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Un compendio de glorias

“El billar, como ningún otro deporte, despeja la mente, fomenta la caballerosidad y da serenidad y templanza al ser humano. Yo aconsejo a los jóvenes no distraerse ni perder el tiempo con la carambola de fantasía”, sentenciaba humildemente Juan Navarra, uno de los mitos del billar argentino. Hermano y primo de los campeones Ezequiel y Enrique, y campeón mundial él mismo, hijo de un maestro, Navarra contaba en 1970, durante una entrevista concedida a Diamante (el coqueto house organ del Boedo Billar Club), los secretos del “varonil deporte”, en el que “le bastó un taco de billar para hacer flamear la bandera argentina por todo el mundo”.

Enemigo de los destellos geniales o las explosiones sorpresivas, Navarra elogiaba el talento “parejo”. No era sencillo. “Para ello jamás descuido mi estado, practico y estudio permanentemente. Yo no bebo alcohol y nunca lo he bebido ni en pequeñas cantidades. He practicado muchos deportes y en mi juventud obtuve valiosos premios en carreras de 100 m, en pelota a paleta, en fútbol llegué a integrar un equipo especial de 4ª categoría en Boca Juniors. A los 15 años hice una bolada de 1000 carambolas libres y jugando con bolas de marfil, como se jugaba antes. La bola de marfil era mucho más celosa y más difícil de jugar.”

El y su hermano habían aprendido a jugar siguiendo las indicaciones de su padre. “Yo taqueaba a los 7 años y a los 10 años ya daba exhibiciones. Cuando cumplí 12 años y mi hermano Ezequiel sólo tenía 9 años, nos presentamos en el Luna Park, en un match que fue presenciado por millares de personas y que yo gané por 270 carambolas.”

Pero aunque se asegure que “los Navarra son para el deporte de las 4 bandas, lo que Leguizamo es para el turf y Pelé para el fútbol” –la descripción también sale de Diamante, que redondea el concepto agregando que la familia era sinónimo de “un compendio de glorias y de triunfos”, amén de “una imagen acabada y total”–, no podría desconocerse a otro “astro billarístico”: Pedro Leopoldo Carrera. Era de jugar trajeado y con clavel blanco en el ojal, murió antes de cumplir 50 años y dejó una estampa tan memorable que 17 años después la Federación Argentina de Billar recibió un Premio Konex en su nombre.

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