Viernes, 16 de octubre de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › ENTREVISTA A MARIELA LABOZZETTA, LA FISCAL ESPECIALIZADA EN VIOLENCIA MACHISTA
La titular de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres explica por qué es preciso abordar la investigación de cada muerte violenta de mujer como un posible crimen cometido en razón de género. En qué ayuda medir el fenómeno.
Por Soledad Vallejos
“Hay un vínculo entre la desigualdad que viven las mujeres en la sociedad y los casos de violencia contra las mujeres”, señaló la titular de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (Ufem), Mariela Labozzetta. Por eso, “la violencia no se soluciona solamente condenando a los responsables de cada crimen, sino también siendo conscientes de que es un fenómeno estructural y que hay que revertirlo, por ejemplo, reduciendo los índices de impunidad”. Para la funcionaria, cuya Unidad Fiscal colabora en la investigación de crímenes de género, como el asesinato de la dirigente Diana Sacayán –que recayó en la fiscalía de Instrucción Nº 4, a cargo de Matías Di Lello–, la ecuación es clara: “cuanto más altos los índices de impunidad, el mensaje a la sociedad es que esa violencia es algo natural, permitido, perdonado porque, y este es el discurso social, se habla de celos, de crimen pasional y argumentos por el estilo”. Por eso, señaló, la aplicación de protocolos específicos en las investigaciones de los crímenes machistas puede impactar más allá de cada caso en particular.
En Argentina, “el instrumento que se aplica a nivel nacional es el protocolo de intervención para fuerzas de seguridad, del Ministerio de Seguridad”, que “recoge pautas generales de criminalística” y suma perspectiva de género para trabajar en la escena del crimen.
–El protocolo, además de las generales, indica pautas que no existen para otros homicidios. Indica que primero entran las unidades médicas, que constatan si la víctima está viva. Después, deben desalojar el lugar, para que Criminalística franje la escena y la preserve por completo. Para eso, debe entrar con trajes especiales y cubrirse los zapatos para no contaminar. En un segundo cordón de protección, están los funcionarios judiciales. En el tercero, gente que se acerca a la escena, y que siempre tiene que estar apartada; también se prevén situaciones especiales, como cuando hay tumulto afuera. Los demás ejes son para incorporar perspectiva de género. La pauta central de este protocolo es que cualquier muerte violenta de una mujer, o de cualquier persona con identidad femenina, debe ser abordada desde la presunción de que se trató de un femicidio. Se parte de esa hipótesis. Después, con la investigación en marcha, se puede descartar si no hay elementos para sostenerlo. Pero al empezar la investigación se presume femicidio, es decir, muerte ocasionada en razón de la calidad de mujer de la víctima. Eso es un femicidio. No cualquier muerte violenta de mujer lo es, sino aquella desatada con esa razón.
–¿Por qué se aplica ese protocolo de investigación?
–Porque el Estado argentino tiene compromisos internacionales para combatir la violencia hacia las mujeres que obligan a aplicar la perspectiva de género.
–¿Qué implica esa perspectiva en la investigación? ¿Cómo la modifica?
–Primero, no sólo hay que acreditar que hubo dolo, que fue una muerte violenta, causada. Además de eso, hay que acreditar que la razón de la muerte es la violencia de género. Las pruebas tienen indicios diferentes. Además del protocolo que aplicamos en Argentina, hay uno elaborado por la ONU. No es obligatorio pero sí orienta. Ese protocolo, que es muy extenso, habla de la estructura de la violencia contra las mujeres, de las obligaciones internacionales de los Estados, de la necesidad de investigar con la debida diligencia. También, de las obligaciones del sistema de justicia, que debe trabajar con premura y desprovista de estereotipos de género para dilucidar estos casos. Este protocolo de la ONU, además, diferencia modalidades de los femicidios.
–¿Cuáles?
–Básicamente, son el femicidio íntimo y el femicidio de tipo sexual. Los íntimos son aquellos que ocurren en el ámbito familiar, de pareja, entre dos personas que se conocen. En esos casos, hay antecedentes de violencia, testigos que permiten reconstruir esa situación. El disparador del femicidio es la posesión de la mujer, el control de su cuerpo: el hombre concibe que la mujer le pertenece como objeto, y cuando advierte que no es así, que se le va de control, la mata. El otro tipo de femicidios tiene un componente sexual: las víctimas no suelen ser conocidas del victimario, sino mujeres muchas veces estigmatizadas por correrse de los roles esperables. El ataque tiene que ver con el odio a una mujer que rompe esquemas, que no está en el lugar que se le depara socialmente. Hay una tercera modalidad, que en nuestro país no es tan frecuente: los femicidios en banda o en grupo, cometidos entre varios hombres contra mujer. Hay también otros femicidios menos usuales y vinculados con otras causas, además del componente de género: asesinatos de víctimas de trata de personas, de mujeres migrantes, de integrantes de alguna comunidad aborigen. Entran a jugar estereotipos de clase, de etnia, de nacionalidad.
–Además del planteo de cada caso en particular, ¿qué impacto podría tener la aplicación del protocolo de investigación de femicidios?
–Partir de esa presunción del odio de género y tener que acreditarlo en la investigación también tiene que ver con la responsabilidad de visibilizar el fenómeno, más allá del caso particular. Si, por decir un número, de 30 homicidios de mujeres que ocurren en Capital Federal, se prueba que 25 son en razón de género, va a querer decir que sistemáticamente tenemos que abordar esto de otra manera.
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