Martes, 1 de julio de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › IMáGENES DE UN DíA SIN SUBTES
Por Emilio Ruchansky
Muchos pasajeros amagaban a entrar en el subte en la esquina de Corrientes y Carlos Pellegrini. Sabían del paro pero se engañaban mirando el piso mientras bajaban las escaleras con la esperanza de levantar la cabeza y encontrar las puertas abiertas. No hubo caso. La secuencia se repitió durante todo el día de ayer ante una medida de fuerza que parecía momentánea –o al menos eso creían los pasajeros– y que colapsó el tránsito humano y vehicular en la Ciudad de Autónoma de Buenos Aires. A metros de la estación Pellegrini, donde confluyen las líneas B, C y D, el kiosco de diarios atendido por Javier Rizzo se había convertido en la guía de cientos de personas que buscaban la equivalencia entre subte y colectivo. Eran las 18 y el canillita estaba bastante aceitado. “Dale, preguntame lo que quieras”, desafió. “¿Medrano?”, “24”; “¿Constitución?”, “59”; “¿Chacarita?”, “39”. “¿Y Avenida de los Incas?”, interrumpió un señor. El kiosquero dudó. Pensó un largo rato y cuando estaba por abrir una Guía T, recapacitó: “No hay nada directo, tiene que tomarse dos colectivos”.
Sobre la vereda, conseguir un taxi se había vuelto una especie de competencia feroz en la que, por regla, todos trataban de adelantarse a su contrincante o directamente caminaban una cuadra para aventajarlo. “Ya es demasiado tarde”, se lamentaba Basilio, un transeúnte ansioso que se sentía estafado por su empresa de radiotaxi, en la que le prometieron un coche 45 minutos antes. Había probado con el 17 para ir a Recoleta y el colectivo se quedó “atascado” de gente. “No tomo subte para ir al trabajo, pero el paro me terminó complicando la vida”, decía el hombre.
La situación de Gustavo, un grandulón de 17 años, era parecida a la de Basilio, aunque con un agravante: no toma subte, pero vive de él. Es uno de los tantos chicos que piden el diario gratuito en los andenes y lo venden en la terminal de tren de Constitución a 25 centavos. Gustavo cargaba una mochila azul y para pasar el día se dedicó a recolectar la propina de la parada de taxis. No le fue mejor.
“Estoy hace dos horas y conseguí 5,80. Vendiendo diarios hago 25 pesos. Con eso me pago la comida, el resto se lo doy a mi mamá”, decía mientras contaba las monedas. En su mochila no había útiles, sólo algunos diarios viejos. “Los vendo arriba del tren, como hay poca luz, la gente no se da cuenta que son viejos”, admitió. Entre corrida y corrida, Gustavo aprovechó hasta pasadas las 20 (cuando finalmente se levantó el paro) para hacerse de la suficiente plata para comer y viajar hasta su casa, en Berazategui.
Un rato antes de que el Ministerio de Trabajo dictara la conciliación obligatoria, una decena de pasajeros logró traspasar las puertas de la boca de subte de Pellegrini. Allí, una señora gritaba fuera de sí contra tres boleteros que intentaban explicarle que el servicio no se había reestablecido. “Pero si lo escuché en la televisión”, insistía la mujer. “¿Por qué hacen el paro?”, les preguntó. “No sé, es lo que informaron los delegados”, respondió uno de los boleteros. La señora se sacó: “Vamos a verlos, traigan el listado de delegados y los agarramos a las piñas”.
Ya anochecía en el microcentro y sobre la calle Cerrito, en dirección a la Avenida de Mayo, había largas colas de hasta cincuenta personas para subirse al colectivo. Las líneas 9, 100, 28, 45 y 62, que van a las estaciones ferroviarias de Constitución y Retiro, iban atestadas. Uno de los inspectores del 9 aseguró que trasladaron más del doble de pasajeros y que pese al refuerzo de 12 unidades agregados a media mañana, los coches viajaron llenos. En medio del caos, el kiosquero de la estación Pellegrini seguía aconsejando a los pasajeros y reconocía su falta de oportunismo: “Podría haber vendido algunas Guía T más si me callaba la boca”.
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