Viernes, 20 de noviembre de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › ALGUNOS VECINOS PEDIAN MAS REPRESION, PERO OTROS RECLAMABAN EDUCACION Y TRABAJO
Los vecinos marcharon hacia la comisaría de Wilde, el barrio donde fue asesinada Renata Toscano. “A ella le daría vergüenza esto: iba a la villa a dar la copa de leche a los pobres y los que están acá nunca se preocuparon por ayudar a nadie”, decían en la contramarcha.
Por Emilio Ruchansky
Por tercer día consecutivo y con consignas cada vez más duras, más de un centenar de vecinos marcharon a la comisaría 5ª de Wilde pidiendo “seguridá” y justicia por el crimen de la arquitecta y catequista Renata Toscano. Acartonado en la puerta de la seccional, detrás de un cartel que pedía “leyes más duras”, se pudo ver a Juan Carlos Blumberg, que por momentos fue abucheado (algunos le gritaban: “¡No queremos políticos!”). Los manifestantes pedían la presencia del gobernador Daniel Scioli y su ministro de Seguridad, Carlos Stornelli, que se habían reunido temprano con los familiares de la mujer asesinada. “No nos vamos a ir hasta que vengan”, prometía una señora, megáfono en mano. Hubo gritos en contra de la policía, huevazos contra la seccional, una especie de contramarcha y ni un solo familiar de Toscano.
La movilización comenzó cerca de las 18.30, sobre la avenida Las Flores 363, donde está situada la seccional, en la zona sur del conurbano. La cuadra se llenó rápido entre señoras y señores que promediaban los 60, jóvenes salidos de la escuela y los móviles de varios canales de televisión. La policía cubrió las esquinas que rodean la manzana, pero la entrada de la comisaría quedó bloqueada. En medio de la calle, varios chicos zamarreaban en lo alto un ataúd que tenía, improvisado en una lámina blanca, un signo de pregunta. “No sabemos quiénes trajeron el cajón”, respondieron los que lo llevaban en alza. Ninguno podía asegurar que estuviera vacío.
Dos señoras del barrio, Hilda y Josefina, afirmaban que los asesinatos crecen día a día. “Y de todos los que no nos enteramos”, decía Hilda, la más preocupada. “No se puede salir a la calle, vivo mirando para todos lados, ya no podés sacar el auto ni a la mañana ni a la tarde ni de noche, así no se puede vivir”, se quejaba, con el asentimiento de Josefina, más preocupada por los chicos: “Yo sé que si los educamos y les damos trabajo, no roban. Pero los que se drogan... bueno, a ésos hay que mandarlos a Campo de Mayo, que estudien y trabajen ahí, y que los suelten cuando estén listos”.
Otra persona, un joven que escuchaba esta conversación, denunciaba “las zonas liberadas” por la policía para que los ladrones “trabajen tranquilos”. Detrás, se escuchaba la voz de la mujer del megáfono pidiendo que no tiraran más huevos contra la comisaría. La decisión no era compartida por un grupo de pibes, dispersos, que alentaban el odio contra la institución: “¡365 soldados de Gendarmería mandaron acá, que más quieren, basta de policías!”. Anoche, el ministro Stornelli dijo que había “infiltrados” en el acto.
Ana María, una señora que afirmó ser “contadora, psicóloga y mediadora”, decía que a ella la habían tratado como “infiltrada”, que la habían amenazado y hasta casi le pegan. Llevaba un cartel con el signo de la paz pintado y la siguiente inscripción: “Escuela, salud, cultura, pan y trabajo para las villas”. “Vengo a decir lo contrario. Que si a esa chica la asesinaron para robarle el auto es porque existe gente que compra repuestos usados, gente de clase media, que puede hacer que este país sea rico, pobre o miserable”, decía Ana María, con su hijo adolescente de guardaespaldas.
No estaba sola. En la esquina había otro grupo de jóvenes, que hacen trabajos comunitarios en las villas y pedían seguridad, educación y trabajo. “A Renata le daría vergüenza esto, ella iba a la villa a dar la copa de leche a los pobres y todos los que están acá en su vida se preocuparon en ayudar a la gente que piden reprimir”, decía una joven que encabezó la contramarcha.
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