Domingo, 31 de octubre de 2010 | Hoy
Por José León Slimobich *
Con Néstor Kirchner era todo más fácil. Recordemos: el kirchnerismo surge en el encuentro entre artesanías habituales de la historia política argentina y décadas de lucha, en muchas ocasiones silenciosa, de las organizaciones de los derechos humanos, sociales, civiles y políticos. Esto culminó con su acceso al poder. Lo fortaleció un algo inescrutable en sus acciones, no calculables, que hicieron de este espíritu político un líder. Al riesgo, la resonancia y el silencio de sus pasos, agregaba la cualidad del hombre común, cierto retiro de la elegancia burguesa, que lo hizo parte de estos nuevos presidentes latinoamericanos: a un indio, un mulato, un viejo guerrillero, le agregó la fisonomía del hombre común. Y un modo de hablar que debía poco a la erudición. Trataba así los intereses de muchos.
La 125 fue el detonante de la confrontación, que ya estaba anunciada, entre dos modelos: el distributivo, que el kirchnerismo impulsó, y otro, que regía la distribución de la renta desde la dictadura y continuada por la democracia formal, sometido a los grandes grupos económicos y al FMI. Esta democracia devaluada, en los pobres y torpes intentos que hizo, fue corrompida o destruida.
Con la derrota que sufrió Néstor Kirchner en las legislativas esperaron la negociación, una ralentización, por fin el ceder, la comprensión, la falsa concordia de los privilegios que ambicionan no sólo la riqueza que obtienen, sino el goce de la humillación del humilde. A cambio, se aceleró la aparición definitiva de la esperanza, con el descubrimiento de un no retorno a las viejas políticas de la injusticia social. Miles de argentinos decidieron allí no faltar a la cita de ese combate por el futuro. Entre muchos, ese diálogo colectivo que se llama Carta Abierta.
La Asignación Universal por Hijo, los fastos del Bicentenario, la ley de medios y el Fútbol para Todos fueron los sucesos que confirmaron que no habría vuelta atrás.
En lo económico produce un acceso, vedado hasta entonces, a una mayoría empobrecida y abandonada. En lo político, la participación de todo un pueblo en un cumplelapatria que diferenció a un país de ese otro de las vacas ricas y los peones flacos del primer Centenario. En lo emocional, que en los lugares más remotos de esta patria argentina esa pasión llamada fútbol llegara para todos y no sólo para quienes pueden pagar.
De allí podemos agregar: no permitió ninguna clase de represión a las expresiones sociales y, en definitiva, la palabra política dejó de ser una palabra inútil y poco fiable, permitiendo que se ubicaran en las prácticas políticas cientos de miles, especialmente jóvenes y mujeres. Esto sucedió así al rearmar, ética y políticamente, una sociedad desmantelada por la violencia de un estado corrupto, el día luminoso en el que Néstor Kirchner hizo valer los derechos humanos quitando de la secuencia histórica los jefes de la dictadura militar y degradándolos a reos de lesa humanidad. Comprendió la necesidad de democratizar los medios de comunicación y cuestionar la construcción de un pensamiento único, hecho de un sentido común que entremezcla hipocresía, racismo y buenos modales. La muerte es hoy el cuarto elemento que hace estallar lo que las transformaciones en lo económico, lo político y lo emocional anunciaban. Esto que estalla es el amor.
Cristina Kirchner murmurando, hablando al féretro, acomodando las florcitas, los mensajes, las banderas que le hacen llegar desde la fila infinita. Cristina diciendo a Hebe de Bonafini “no llores”, consolando a la Madre de las Madres. Saludando con golpecitos sobre su corazón, el mismo que le falló a su marido. Sonriendo, en el medio de su dolor, cuando se acercaba a los niños. Abrazando a una anciana, una viuda como ella.
Son los retratos del amor lo que estalla frente a nuestra mirada. Miles, cientos de miles, jóvenes, trabajadores, hombres de oficina, mujeres con sus niños en brazos, llorando y cantando, gritando su bronca y su esperanza son los retratos del amor.
Un pueblo que encuentra en un nombre historia y esperanza y una mujer que llora, enamorada, a su marido muerto, coinciden de un modo inédito. El azar, en este caso, la desgracia, se construye como necesidad: un pueblo toca el amor cuando algo le dice que son tiempos de igualdad y justicia. Que esto se debe seguir y profundizar, la tarea de la reparación social no ha culminado, falta mucho. Sin Néstor, todo será más difícil.
No hay nombre propio que reconstruya el dos que Néstor y Cristina conformaban. Y sólo la construcción política, el diálogo colectivo, la Carpa o el Poncho que nos puedan albergar para los que, estando de este lado de la historia, situemos nuestras ambiciones y propuestas, puede realizar ese dos.
Ninguna invocación al realismo político debe hacernos retroceder de la voluntad despótica de cumplir con lo que estos días nos hemos jurado en las miradas silenciosas: seguir con Cristina construyendo justicia, memoria y libertad, esto que muchos no pensaron vivir y otros no creíamos ya poder ver.
* Psicoanalista.
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