ESPECTáCULOS
Una vuelta de tuerca al tema del cineasta víctima del macartismo
Jim Carrey protagoniza “El Majestic”, un film de Frank Darabont cuya acción se desarrolla en plena era del oscurantismo en Estados Unidos.
Por Martín Pérez
Los franceses lo llaman el espíritu de la escalera. Se refieren a esa respuesta tan contundente como para terminar una discusión, pero que aparece sólo cuando ya no es posible darla, cuando todo ha terminado, uno ya se ha retirado y está bajando la escalera. Mucho de ese espíritu está presente en The Majestic, un largo film que en última instancia funcionaría como la respuesta ideal que Hollywood bien podría haberle dado a la caza de brujas iniciada por el Congreso estadounidense allá por la década del ‘50, con el senador Joseph McCarthy a la cabeza. Claro que esta respuesta idealista, heroica y contundente –y abrazada a la estética de Norman Rockwell– llega medio siglo más tarde.
La década del ‘50 es, precisamente, la época en la que está situada la acción de El Majestic, cuyo protagonista es un guionista mediocre, que sueña con hacer una película importante. Poco le importa a Peter Appleton que sus importantes ideas sean destruidas por los ejecutivos de su estudio porque, según apunta, “éramos jóvenes, y éramos felices porque trabajábamos en el cine”. Un sueño del que el genuflexo Appleton despertará rápidamente cuando su nombre aparezca en la lista negra y se quede sin novia y sin trabajo. Huyendo de esa insoportable vigilia, Appleton terminará atrapado en otro sueño, casi extraído del mismo magma creativo de Hollywood. Amnésico luego de caer en el río con su auto, Appleton será rescatado a la orilla del pueblo de Lawson y confundido con Luke Trimble, héroe de guerra de un pueblo con muchos caídos en la Segunda Guerra Mundial.
Como una extraña y retorcida revisión de La rosa púrpura de El Cairo –o una suerte de Truman Show en reversa–, el devenir de El Majestic instala a su protagonista en un drama que parece construido para el entusiasmo de esos ejecutivos empecinados en destruir los guiones de Appleton. Como si se hubiese metido en el film importante que soñaba con escribir, Appleton –encarnado por un Jim Carrey metido a actor serio– aparece tentado y al mismo tiempo atemorizado de ser ese Luke al que todos quieren. Y, como frutilla sobre la torta, antes de ser un héroe el buen Luke trabajaba en un cine. El único cine del pueblo, llamado nada menos que El Majestic, y precisamente en su pantalla es donde vivían esas épicas deidades del cine en blanco y negro, a las que reverencia la historia de El Majestic, la película.
Cargada con semejante cantidad de referencias y homenajes, el film de Frank Darabont –director de Milagros inesperados– no puede evitar sentir todo el tiempo el peso de su aura de importancia. Rodeando la correcta interpretación de Carrey, figuran el gran Martin Landau –en el papel del padre de Luke– y la ascendente Laurie Holden, que hace de novia perfecta de pueblo. Tomándose todo el tiempo del mundo para construir la historia de Appleton/Trimble, el film de Darabont tendrá un par de giros finales,que terminarán poniendo a Appleton frente al Congreso para decir lo que tiene que decir. Cerca de su epílogo, al igual que al comienzo, el guionista volverá a sentarse frente a los ejecutivos del estudio. Sólo el rostro de Carrey aparece en cámara mientras se escuchan las voces de Garry Marshall, Paul Mazursky, Sydney Pollack y Carl y Rob Reiner –ninguno de ellos figura en los créditos– lanzando ideas inverosímiles. Pero la presencia de sus voces subraya la idea de Hollywood diciendo en la voz de Appleton lo que debería haber dicho entonces.