Martes, 3 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Néstor Kirchner comenzó a comentar que no aspiraría a un segundo mandato antes de haber cumplido un año del primero. La confidencia parecía muy virtual, pues costaba suponer que tendría chances serias de hacer ese experimento. A medida que pasó el tiempo, la hipótesis se fue naturalizando; cuando se anunció, casi no sorprendió. Sin embargo, se trata de una conducta muy inusual. No sobran en el mundo ejemplos de un presidente con alta legitimidad, sin conflictos al interior de su fuerza, validado legalmente, que haya desistido de ir por la reelección. En proporción aplastante, la tendencia es la inversa. Figuras como Franklin Roosevelt, Juan Domingo Perón o François Mitterrand porfiaron en sus sitiales aun cuando claudicaba su salud y se mantuvieron literalmente hasta el día de su muerte. Ningún presidente norteamericano se apeó de buscar el segundo período, sin asedio de su partido o de la oposición.
Puede buscarse algún parentesco (tampoco plena identidad) con presidentes de habla castellana. El uruguayo Tabaré Vázquez promete que hará lo mismo, aún no lo concretó. El español José María Aznar gobernó dos legislaturas y luego propuso un sucesor, pero estaba forzado por un compromiso inaugural que había formulado desde el llano, cuando competía por destronar a Felipe González.
El paso al costado responde a una convicción presidencial, la de que el deterioro es inevitable y no resiste dos mandatos. Especular acerca del 2011, en la cultura criolla, es algo secundario, muy remoto. En un país en el que nada se planifica, de cara a un electorado muy severo cuando se hastía, cuatro años son un siglo. Si alguien lo sabe, si alguien piensa mucho más en 2008 que en 2011, ése es Kirchner.
Esposa y cuadro: “Es un cuadro político, fue conocida a nivel nacional antes que el Presidente”, dicen en su torno. “Es la esposa”, fulminan desde la oposición. Huelga decir que las dos aseveraciones son correctas y parciales. Cristina Fernández, una dirigente de larga carrera, es “de Kirchner”. Su bagaje incluye las dos variables. Hay un debate en ciernes: cuál de ellas prevalecerá, podríamos bautizarlo...
...la sombra de Chirolita: “¿Si ganara, se diluirá la entidad del poder presidencial, habrá un poder bifronte?”, es el interrogante de rigor. O, si se prefiere un planteo más coloquial, “¿podría ser Cristina la Chirolita de Kirchner?”. Página/12 se inclina a pensar que, si ganara, eso no sucedería. El peso de la institución presidencial, el poder concreto que tiene quien ocupa el simbólico sillón de Rivadavia son tremendos. La delegación imperfecta es casi inimaginable, a fuerza de ineficaz. El doble comando paraliza todo, los Kirchner no se darían el lujo de negarlo.
El piné de los personajes también parece alimentar esa conclusión. Una anécdota puede venir a cuento. Hace más de cuatro años, en la inminencia de las elecciones de 2003, dos periodistas de este diario le preguntaron en una charla informal a Eduardo Duhalde si Kirchner sería su Chirolita, algo que casi todos descontaban. El entonces presidente replicó “el que cree eso no lo conoce al Flaco y menos la conoce a su señora” (“Flaco” y “su señora” son sic). La segunda parte del aserto costumbrista sigue en pie.
Desde luego, esas presunciones no le bastarán a la senadora si arriba a la Casa Rosada. En tal supuesto, deberá construir su autoridad y demostrar su autonomía, eventualmente sobreactuarla. Los cambios de elenco, que apestan a necesarios, en su caso serán imprescindibles.
Un solo caudal: La intención de voto de la pingüina es inferior a la del pingüino, he ahí un riesgo evidente. Es de toda lógica que así sea, en el disco rígido del Gobierno lo saben. Las encuestas corroboran al sentido común: la senadora no puede acrecentar el caudal electoral del Presidente, sería un suceso conservarlo.
