Domingo, 28 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Miguel Rep
Yo tuve mucha suerte de conocer a Horacio. Es uno de los golpes de suerte que tuve en mi vida, hace poco más de cinco lustros. Cuando digo suerte digo fortuna, afortunado por su amistad, y por ir leyéndolo y aprendiendo su actitud frente al Poder. Cuando lo necesité, Horacio siempre estuvo. Yo tengo casi la misma edad que tiene él como periodista. Cuando él publicaba por primera vez, mi madre me albergaba en la panza, principio de los sesenta.
Su inteligencia hermosea mi vida, su compañía estiliza la idea de amistad, con ternura y atención.
A Horacio lo necesita su familia, lo necesita el diario, lo necesitan los lectores y los futuros investigadores, que van a contar con una ventaja que él no tuvo, y que debió suplir con rigor investigativo y muchísima perspicacia, e ironía verbitskiana: sus libros. Lo necesito yo, como compañero de ruta indispensable, y la novedad de los últimos siete años: lo necesita el país, se los juro, Argentina y su construcción democrática lo necesitan.
Diría más. Lo necesitan sus enemigos. La felicidad es tener enemigos.
Cincuenta años molestando; qué vida bien vivida.
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