Domingo, 11 de octubre de 2015 | Hoy
Por Mario Wainfeld
En campaña, se habla sobre la campaña. Es imposible seguir todos los debates o reportajes en radio, diarios o la tele pero una panorámica trabajosa permite notar que muchos candidatos priorizan hablar sobre las encuestas. Los del Frente para la Victoria explican que ganarán en primera o, como poco, en segunda vuelta. Los de PRO que no sucederá así y que Mauricio Macri vencerá en el ballottage. Los aliados de Sergio Massa “informan” que ya alcanzaron o superan al PRO.
En una sociedad abierta cada quien es dueño de elegir su temario. Sorprende que numerosos aspirantes al voto popular se caractericen como consultores en vez de arrimar propuestas o ideas fuerza o discursos sobre el país que desean.
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El “debate sobre el debate” es una vuelta de tuerca que se desinfla. Este cronista entiende que todo tipo de difusión es válido y algo suma. Dicho esto, no comparte que un debate entre candidatos sea un estadio superior de la civilización. La experiencia comparada no es tan unánime como se narró en los medios en estos días.
El debate del domingo pasado no ayudó a los apologistas extremos. Fue híper reglado como sucede, por ejemplo, en España. El formato acartonó a los competidores. Fue difícil rescatar una idea novedosa, algo no enunciado en la maratón de intervenciones periodísticas que tienen todos a diario. Los periodistas cumplieron la función de maestros de ceremonias. No quisieron o no pudieron preguntar ni menos repreguntar.
La cobertura posterior se centró en la faz competitiva: quién ganó y quién perdió. El Gran Jurado dominante dio por gran derrotado al gobernador Scioli quien para ellos lo estaba de antemano, por no concurrir.
De nuevo: todos tienen derecho a argumentar y es más que lícito que cada uno lo haga como le parece o conviene. Lo que quedó pendiente es calcular el aporte real de lo sucedido tras un par de horas bastante aburridas.
Las consideraciones sobre el rating no atañen a este cronista: una polémica puede ser interesante y hasta profunda sin congregar taaanta audiencia. Pero la obsesión de los comunicadores VIP por saber cuánto “midió” sincera cuál es su escala de valores, mediática y política.
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- Macri inaugura una estatua de Juan Domingo Perón. Uno supone que sus partidarios no le creen pero adscriben a una táctica de real politik que supone que los peronistas son zonzos y se dejan engrupir fácilmente.
- Se anuncia que Massa apoyará a Macri si éste llega al ballottage. Sería un bombazo si no fuera el propio Mauricio quien lo dice.
- El gobernador Juan Manuel Urtubey formula anuncios exorbitantes sobre un potencial acuerdo con los fondos buitre. Se ignora su legitimidad para hacerlo. Se entiende que construye su propia imagen, vaya a saberse para qué. Su palabra lo autoexcluye de intervenir en cualquier tratativa futura. Ni aun el más abdicante de los negociadores (la Argentina tuvo demasiados) se rinde al adversario antes de sentarse a conversar.
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Teorizar sobre la comunicación es complejo, muchas son sus variables y las posturas posibles. Nadie niega, a esta altura de la civilización, que los receptores tengan protagonismo y que su ecuación incida en el resultado.
La audiencia, “la gente”, “la ciudadanía”, “el pueblo” o la designación colectiva que usted elija lucen poco conmovid@s o interesad@s en la frondosa oferta que se le propina. Hay quien cree que es apatía o desinterés. También podría suceder que haya definido sus preferencias en las Primarias Abiertas y ahora espere para hacerlo de nuevo. En el ínterin puede preferir volcarse al laburo, la vida privada, el ocio.
Se podrá interpretar mejor qué está pasando cuando se conozcan el nivel de participación y los resultados. De cualquier modo, ante el aluvión poco creativo y nada novedoso, la reacción predominante parece sensata sin autorizar conclusiones prematuras y más lanzadas.
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