Domingo, 8 de diciembre de 2013 | Hoy
Por Mario Wainfeld
No hay un balance sobre los comercios saqueados, pero testimonios y reclamos de supermercadistas chinos sugieren que la mayoría de los afectados son pequeños. Gentes de barrio, bolicheros –dicho con afecto.
La extracción social de las víctimas agrava la responsabilidad de quienes los desampararon. O de quienes pescaron a río revuelto por motivaciones políticas o similares.
El cronista interpreta que las huelgas policiales son ilegales e irresponsables (ver nota central). Tal veredicto no debe negar la pertinencia de muchos reclamos. Tampoco debería generar enconos respecto de la rabia verbal de las familias de los policías, en especial de sus esposas o compañeras. Sus palabras, acaso, fueron altisonantes. Su preocupación y hasta el resentimiento, dignos de atención.
Mujeres de extracción popular, visiblemente, defendiendo lo que leyeron como una oportunidad para mejorar su vida o ganar consideración. La realidad social es compleja, lo que fuerza a deponer prejuicios o simplificaciones.
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Recordemos uno de los tantos testimonios vistos por la tele, no tan diferente a otros. Uno de esos pequeños comerciantes cordobeses, un tipo de barrio, agradable incluso en ese momento y no solo por la clásica tonada. Cuenta cómo “se llevaron todo”, el miedo que pasó, la existencia de amenazas físicas. Se asustó, lo patotearon, tuvo que esconderse de apuro. Las agresiones, piensa este escriba en concordancia con el Código Penal, son más terribles que los delitos contra la propiedad o los agravan.
El hombre especula, sin gritar ni sacarse. “Sé que está mal lo que voy a decir. Pero si tenía un arma en ese momento, me llevaba a uno.” En vivo, ningún periodista le critica nada. En ciertas repeticiones hay colegas bien intencionados que le reprochan su supuesto desvío a la mano dura.
Para quien esto escribe, opuesto a todo tipo de violencia y a las sanciones legales extremas, es demasiado pedirle. El hombre no incitó a la justicia por mano propia, antes bien, la criticó. No pidió castigos desmedidos para quienes lo perjudicaron. No usó el arma y posiblemente no la tenía.
Lo que expresó (lo que uno cree que expresó) es cómo una situación límite transfigura a una persona del común y puede llevarla a quebrar reglas de conducta propias o impuestas por la sociabilidad más extrema.
No lamenta “no haberse llevado a uno”, se percata de que pudo hacerlo acicateado por el miedo y el desvalimiento. Pudo ser un homicida, él mismo un hombre de trabajo.
El testimonio, da la impresión, deja un par de moralejas. Pero es sencillo resumirlas o cifrarlas. Por ahí, ojalá, ya lo hizo al relatarlo.
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