ESPECTáCULOS
Daniel Barenboim fue ovacionado por los wagnerianos en Alemania
El director argentino-israelí condujo la Sinfónica de Berlín en la interpretación de la larga tetralogía “El Anillo del Nibelungo”.
Por Carmen Valero
Desde Berlín
El director de orquesta argentino-israelí Daniel Barenboim cosechó una inolvidable ovación al concluir, al frente de la “Staatsoper unter den Linden” de Berlín, la representación El Ocaso de los Dioses, última pieza de la tetralogía El Anillo del Nibelungo, de Richard Wagner, en un momento cúlmine de la actual temporada lírica europea. Pero el semblante de Barenboim era serio, pese al aluvión de aplausos y bravos con el que wagnerianos llegados de todo el mundo quisieron recompensarle la hazaña de haber dirigido, con dos días de descanso, la tetralogía completa. Tras casi diez minutos de ovación, una sonrisa leve demostró que a Barenboim le llegaba el reconocimiento, que sucedía a siete horas de trabajo. Para Barenboim, que nació en Buenos Aires y es ciudadano israelí, no debe haber sido menor la experiencia de interpretar a Wagner en Alemania, luego de la polémica que suscitó el año pasado en su país adoptivo. En esa ocasión, Barenboim introdujo en los bises de un concierto una obra de Wagner, compositor cuya música no se ejecuta en Israel, ocasionando una fuerte polémica política. Para los israelíes, Wagner es algo así como la música del nazismo. Hace dos semanas, el director intentó ofrecer un concierto en Ramalá, pidiendo por una solución pacífica del actual conflicto entre israelíes y palestinos, pero a último momento se lo cancelaron.
La actuación del puñado de estrellas que la organización del Festival de Pascua de Berlín hizo coincidir para la última pieza del Anillo fue irregular, con la excepción de la soprano Deborah Polanski (Brunnhilde) y el bajo John Tomlison, sobre cuyos hombros recayó el peso de la noche. Fueron los auténticos triunfadores. La mezzosoprano Waltraud Meier interpretó a Waltraute y aunque la aparición de este personaje en El Ocaso de los Dioses es fugaz, Meier y Polanski hicieron que su diálogo, previo al final del primer acto, fuera uno de los momentos más hermosos.
Meier compensó esa breve aparición en La Valquiria, pues además de cantar el pasado viernes Sieglinde, papel para el que había sido contratada, también interpretó y de forma magistral a Fricka en sustitución de Uta Priew, que acusó una indisposición repentina.
La Valquiria fue junto con Sigfrido la obra del Anillo del Nibelungo que más se acercó al corazón de los wagnerianos, tras el flojo arranque de la tetralogía con El Oro del Rin, lo que en gran parte se debió a la concepción escénica de Harry Kupfer. Para el gusto de la gran mayoría, Kupfer fue más parco en efectos y más sofisticado en la iluminación a medida que avanzó el Anillo, el primero que se representa en Berlín desde 1933, básicamente porque “Staatsoper unter den Linden” consagró parte de la temporada a Richard Wagner con motivo del 50º aniversario de su muerte. Todas las piezas del Anillo del Nibelungo representadas en Berlín dentro de este Festival de Pascua enteramente wagneriano –El Oro del Rin, La Valquiria, Sigfrido y El Ocaso de los Dioses– son fruto del mismo equipo de producción, a la cabeza del cual se sitúan Kupfer-Barenboim y, aunque con retoques, son reposiciones de El Anillo... presentado por estos en Bayreuth hace ocho años. Pero, además de El Anillo..., Barenboim y Kupfer, pusieron el sello a las otras seis obras de Wagner incluidas en el Festival (el primer ciclo comenzó el domingo 28 con El Holandés Errante y concluirá el sábado próximo con Parsifal, proeza que no tiene antecedentes en la historia y convirtió Berlín en un Bayreuth paralelo).
Aunque algunos críticos sostienen que el maratón físico de todos los que participan en el Festival, sobre todo músicos y cantantes, no puede sostenerse con calidad, el público que cada noche abarrota la “Staatsoper” está disfrutando y regresará a sus ciudades de origen, en muchos casos tan lejanas como Sydney o Nueva York, con momentos sublimes en el recuerdo. Uno de ellos fue el primer acto de Sigfrido, una conjunción de voz y orquesta irrepetible, porque Barenboim, en el foso, sacó lo más wagneriano de sí mismo, y Christian Franz, el joven tenor que interpretó al último dios, fruto del incesto de Siegmund y Sieglinde, estuvo inmenso. Lajuventud de Franz, sin embargo, se hizo notar en El Ocaso de los Dioses pues cantó a borbotones, de forma irregular y tuvo problemas para interpretar, en un tono más alto, su muerte, trabas que quedaron aún más patentes en comparación con el torrente de voz y dominio de la escena de Polanski.