EL PAíS › OPINION

Un ex vicepresidente con doble carga

 Por Luis Bruschtein

En el 2001, después de renunciar a la vicepresidencia, al igual que los asambleístas que aparecerían poco después, Chacho Alvarez estaba enojado con la política. Se dedicó a escribir su libro con Joaquín Morales Solá y a su fundación. Cargaba sobre sus hombros un capital político crispado por las visiones dispares que despertaba su nombre en la sociedad, pero capital al fin.
Los mismos chachistas ex frepasistas eran, o son, los que más sufren esa puja de emociones que les remueve su ex jefe. El recuerdo de la construcción desde la nada de una fuerza política que en apenas diez años llegó a disputar la presidencia y logró la vicepresidencia surge como un relato épico. E inmediatamente, la caída de las ilusiones, sin capacidad de reacción ante un gobierno conservador que se iba al abismo haciendo lo que siempre habían criticado. El Frepaso tenía la vicepresidencia, pero sólo había logrado dos ministerios. Y encima en uno de ellos, el de Trabajo, se centró el mayor escándalo de corrupción del gobierno aliancista.
Chacho impulsó la investigación y cuando vio que el gobierno no lo acompañaba, renunció. El Frepaso iba a la deriva cuando se disparó la crisis y no pudo sobrevivirla.
Todo lo bueno y todo lo malo de esa historia pesa sobre Chacho. En la calle, un taxista aplaude su honradez, una virtud que se les reconoce a pocos políticos y funcionarios. En el café, un hombre recuerda que “se fue y dejó todo en banda”, algo que no se perdona pero que al mismo tiempo muestra su desapego por el poder. Otros alaban su inteligencia, otros dicen que “no fue chicha ni limonada” y que, en definitiva, fue parte de un gobierno neoliberal.
Es un capital político extraño, y hasta podría decirse que poco útil. Tanto simpatizantes como críticos lo tratan con respeto, como una figura importante de la política, pero difícilmente en ambos casos aún alcance para el voto. De todos modos, Chacho fue el político que mejor sintonizó con esa atmósfera progresista compleja, llena de vericuetos, dualidades y sorpresas que representa la mayoría electoral porteña. Muchos de los asambleístas más furiosos del 2001 o de los votantes de la izquierda más dura, poco antes y poco después de la crisis del 2001, eran ex chachistas frustrados y enojados. Ningún otro político generó hasta ahora ese nivel de identificación con las vigorosas capas medias porteñas. Y por esa razón, muchas de las críticas que recibe tienen esa carga intensa de amor-odio.
Desde hace tiempo, Kirchner pensó en integrarlo de alguna forma a su gobierno. Inclusive se barajó su nombre para la Cancillería tras la decisión de que Rafael Bielsa compitiera en las elecciones de Capital. Cada vez que pudo, Chacho expresó su respaldo al santacruceño, pero al mismo tiempo rechazó cualquier posibilidad de asumir un cargo de gabinete. Es difícil encontrarle lugar a un ex vicepresidente que lleva esa carga.
Finalmente surgió la perspectiva de que reemplazara al ex presidente Eduardo Duhalde en la presidencia de la comisión permanente del Mercosur. No es un cargo en el gabinete, su función no tiene injerencia directa en la política interna del país. Y sin embargo, su designación tiene el mismo significado –quizá con mayor fuerza porque es el más conocido– que las demás designaciones que se conocieron esta semana. Para muchos que todavía porfían del signo político del Gobierno, Chacho Alvarez encarna el centroizquierda. Es otra señal de Kirchner, que acompaña a la conformación de su nuevo gabinete.

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