“Este predio es propiedad de la Comisión Municipal de la Vivienda.” El cartel, que se levanta en la esquina de Riestra y Camilo Torres, en los fondos de la Villa 1.11.14, del Bajo Flores, está tan deteriorado como el terreno que se adjudica y como los viejos papeles que muestran los vecinos, con antiguas promesas nunca cumplidas del Instituto de la Vivienda de la Ciudad. “Acá está todo lo que nos prometieron, en 2006, en 2007, planes y más planes, censos y más censos, pero nunca una casa como las que prometían”, afirman Nati, Ana, Viviana y Alicia, las mujeres que encabezan la protesta que concluyó, el lunes por la tarde, con la toma del predio, de 30 por 90 metros, en el que alguna vez funcionó una iglesia evangélica y que hoy es refugio de 140 familias que reclaman, como tantas otras en estos días, un lugar donde vivir. Ayer llegaron a ser ocho las tomas de tierras que se registraban en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires (ver recuadro).

Además de la que se viene desarrollando desde hace más de una semana en el Parque Indoamericano, en Villa Soldati, hay dos más en Villa Lugano, otras dos en la localidad bonaerense de Bernal, una en González Catán, la de la villa del Bajo Flores y la séptima en el barrio de Barracas (ver página 8). En el Bajo Flores, los vecinos denunciaron que hubo “represión policial” de parte de personal de las comisarías 34ª, 36ª y 38ª. Ana, que todavía no fue a que la vea un médico, tiene una porción del pelo castaño claro con un fuerte tono rojo sangre. “Uno de los policías me pegó en la cabeza con esos bastones negros que tienen y me la abrió. Salió mucha sangre. Mirá”, le dice a Página/12 y le muestra la sangre reseca, que le cubre parte de la mollera.

Ana contó también que su hijo, de 20 años, fue otra de las víctimas de la violencia policial. “A mi hijo lo amenazaron porque estaba filmando con el celular. ‘Si no la cortás, te agarro y te mato’, le dijo un tipo de la Brigada.” Para poder entrar en el predio, los vecinos retiraron un alambrado enclenque y desplegaron sus casas precarias a lo largo del terreno, donde sólo han quedado de pie, de la vieja iglesia, dos galpones de chapa. Los vecinos son de la 1.11.14 y de los barrios Illia y Rivadavia. Mientras los chicos juegan y posan para la foto, una adolescente adopta poses propias de una diva de la TV y mientras sonríe para la cámara, afirma que recibió una bala de goma en el muslo.

Los vecinos ya hicieron su propio censo y ahora esperan que alguien, del gobierno nacional o de la ciudad, “nos escuchen de una buena vez y nos den las viviendas que vienen prometiendo”. Las familias, algunas de ellas con siete u ocho hijos, de distintas edades, están instaladas en carpas improvisadas y cuentan con una sola canilla de la que sale un hilo de agua potable. Viviana, con tres hijos y un marido discapacitado, es la que más aporta material sobre viejas promesas de vivienda. Muestra una gruesa carpeta con documentos del IVC, amarillos por el paso del tiempo, donde aparecen croquis y mapas del predio hoy ocupado, proyectando hogares que jamás se hicieron realidad.