Domingo, 31 de octubre de 2010 | Hoy
Por Eduardo Jozami *
Siempre queremos buscar fechas fundacionales, anclar en un momento procesos que suelen gestarse en plazos más largos. Carta Abierta nació, como es sabido, durante el conflicto con las patronales agropecuarias en 2008, pero si hubiera que elegir una fecha para significar la alianza de este sector intelectual con el kirchnerismo, pienso en el 24 de marzo del 2004, cuando el ex presidente anunció la recuperación como Espacio para la Memoria de la ESMA, el lugar donde Menem quería erigir el monumento al Olvido.
Desde ese día, el presidente Kirchner entró en nuestro corazón (no hay otra manera de decirlo), y comenzamos a vivir una etapa –anulación de las leyes de impunidad, iniciación de los juicios, reconocimiento de la lucha de los años ’60 y ’70– que por momentos parecía un sueño, porque demasiado nos habían explicado que no existían condiciones para decisiones tan audaces.
El movimiento de Derechos Humanos reaccionó con alguna sorpresa, pero la mayoría no tardó en apoyar esas políticas. Algunos dijeron que el Gobierno quería cooptar a los organismos, como si no resultara lógico que sostuvieran a quien se hizo cargo de sus históricos reclamos.
Identificándose con la generación de los ’70, Kirchner instaló desde el poder el discurso de la memoria. No faltaron los que se inquietaron por la posibilidad de que una versión oficial obturara la diversidad de voces, sin advertir el poderoso estímulo que significaba la iniciativa presidencial para instalar el tema entre sectores más amplios. También la política impulsada desde el Gobierno incidió en la recepción argentina de lo que a nivel mundial se llamó el boom de la memoria. Este se caracteriza, tanto en el debate académico como en las políticas de estado, por el énfasis que se pone en la figura de la víctima y por una marcada despolitización (nos interesa atender a las víctimas, no importa de qué bando sean, llegó a decir Rodríguez Zapatero, interesado en limitar los alcances de la ley española sobre Memoria Histórica).
También la política kirchnerista que continuaba la línea histórica del movimiento de derechos humanos cerró el camino a la consigna de la reconciliación pregonada en tantos foros internacionales. En algunos casos, como Sudáfrica, esta consigna parece impuesta por la imposibilidad de gobernar sin el concurso de los blancos (masivamente comprometidos con la política de apartheid), así como, en Europa, la reconciliación franco-alemana pareció la lógica consecuencia del nuevo escenario después de la segunda guerra. En nuestro el país, el acierto del kirchnerismo consistió en demostrar que el castigo de los culpables del genocidio y el pleno esclarecimiento de situaciones como la de Papel Prensa eran un prerrequisito para la construcción del nuevo país.
También en relación con el debate teórico de la memoria, la política oficial, con su reconocimiento de las luchas populares desde el ’55, ayudó a desbrozar el campo. La eclosión de la memoria en todo el mundo se acompaña, en general, del olvido de las luchas del pasado. Enzo Traverso ha dedicado muchas páginas a señalar qué penosas consecuencias tiene haber renegado de la tradición antifascista, mientras la condena del Holocausto se despoja de contenidos políticos. En sintonía, en el terreno de la historia académica, muchos establecen una rígida separación entre la historia y la memoria, lo que permite tanto rechazar los trabajos sobre una historia reciente (no tendríamos la distancia suficiente para abordarla con pretensión científica) como afirmar la desconexión con las grandes tradiciones del pasado. Podemos, hoy sí, estudiar la Revolución Francesa porque ya no significa nada para nosotros, escribió uno de los más afamados historiadores académicos.
Carta Abierta no ha discutido orgánicamente todas estas cuestiones, aunque nos hemos ocupado de ellas. Quizás el análisis más preciso de la coyuntura previa al golpe de 1976 sea una de las asignaturas pendientes, como lo reclamaba Nicolás Casullo, quien quería evitar que la derrota popular de los ’70 llevara a desconocer la profundidad de ese proceso, tanto en su radicalidad ideológica como en los alcances de la movilización que se generó. De todos modos, es evidente que estos debates no son fáciles, cuando se debe priorizar la unidad política de un ámbito en el que confluyen tan diversas tradiciones.
En la constitución del espacio y en la definición de su política de adhesión al kirchnerismo, la cuestión de la memoria ha tenido un peso central. En todo el pensamiento de Carta y en sus documentos se expresa un intento de reelaboración del pasado que rinde tributo a la historia de luchas populares sin eximirse de matices críticos. Este debate sería impensable en otro contexto que el instalado por las gestiones de Néstor y Cristina. Hoy, en el momento de despedir al gran patriota que nos deja, un recuerdo permanece. Un general subido en una silla descuelga el cuadro de Videla ante la mirada vigilante del presidente Kirchner. Esta imagen, expresión de compromiso con la memoria y voluntad de desafiar los poderes constituidos, resume la política del kirchnerismo y nos estimula para seguir junto a Cristina en la nueva lucha que se inicia.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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