Domingo, 28 de agosto de 2011 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Cero suspenso se vaticina, según los sondeos y la sensación térmica, para las elecciones provinciales en Tucumán. Apenas saber qué cifra sideral alcanzará el gobernador José Alperovich para llegar a su segunda reelección. Otro detalle será medir cuán amplia será su hegemonía legislativa y ver si hay una segunda fuerza que mueva el amperímetro, lo que parece difícil.
Alperovich no es un peronista nacido y criado como tal pero, a esta altura, es un “goberna peruca” como tantos. Fuerte en su distrito, plebiscitado en cada comicio, con dificultades para pegar un salto a las ligas nacionales. En 2007 pensaba que ese tránsito ocurriría durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner, una mirada sagaz al tablero lo persuadió: era mejor esperar, afincado de local.
La multiplicidad de colectoras oficialistas (“acoples” en jerga local) será un detalle interesante. Microemprendedores, que van en pos de una banca legislativa o dos, serán afluentes del cauce torrentoso del gobernador. La antaño poderosa Fuerza Republicana llega maltrecha y dividida. Dos hijos del represor y (¡ay!) ex gobernador democrático Antonio Domingo Bussi riñen por los restos de su capital político, que supo ser envidiable. Recordemos, un poco.
Tucumán fue gobernada por peronistas entre 1983 y 1991. Las flojas gobernaciones, que desembocaron en una intervención federal, acrecentaron las perspectivas del regreso del dictador Bussi, a través de las urnas. La creatividad del entonces presidente Carlos Menem interpuso en su camino una baraja sacada de la manga: Ramón Ortega gobernador. El invento surtió efectos, temporarios. “Palito” venció al patibulario Bussi, pero su floja gestión posibilitó que en 1995 el genocida llegara al gobierno, en elecciones limpias. En 1999 pareció que su hijo Ricardo continuaría la saga. Los comicios eran muy parejos, por la noche todos los comandos de campaña (entre ellos el del aspirante peronista Julio Miranda) anunciaron la victoria bussista. Con esa información en tapa salieron los diarios nacionales del lunes. Pero, en la mañana, el escrutinio arrojó la apretada victoria de Miranda. Desde entonces, el bussismo se fue desinflando, su líder cayendo en la consideración pública. Los juicios por violaciones de derechos humanos completaron el círculo.
El peronismo controla la provincia desde 1999. Y desde 2003 es un cómodo reducto de Alperovich, un gobernador popular como suelen ser los mandatarios justicialistas, bastante distantes del mejor imaginario kirchnerista.
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En las primarias de la provincia de Mendoza arrasó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El gobernador sanluiseño Alberto Rodríguez Saá tuvo buenos resultados, quedó segundo. Los radicales fueron terceros, a distancia desalentadora.
En la capital provincial, el esquema se repitió aunque con bastante menos votos para el Frente para la Victoria. El resultado preocupó un poco al intendente radical Víctor Fayad, quien va hoy por su reelección, con excelentes perspectivas según los sondeos. Sólo un descalabro producido por el “huracán Cristina” podría alterar el resultado, aseguran baqueanos locales.
La ciudad de Mendoza es bella como pocas y sus pobladores valoran el urbanismo, el cuidado del espacio público, monumentos, parques y plazas. En años de bonanza, nimbados por buena relación con el gobierno nacional, Fayad ha sabido complacer esa tradición. Dirigente con mucho millaje, también tiene buen arraigo en sectores populares merced a políticas sociales (diz los boinas blancas) o clientelares (según sus adversarios).
El “Viti” se ha de estar felicitando de haber desdoblado sus comicios de los nacionales y aun de los provinciales. Su correligionario, Roberto Iglesias, no sabe qué hacer para que la candidatura nacional de Ricardo Alfonsín no desmejore sus chances en la elección de gobernador, que coincide con las nacionales. Hace tres años, la victoria radical era un dato, ahora una posibilidad entre tantas. Los declives sucesivos de Julio Cobos, Ernesto Sanz y Ricardo Alfonsín forjaron ese escenario. Si Viti Fayad celebra, sus correligionarios se le unirán en el festejo. Sus caminos, empero, parecen bifurcarse.
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