Domingo, 28 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Horacio Gonzalez
Cuando proliferó la expresión “ciencias duras”, era para aplicarla al estudio de la naturaleza, a las viejas matemáticas, a la física y a la química. Pero se olvidaron de destinarla a Horacio Verbitsky, que convirtió el periodismo en una ciencia dura. Tanto en el sentido del rigor de los datos, testimonios y detalles, como en la elaboración de una personal ética del goce y de la austeridad. Toda la semana deleitándose con la música, la literatura y con sus nietos. Y los viernes quedar recluido y solo, escribiendo como un geómetra sobre los fantasmas de la historia. Sólo se permite ajustados sarcasmos, muchas veces sobre los nombres de los personajes oprobiosos o infames. O simplemente sobre pequeños y voraces oportunistas. Sabemos de periodistas que quieren escribir una novela, y lo hacen. Horacio Verbitsky constriñe al novelista que hay en él, descartando el despliegue, los intimismos y los decorados de la imaginación. Subyace la novela, esperando y desechada. Con todos sus elementos de drama nacional, de vidas golpeadas a la vista. Y como es propio del radicalizado ironista, surgen las pinceladas basadas en el método de las vidas paralelas, que explícitamente se lo permite pocas veces. Sin embargo, los contrastes entre biografías acechan en las penumbras de los grandes cuadros semanales donde se comprimen, como una ciencia exacta, las vidas de las marionetas. Viven en una maraña de hechos, que parecen conspirativos. Son apenas las que nos dejan ver los rompecabezas infinitos de una época. Así, la recordable estampa contrapuesta de un ejecutivo que hace su carrera y tiene la misma edad de un obrero de su fábrica, que también va haciendo su ciclo laboral. Pero alguna vez se cruzan. Uno sigue su carrera de acumulación, dejando al caer uno u otro dato de aquello que lo molesta. Por eso, el otro va a ser secuestrado, uno de los miles de desaparecidos. A veces Verbitsky expone todo esto con un relato vivo y enjuto (es que son hechos reales). A veces dejándolo en la bóveda interna del texto, secretamente (es que son hechos reales). En el punto justo de ese cruce, están los escritos de Horacio. Se escucha decir que trazan “la agenda semanal”. Pero se los puede ver también como una larga investigación sobre la Argentina, sus instituciones, sus secretos de Estado y sus llagas aborrecibles. Lo contrario de un tiempo breve, más bien nuestras vidas en sus amplios ciclos temporales. Desde hace muchas décadas, como un ermitaño que en todo lo demás es una de las personas más cordiales que pueda imaginarse, Horacio Verbitsky está escribiendo las peripecias de un país turbado. Horacio, como los buenos personajes de las novelas norteamericanas que leíamos en los años ’70, pertenece a las ciencias humanas, pero en un mundo agresivo y colérico, las resguarda bajo otra capa, como si fueran ciencias duras. En todo lo demás, paga el precio de los perros de la antigüedad clásica, aceptar serenamente las consecuencias de decir la verdad.
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