Un sondeo cualitativo al que tuvo acceso este diario discrimina el patrimonio simbólico de la postulante: su mejor punto es la gestión económica del oficialismo, su segundo capital son los logros en materia económico-social, el “traslado” de la imagen de Kirchner es un tercer baluarte, su propia imagen aporta poco más. O sea CFK es, casi exclusivamente, K. Nadie puede pretender que un número relevante de opositores actuales se deje seducir electoralmente por la senadora.
Un capital ahorrado: La representación política democrática es una compleja construcción social. El Presidente es apoyado por una parte de la ciudadanía, una vez elegido representa a todos sin tener un mandato imperativo de sus votantes.
Ese pase de lo particular a lo general es una suerte de magia que jamás se plasma del todo. El Presidente, que arrancó casi de cero, ha consolidado una cierta fortaleza en estos años.
El oficio del gobernante también se edifica con tiempo y esfuerzo.
Kirchner ha acumulado un patrimonio importante en aptitud de gestión y en representación, eso es intransferible. Huelga decir que él estima mucho esos recursos, que se ha esforzado por amarrocar. Ha decidido renunciarlos, en pos del cambio posible.
Otro gabinete, otro estilo: Ya se mencionó, es de manual que Cristina presidenta debería meter mucha mano en el gabinete. Que se vayan todos, propone con otras palabras Alberto Fernández, cristino de ley. En Palacio, empero, se malicia que el jefe de Gabinete sería uno de los pocos sobrevivientes, Carlos Zaninni otro. Son versiones sensatas, pero no superan el rango de versiones. Ni el pingüino ni la pingüina sueltan prenda, así que cualquier profecía no es más que una especulación. En ese plano, apelando al olfato y no a la data, es razonable inferir que el estilo presidencial cambiaría. Es difícil imaginar un mandatario tan obsesivo, tan presente en todos los temas de gestión como Kirchner. Esa característica, con su suma algebraica de ventajas y debilidades, no parece ser la de Cristina Fernández, verosímilmente más generalista. La delegación propenderá a ser mayor. En un contexto general de mudanza, suena clavado que habrá otro titular de Economía de perfil más alto y con un margen mayor de presencia que la muy devaluada Felisa Miceli. Aun en el terreno de la fantasía, no existen tantos prospectos de ministro que combinen esas calidades, la identificación con el “modelo” K y la confianza de la presidenciable. Hagan juego que queda bastante tiempo para poner las fichas.
La autoridad versus la rotación: La narrativa oficialista, impuesta por el Presidente y seguida en su torno, vertebra una autocrítica apenas velada. Se vienen (léase son imprescindibles) un nuevo ciclo, un new deal con la prensa y la oposición, otra conducta institucional. El mensaje es edificante, sobre todo si es internalizado por los protagonistas.
En el kirchnerismo se da por hecho que Cristina Fernández podrá emprender esos rumbos renovados, que sólo suma y no resta. En campaña no es sensato cavilar, más vale. Queda por verse cómo será la campaña destinada a construir esa imagen.
La fórmula, los tiempos: En su perenne afán de no resignar el centro de la escena, el Gobierno soportó malamente una semana a puro Mauricio Macri. El domingo mismo goteó el anuncio, como para recuperar la iniciativa. La certeza también ordena la fuerza propia. Julio Cobos, un radical de nueva cepa, espera la confirmación de su lugar en la fórmula.
Los contrincantes, sin mayor imaginación ni precisión, aluden a la monarquía, soslayando que Cristina sólo será presidenta si es convalidada por el voto popular. No hubo abdicación, ni coronación, sino una acción política, opinable como todas, supeditada al juego democrático.
Como Cristina Fernández es, no más, “de Kirchner” se atenúa el impacto de una movida bastante heterodoxa. La ciudadanía dirá si ese enroque (que de tan esperado disimula cuán asombroso es) reditúa en el cuarto oscuro.
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