Domingo, 31 de octubre de 2010 | Hoy
Por Guillermo Wierzba *
En su discurso de asunción del 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner afirmó que “al contrario del modelo de ajuste permanente, el consumo interno estará en el centro de nuestra estrategia de expansión”, y más adelante: “No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos...” Dos definiciones centrales que contenían una palabra clave: “ajuste”. Esta definía una etapa extensa de la política económica argentina de transferencia de ingresos de los sectores populares al poder económico concentrado. Néstor Kirchner fundó un nuevo proyecto, cuyos contornos están todavía lejos de su delimitación precisa, pero su esencia significa el cierre de la época del ajuste y la apertura de otra de inclusión.
Para no pagar más la deuda a costa del hambre y la exclusión, Kirchner condujo y llevó al éxito la renegociación de la deuda con una quita histórica, cometido indispensable para haber arribado hoy a una modificación sustantiva respecto de la era neoliberal inaugurada por la dictadura: el nivel de endeudamiento actual y su relación con el producto ha dejado de ser un condicionante de la política económica. Decidió cancelar toda la deuda con el FMI y no aceptar nunca más sus recetas ortodoxas de regresión social y sumisión nacional. Posteriormente, durante el gobierno de Cristina las políticas de deuda se completarían con el uso de reservas sin contrapartida fiscal, para asegurar que los pagos no perjudicaran la expansión económica. Asumió una política de desestímulo de los flujos de capitales golondrina –oponiéndose al paradigma de los centros financieros que la critican– para evitar los ataques especulativos sobre la economía nacional. Lideró la desarticulación del proyecto del ALCA, que significaba una subordinación de la economía de América latina a la estadounidense a través de un acuerdo comercial que congelaba las asimetrías. Este conjunto de políticas están atravesadas por un sentido inverso al de la inserción pasiva en la globalización financiera. Néstor Kirchner inauguró, así, una época de autonomía nacional.
La construcción de un proyecto autónomo permitió mayores grados de libertad de la política económica. Se avanzó en la recuperación salarial, empezando con aumentos de suma fija y reabriendo los ámbitos de negociación colectiva, que permitieron su mejora en términos reales. Esas convenciones colectivas significan un modo desmercantilizado de negociación salarial que requiere de una institucionalidad más compleja y abona la reconstitución del tejido social destruido por la dictadura y el neoliberalismo. Se recuperó el instrumento de intervención en el sistema de precios, desafiando los mandamientos de la ortodoxia. Estas políticas fueron el comienzo necesario para la redistribución del ingreso, acompañadas con las mejoras sustantivas en los haberes de los jubilados y la inclusión en el régimen previsional de una masiva cantidad de personas que quedaron fuera del mismo por la política precarizadora de la reforma de los ’90. A su vez, la política tarifaria de los servicios esenciales permitió el acceso de los sectores más humildes. Néstor Kirchner abrió una época de ciudadanización, en el sentido profundo del concepto. En la dirección opuesta a las políticas que construyeron una economía de consumidores y excluidos, avanzó en el reconocimiento y jerarquización de los derechos económicos y sociales, a la vez que recuperó la centralidad del trabajo y la producción. Es la impronta del signo popular que tiñe la nueva era.
Posteriormente, durante el gobierno de Cristina, con la nacionalización de las AFJP se refundó un régimen jubilatorio de reparto y solidaridad intergeneracional. A su vez, con la Asignación Universal por Hijo se estableció el régimen más avanzado de América latina para atender a los sectores más carecientes de la sociedad y con el plan “Argentina trabaja” se promueve una mayor inclusión.
El discurso de mayo de 2003 refería al consumo interno como eje de la dinámica económica, lo que se corresponde con el signo popular del proyecto. El modelo productivo asentado en esa lógica también propició la transferencia de rentas de los sectores con ventajas naturales en pos de la industrialización –que conlleva la mejora del empleo– instrumentada mediante retenciones. La inversión pública comenzó a tener una dinámica que fue creciente y decisiva –durante el gobierno de Cristina Fernández– para enfrentar los efectos de la crisis y profundizar la estrategia de expansión productiva.
En la nueva época se desplegó un cambio radical en la política internacional. En lo económico, significó la participación activa en la creación del Banco del Sur, el discurso crítico frente al rol del FMI, un nuevo papel en el G-20 –que luego Cristina, durante la crisis, lo desplegaría para cuestionar el ideario neoliberal– y la propuesta de iniciativas para una mayor autonomía monetaria de la región frente al dólar. A su vez, modificó la política frente al Mercosur, cambiando el monoobjetivo de la unión arancelaria por una estrategia de integración ambiciosa que agrega a lo comercial, lo productivo y lo social. Construyó, junto a otros líderes de un nuevo momento de la región, las bases para el despliegue de la unidad de América latina.
La clave de la nueva era fue la recuperación de la unidad entre política y economía. Fue central sustraer de la exclusividad mercantil el proceso de decisiones económicas. La separación entre política y economía había sido antes el eje del debilitamiento del rol público en ésta y del predominio de la voluntad del poder económico concentrado mediante el mecanismo indirecto del mercado, donde ese poder impone sus intereses y condiciones. La unión o la separación entre economía y política constituyen el antagonismo que separa el pensamiento transformador del conservador.
Un cambio de época que hiere intereses concentrados, que implica una modificación en los términos de la toma de decisiones económicas, que desafía las lógicas del poder financiero supone conflictos. Néstor Kirchner comprendía esa dinámica. Cuando concurrió a una Asamblea de Carta Abierta en el momento más agudo del conflicto con el empresariado rural, intervino reflexionando sobre la hipótesis de una derrota parlamentaria, opinó que igual quedaría como balance positivo ir definiendo una divisoria de aguas para avanzar en la construcción del bloque que quería profundizar las transformaciones.
En Argentina persiste una economía concentrada, con agrupamientos empresarios que desafían el proyecto transformador y corporaciones empeñadas en interrumpirlo. Esa concentración es una generadora constante de desigualdad estructural. La política iniciada por Néstor Kirchner con signo nacional, democrático, popular y latinoamericanista sólo atravesó su momento fundacional clave, el comienzo de una época. El despliegue implicará el sostenimiento y profundización del rumbo que signó el nacimiento.
* Economista, director del Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina (Cefid-AR).
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