Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
Por Mario Wainfeld
La paritaria de las empleadas de casas particulares es un nuevo jalón en la ampliación de derechos de un colectivo tradicionalmente relegado. Se acumula a la norma que asimiló sus derechos a los de sus compañeros y compañeras de clase. También al reconocimiento, tan lógico cuan demorado durante décadas, del derecho a jubilarse, a tener obra social y cobertura para los accidentes o enfermedades laborales.
El avance se instrumentó en la etapa kirchnerista, en concordancia con otros grupos de laburantes castigados y explotados. El más evidente es el de trabajadores rurales. También están los llamados trabajadores a domicilio.
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Las cifras sobre el total de personal concernido son siempre aproximativas porque es imposible ser certero cuando hay tanta informalidad. Se habla de alrededor de un millón cien mil personas, mujeres en su abrumadora mayoría y migrantes de países vecinos en alta proporción.
Se ha menoscabado a la paritaria que es peculiar porque es difícil congregar al conjunto de los empleadores que deben ser más o menos tantos como las empleadas. Algunas representaciones parciales se plasmaron, es factible que surjan otras al vaivén de la necesidad.
Las representaciones gremiales de un conjunto sojuzgado sí existen. El Ministerio de Trabajo, con buena praxis, les dio cabida en las paritarias a sindicatos nacionales o provinciales, con o sin personería. Una dichosa excepción al esquema gremial tradicional que hace agua por varios lados.
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Cuando se alude al trabajo “en negro”, desagradable e impropia denominación para hablar de informalidad, se suele culpar al Estado en primer lugar. Es una falacia porque el principal responsable son los empleadores que evaden, incumpliendo la ley.
Se suele decir, en esta semana ocurrió de nuevo, que los informales “no tienen derecho” a vacaciones, obra social y tantos etcéteras. Falso de nuevo: sí lo tienen. Lo que pasa es que el delito patronal les impide ejercerlo. Si se permite un abuso retórico es como decir que un secuestrado por el clan Puccio no tenía derecho a la libertad ambulatoria. Con o sin hipérboles, falta conciencia que debe inculcarse y propagarse entre los ciudadanos de sectores medios o altas que se creen exentos de responsabilidad fiscal, como también piensan tantos patrones “del campo”. Para colmo se encubren con supuesta compasión y autoelogios por lo mucho que “dan” a quienes trabajaban de sol a sol.
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Es tentador recordar el tema musical “La Juana” de María Elena Walsh. La cantautora tenía sus más y sus menos ideológicos pero a menudo daba bellamente en el clavo cuando pensaba en la condición de la mujer y de las trabajadoras.
También viene a cuento recomendar un artículo de Santiago Canevaro y Luciana Montero publicado en la revista Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/cronica/elcostodelasrelacionesdomesticas/
Sobre todo se aconseja leer las barbaridades que dicen bellas almas de clases medias o altas en los portales de los medios dominantes sobre las trabajadoras en cuestión.
Se empieza a reparar una deuda social cristalizada y naturalizada merced a una legislación progresista, sin precedentes comparables. Y que, ojo al piojo, no apunta a votantes inmediatos. Porque por su nacionalidad muchas de las trabajadoras no participan en las elecciones generales. Sus hijas e hijos nacidos acá lo harán y tal vez tengan memoria. Eso no es clientelismo sino, sencillamente, política pública orientada a los más desprotegidos.
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