Lunes, 15 de mayo de 2006 | Hoy
Por José Natanson
Los libros sobre economía a menudo resultan incomprensibles para los no iniciados, y quizás por eso tienen tanto éxito algunos profesionales de baja calificación técnica pero con una gran habilidad comunicativa, al estilo Carlos Melconian. Cargados de cifras y gráficos, los textos económicos no siempre están bien escritos y muchas veces da la sensación de que detrás de tanta matematización se esconde la debilidad de ciertos argumentos.
Lo primero que hay que decir, entonces, acerca del libro de Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum es que se entiende perfectamente, y que además está redactado de manera sorprendentemente limpia y elegante. La pregunta que guía la investigación –¿Por qué Argentina no fue Australia?– adquiere toda su espeluznante relevancia si se tienen en cuenta los datos que se enumeran en las primeras páginas: Australia ocupa el décimo lugar en el ranking de ingreso por habitante (y el primero del hemisferio sur) y la Argentina está ubicada debajo del 40; Australia figura en segundo lugar en la tabla de desarrollo humano de la ONU y Argentina en el 34; en Australia, el 20 por ciento por ciento más rico de la población gana siete veces más que el 20 por ciento más pobre y el desempleo es del 5 por ciento, en Argentina la diferencia de ingresos es de 18 veces y el desempleo del 14 por ciento.
La distancia es aún más impresionante al analizar el punto de partida, no tan diferente. Ambos países, lo que Gerchunoff y Fajgelbaum denominan “Argentalia”, son espacios vacíos de colonización reciente ubicados en el hemisferio sur, a una gran distancia de los centros de poder. Con una escasa población y tierras disponibles en abundancia, su particular geografía los impulsó a fomentar la migración y orientó el desarrollo económico a la producción de materias primas, lo que a su vez los hizo asociarse fuertemente con Gran Bretaña hasta la crisis de 1929.
¿Qué es lo que hace que algunos países hayan recibido la bendición del desarrollo y otros no?, se preguntan los autores que, transitando por la “resbaladiza ruta de la historia comparada”, buscan las diferencias entre los dos casos, para ver si a partir de allí es posible inferir los motivos de semejante divergencia. Para ello analizan todas las variables –geográficas, institucionales, culturales, políticas– e identifican dos trayectorias progresivamente diferentes: en primer lugar, la evolución gradual y pacífica de Australia hacia el autogobierno, en comparación con el caos posindependencia del Río de la Plata, cuya estabilidad se vio alterada por décadas de revoluciones, guerras civiles, levantamientos caudillezcos y conflictos exteriores. Por otro lado, el descubrimiento de oro en Australia permitió comenzar más temprano la dinámica de acumulación, lo que a su vez derivó en menos conflictos distributivos y un ciclo de stop and go más atemperado. En Argentina, la tensión entre un modelo proteccionista y otro abierto y librecambista que marcó la segunda mitad del siglo XX condujo a tensiones distributivas de difícil resolución, picos de inflación, inestabilidad política y caos institucional. Además, la ubicación geográfica de Australia le permitió aprovechar la demanda japonesa y capear mejor el temporal durante la posguerra.
A pesar de los datos del comienzo, en la conclusión del libro, Gerchunoff y Fajgelbaum intentan algunas proyecciones económicas, en un terreno cenagoso que, sin embargo, les permite cerrar con una nota de esperanza. “Quizás Argentina haya dejado atrás la modalidad más exaltada de su conflicto social. Y los cambios en el patrón del comercio mundial quizás estén atenuando su desventura nacional”, sostienen. La mejora de los términos de intercambio, el boom de la soja y la progresiva divergencia entre la canasta exportadora y la de consumo interno podrían, luego de años de divergencia, acercar a la desdichada Argentina al desarrollo primermundista de la bienaventurada Australia.
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