EL PAíS › OPINION
Evocación
Por J. M. Pasquini Durán
(Viene de tapa)
Desde el viernes a la noche hasta las últimas horas de ayer, miles de hombres y mujeres calcinados por el sol, con el color que adquieren los caminantes en sus ropas y sus rostros, cruzaron la ciudad en distintas direcciones para evocar aquellos días de diciembre de dos años atrás, cuando la desobediencia civil hizo tronar el escarmiento y puso fin a un gobierno bochornoso. Los actos, salvo una explosión todavía no esclarecida en la Plaza y otros incidentes menores, dieron testimonio de la capacidad de estas organizaciones para manifestar sus opiniones en pacífico orden. Es una conducta que merece ser reconocida.
La evocación no era patrimonio exclusivo de los piqueteros en general ni de ninguna de las tendencias en las que hoy están divididos y, por eso, algunas minorías también se hicieron presentes: organismos de derechos humanos, asambleas vecinales que sobrevivieron al tiempo, familiares de los caídos en la represión de 2001 y delegados de partidos de izquierda. Sin embargo, la mayor parte de los porteños, aun de aquellos que hicieron sonar las cacerolas en 2001, prefirieron mantenerse ajenos a los actos que ayer se sucedieron desde la mañana a la noche, en turnos organizados, para proclamar sus diferentes puntos de vista en la Plaza de Mayo o en otras zonas metropolitanas. Algunos de los ausentes habrán prestado oídos a los profetas de la violencia que auguraban tropelías de todo tipo, otros han tomado distancia de algunos de los discursos más radicalizados, contradictorios con las expectativas populares depositadas en el actual Presidente, sin contar a los que sospechan de los más necesitados por la inseguridad urbana o están incómodos con sus métodos de lucha, sobre todo con los cortes de calles y de rutas.
El gobierno, por su parte, contribuyó a la calma, alejando de la vista de los manifestantes a las tropas de las fuerzas de seguridad. A lo mejor sin proponérselo, también contribuyó a bajar las tensiones que se exacerbaban desde algunos tribunas mediáticas, la aparición del “arrepentido” Pontaquarto para ventilar una versión sobre los sobornos en el Senado para aprobar la reforma laboral auspiciada por el Poder Ejecutivo en el 2000. El relato ganó rápido la atención de la ciudadanía, dispuesta a creer en esas turbias manipulaciones antes de conocer el veredicto de los tribunales, con idéntica convicción a la que sintetizaba aquella consigna que reclamaba “que se vayan todos”. Como la satisfacción de la demanda no tuvo la dimensión esperada, también muchos ciudadanos se sintieron desalentados a salir a la calle para reiterarlos.
Estas opciones políticas o abstracciones ideológicas son un lujo para la mayor parte de los piqueteros que, pese a los planes asistenciales, siguen excluidos de la vida normal de un ciudadano. Por eso, ellos acudieron sin falta a la cita de la historia y soportaron interminables listas de oradores en los distintos actos, alentando siempre la esperanza de ser escuchados y atendidos por quienes tienen la máxima responsabilidad de las políticas económicas y sociales, pero también por los vecinos que hoy los ven pasar como una caravana de la mala suerte. Aunque algunos se resistan a creerlo, en la suerte de miles de esos desharrapados también anidan porciones significativas del destino colectivo de la nación.