonomía de los miembros de la patota. Según la tía, el que había hablado con Ricardo era “petisito, de barba y chueco”. En aquellos tiempos Luis Patti era un oficial de menor rango de la policía de Escobar. “Chueco” fue uno de los sobrenombres que lo acompañaron a lo largo de su cruenta foja de servicios. Patti no era un desconocido para la familia Vergara-Giménez. A fines de 1975, la esposa del tío materno de Juan Pablo lo había reconocido en medio de un grupo de hombres armados que había ingresado en su casa de Escobar. La esposa del tío se llamaba Inés Arredondo. Y los individuos buscaban a Ricardo.

Tras haber localizado los restos de su hermano, Juan Pablo cree que llegó otra etapa. Y ahora se está preparando para sumar el secuestro y asesinato de su hermano a la causa abierta por los delitos cometidos en el primer cuerpo de Ejército. Preso en Marcos Paz, favorecido por un reciente fallo de la Corte Suprema, Patti es uno de los principales imputados.

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“Me dio mucha impresión ver a una persona toda rota. Le habían hundido la cara”, cuenta Juan Pablo Vergara.
Imagen: Pablo Piovano
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