Jueves, 6 de abril de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
Argentina y Uruguay no tienen una historia de antagonismos. Y la tensión por la cuestión de las papeleras ya se hacía intolerable para los dos lados. Cuando surgió la posibilidad de una vía de negociación entre los gobiernos, la sensación fue de alivio para las mayorías en las dos bandas del río. Es un conflicto que no le gusta a nadie. Del lado uruguayo pesa el interés por proyectos que implican grandes inversiones y la apertura de fuentes de trabajo. Del lado argentino también es lógico que haya malestar si entiende que su vecino le va a tirar la basura en su puerta.
Fue difícil salir de la escena de confrontación a la de negociación. Pero finalmente se había abierto una vía sobre la base de concesiones. Ese primer tramo se basó en la buena fe de los dos lados, porque ninguno de los dos gobiernos estaba en condiciones de decidir por decreto la actitud de asambleístas y empresas.
Los dos gobiernos cumplieron y hablaron con asambleístas y empresas, pero la papelera boicoteó el acuerdo en forma poco transparente, como si le interesara retrotraer todo a punto muerto. Si algo resulta claro, es que la empresa finlandesa buscó esta situación, seguramente porque es la que más le conviene, aunque no resultan del todo claros cuáles son sus motivos para una intervención tan agresiva.
Otro hecho visible es que la decisión de Botnia devolvió la pelota a los asambleístas y dejó una brasa caliente al gobierno del Frente Amplio. La estrategia de la empresa empujó de nuevo a los cortes en una lógica de confrontación radical. De la misma manera expuso al presidente Tabaré Vázquez a la verborrea demagógica y xenófoba de los battlistas y del Partido Blanco, que sacan el conflicto de su marco real y lo plantean como una bandera patriótica, de soberanía o muerte, frente a los embates de una potencia extranjera históricamente hostil (por Argentina). El peligro es que el mismo Tabaré pueda intoxicar su discurso con estos argumentos para no perder terreno en la política uruguaya.
Visto así, la papelera gana el centro del ring y determina a su favor los movimientos de los demás protagonistas. Era lógico pensar que su actitud provocaría de nuevo los cortes y la toma de distancia entre los dos gobiernos. Además, durante las conversaciones envolvió con ambigüedades al gobierno uruguayo para dejarlo finalmente en situación vulnerable ante la oposición.
Este es el escenario que buscó la papelera, porque debilita a quienes podrían ser sus eventuales fiscalizadores, ya que los divide entre sí y los desgasta. Los demás protagonistas tendrán que decidir si aceptan este escenario que plantea Botnia o construyen otro a partir de sus intereses.
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